Por Eduardo Castilla
Los tiempos de la política
nacional se desarrollan mediante saltos y giros bruscos, donde el reloj empieza
a marcar tiempo de descuento para el gobierno “nac&pop”. Pero así como no
existe la linealidad en el desarrollo histórico global, menos aún puede haberla
en el análisis de la política coyuntural. Estos cambios abruptos configuran, en
su conjunto, el paso de una situación política a otra. Contra todo mecanicismo abstracto
o lineal, los tiempos de cada “esfera” o aspecto de la realidad son distintos e
influyen, de diversas formas, sobre el conjunto. Trataremos acá de hacer
algunos apuntes sobre los tiempos de la situación política, económica y de la
lucha de clases, así como de las oportunidades para la izquierda revolucionaria.
A propósito de Córdoba, algo sobre esto garabateamos acá.
Los “tiempos desacordes” de la situación nacional
Tomando a Bensaïd podríamos
apuntar que la “discordancia de los tiempos” en Argentina se expresa con
ritmos y magnitudes distintas en la
esfera de la política, la economía y la lucha de clases, partiendo obviamente
de analizarlos dentro de una totalidad dinámica.
Los tiempos de la economía están marcados por un declive cada vez mayor
del esquema de crecimiento sobre el que se basó el kirchnerismo. En este post del amigo Esteban se señalan los elementos
estructurales y coyunturales que explican la decadencia del “modelo”. Pero la
economía aún no ha entrado en situación de “catástrofe”, ni siquiera de estancamiento
abierto. Asistimos a una desaceleración que tenderá a mantenerse en el 2013 o transformarse
en un leve crecimiento. Contra una estabilidad duradera se alzan las tendencias
de la situación económica mundial. A favor de esta continuidad inestable están
los altos precios de los comoditties y la parcial recuperación de Brasil. Seguramente,
las necesidades de “la caja” obligarán al gobierno a mantener medidas que
apuntalan la desaceleración, como el cepo cambiario y las restricciones a
ciertas ramas que importan. Sólo un salto hacia el capital internacional, cerrando
una nueva negociación con los Fondos Buitres y arreglando con el Club de París,
podría permitirle sortear en parte ese escenario. Pero esto no parece un camino
de rosas ni en el plano de la política doméstica ni en el de las negociaciones internacionales.
Como lo ha mostrado la tradición marxista,
no hay linealidad entre la esfera de las tensiones económicas y la de las
disputas políticas. Ya Engels señalaba que
“La situación económica es la base, pero
los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta --las
formas políticas de la lucha de clases y sus resultados (…) incluso los
reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes (…) ejercen
también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan,
predominantemente en muchos casos, su forma”.
Precisamente son los “reflejos”
de las luchas reales en el cerebro de los contrincantes, con sus triunfos y
derrotas parciales, los que dinamizan la crisis y los tiempos en el terreno de la política, naciendo sobre los factores antes
señalados, pero desarrollando su propia lógica.
La política en movimiento
Por un lado emerge
abiertamente una crisis entre la Justicia y el poder Ejecutivo. El escandaloso fallo en el
caso Marita Verón, pone de manifiesto la continuidad de una justicia retrógrada
ligada por múltiples lazos al mundo de la trata. Pero ésta es una de las
expresiones. El desafío de la Cámara que prorrogó la cautelar a favor de Clarín
por la Ley de Medios, así como la independencia evidenciada por la Corte
Suprema, ponen de manifiesto una tensión entre dos poderes del estado, preanunciando
crisis futuras. Se trata de un salto en las fisuras dentro del mismo régimen. Si
en el período 2009-2011, el Parlamento dominado por la oposición fue una traba
al gobierno, asistimos ahora a la impugnación por parte de una corporación
sobre la que el Ejecutivo tiene aún menos control. La “independencia” del poder
judicial es la que asegura su absoluta dependencia del verdadero poder social
en manos de la burguesía.
En ese marco, como se
dice acá, “Con la renovación parcial de la Corte
Suprema se logró en parte represtigiar al Poder Judicial y al mismo tiempo
dejarlo intacto en el resto de sus estratos”. Es ese el rol que empieza a
jugar la Corte, poniendo el peso de la “renovación” al servicio de abrir el
juego en la transición que se abre con el fin del ciclo kirchnerista.
Junto a esta tensión “intra-régimen”
se desarrollan las peleas por la crisis de sucesión dentro del peronismo y las
disputas por la emergencia de una oposición política burguesa. La debilidad de
las variantes políticas de oposición dentro del arco burgués, hacen que todo
esté teñido de una alta volatilidad, generando chisporroteos, crisis
políticas provinciales y realineamientos de todo tipo.
Todos estos elementos son el resultado de
las limitaciones estratégicas del kirchnerismo, al que podríamos ubicar en un
punto intermedio entre “fenómeno de coyuntura” y fenómeno de “carácter
orgánico” aunque estuvo más cerca del primero, en tanto fue “del tipo restauración y reorganización y no
del tipo característico de la fundación de nuevos Estados y nuevas estructuras
nacionales y sociales”. Decimos en un lugar intermedio porque, con todos
sus límites, logró imponer una hegemonía duradera sobre franjas amplias de las
clases dominantes y de las subalternas, manteniendo una continuidad política y
logrando restaurar parte del poder estatal golpeado en las jornadas del 2001.
Pero, a pesar de los diez años transcurridos
y las condiciones económicas favorables, en tanto administración provisional
del estado burgués y garante de las reglas de la acumulación capitalista, mantuvo
el viejo régimen político con modificaciones superficiales. No sólo el “poder
real” (del que se ha escrito acá)
sino también la superestructura del régimen político: la justicia con dinosaurios
retrógrados y los partidos políticos patronales que, más allá de alguna
renovación parcial, muestran las viejas caras del menemismo. Que son sino Scioli
o De la Sota queriendo disputar la conducción peronista.
Asistimos entonces al declive
vertiginoso de CFK, sin crisis económica aguda y en ausencia de radicalización
del movimiento de masas, lo que pone de manifiesto lo endeble de la
construcción kirchnerista a pesar de años de hegemonía política. Las derrotas recientes
anuncian las futuras. El anuncio de un intento
(y van) de “pacto social” hacia el 2013 ya empieza a naufragar. A los límites
en el plano económico y la ausencia de verdaderos mecanismos de control de precios,
se agrega que parte de las burocracias oficialistas tienen, en el interior de
sus gremios, fuertes oposiciones sindicales que pueden hacer saltar todo
intento de fijar límites en las paritarias. El llamado a “democratizar” la
justicia no puede terminar más que una expresión de deseos, como terminó el 7D
que era la madre de todas las batallas y terminó siendo menos que una bengala.
Las posibilidades de la emergencia de una nueva subjetividad
obrera
En este marco, los tiempos de la lucha de clases se
encuentran en un punto intermedio entre los tiempos de la economía y los de la
crisis política. Si los primeros están atenuados por las “ventajas comparativas”
de la Argentina en el terreno internacional y los segundos agudizados por la
excesiva prepotencia que el 54% le inyectó a la camarilla kirchnerista, los
tiempos de la lucha de clases están mediados por las derrotas que el movimiento
obrero sufrió en las últimas décadas.
La relación de fuerzas y las condiciones
materiales resultantes del golpe genocida del ’76, convergieron en la
construcción de una conciencia posibilista y conformista que ató su bienestar a
la consecución de objetivos limitados en los marcos del régimen capitalista.
Bajo los años de la democracia burguesa, una franja enorme del pueblo
trabajador “aprendió a vivir” en las peores condiciones, “naturalizando” la
brutalidad capitalista, trasladándose a la periferia de las ciudades,
masificando las villas miseria en la versión local del Planeta de los Slums
y aceptando condiciones de superexplotación brutales, donde el límite físico
puede ser la vida misma, como ocurre en la construcción.
Los 90’ dejaron una clase obrera
devastada en su conciencia y debilitada en sus fuerzas materiales. Eso explica
su falta de protagonismo durante el 2001. Demás está decir que las traiciones
de la burocracia sindical peronista fueron un factor central en esas derrotas.
Pero la fuerza subjetiva
de una clase es el resultado de múltiples batallas y combates, llevados a cabo
bajo una determinada fortaleza o debilidad social, lo que Gramsci llama “la relación de fuerzas objetiva” y ubica en el primer escalón de la tipología correspondiente.
Los años del kirchnerismo y el crecimiento a base de soja y exportaciones
(previa devaluación del salario obrero) abrieron la posibilidad de la
recuperación objetiva, que fue dando lugar a la subjetiva, pero a niveles más
lentos, porque la conciencia siempre va detrás de la existencia, a veces a una
distancia considerable. Esa maduración estuvo mediada por la enorme división de
las filas obreras, conquista estratégica de la burguesía en el terreno económico
que se convirtió en un factor retardatario de la lucha de clases.
El 20N acelera la
maduración de la autoconfianza obrera. Los tiempos más agudos de la disputa
política motorizan las acciones de la burocracia sindical, en el marco de un
terreno fértil donde la lucha de clases era más bien una expresión de
descontento extendido que ahora asume formas más abiertas. Ese descontento tenía,
necesariamente, que trasladarse a las calles, ante los límites de la oposición
burguesa. Y al trasladarse a las calles alienta a la clase obrera a responder
los ataques que recibe de distintos enemigos. Así, en estas condiciones, se
puede forjar una nueva subjetividad que tienda a superar el peso de las
derrotas pasadas.
Izquierda y movimiento obrero en la declinación
del “modelo”
De los tiempos desacordes
de la realidad nacional emergen las posibilidades de la política revolucionaria
y se ensanchan los marcos para el desarrollo del marxismo como guía para la
acción, en tanto sea capaz de empalmar con la clase obrera “realmente actuante”.
Lenin
decía que el “éxito” de los bolcheviques tenía uno de sus fundamentos en la
férrea disciplina y ponía, como condición de ésta, la más amplia fusión de la
vanguardia revolucionaria con las amplias masas proletarias y no proletarias.
En el escenario de combinación
entre una crisis política en curso y las tendencias a la emergencia de la clase
trabajadora y sus demandas, se abre el abanico para un doble desarrollo de la
izquierda, si es capaz de “fusionarse” con los destacamentos avanzados que la
clase vaya haciendo “nacer”, tomando sus demandas y convirtiéndolas en verdaderas
batallas contra el conjunto del régimen capitalista.
Por un lado, desarrollo en
tanto corriente política que ocupe el lugar “vacante” de la centroizquierda y
la llamada izquierda kirchnerista, hoy en crisis ante la debacle del “modelo”. Pero
esta posibilidad es, al mismo tiempo, la posibilidad de una crisis si la
izquierda no avanza en una construcción “estructural” en la clase trabajadora,
aprovechando las tendencias antes señaladas para buscar conquistar posiciones. Esas
posiciones pueden actuar como el trampolín que permita multiplicar la fuerza de
la vanguardia obrera revolucionaria cuando el elemento más lento de la
situación, el económico, cambie abruptamente y genere respuestas de las masas. Pero esas respuestas no serán el resultado necesario
(en el sentido filosófico) de la crisis. El mismo
Gramsci escribía
“Se puede excluir que las crisis
económicas produzcan, por sí mismas, acontecimientos fundamentales; sólo pueden
crear un terreno más favorable a la difusión de ciertas maneras de pensar, de
plantear y resolver las cuestiones que hacen a todo el desarrollo ulterior de
la vida estatal”. Precisamente tienen
que existir los factores subjetivos capaces de “difundir, plantear y resolver”
las cuestiones que la crisis plantee al movimiento obrero y las masas pobres.
Durante décadas la
izquierda tuvo limitado su acceso al movimiento obrero a gran escala. Si hasta los
años ‘70 esto fue consecuencia de la
relación orgánica establecida con el primer peronismo, durante los ‘80 y ‘90,
esos muros fueron el resultado de las derrotas previas. Pero en los años de recuperación
económica bajo el kirchnerismo, parte de la izquierda revolucionaria, esencialmente
el PTS, avanzó en el movimiento obrero de manera “posicional”, conquistando
bastiones como resultado de importantes batallas, como fueron la defensa de la
gestión obrera en Zanón o la lucha contra la patronal imperialista de Kraft en
el 2009, que parieron dos de las instituciones más representativas del
sindicalismo de base. Hoy esas posiciones conquistadas pueden convertirse en
las bases de un salto a la luz de un mayor desarrollo de las tendencias a la
emergencia del movimiento obrero. De esta forma pueden preparar posiciones aún
mayores que permitan planificar el paso a la “guerra de maniobra”.
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