jueves, 13 de diciembre de 2012

Tiempos desacordes en la situación nacional: crisis, saltos y oportunidades para la izquierda revolucionaria





Por Eduardo Castilla


Los tiempos de la política nacional se desarrollan mediante saltos y giros bruscos, donde el reloj empieza a marcar tiempo de descuento para el gobierno “nac&pop”. Pero así como no existe la linealidad en el desarrollo histórico global, menos aún puede haberla en el análisis de la política coyuntural. Estos cambios abruptos configuran, en su conjunto, el paso de una situación política a otra. Contra todo mecanicismo abstracto o lineal, los tiempos de cada “esfera” o aspecto de la realidad son distintos e influyen, de diversas formas, sobre el conjunto. Trataremos acá de hacer algunos apuntes sobre los tiempos de la situación política, económica y de la lucha de clases, así como de las oportunidades para la izquierda revolucionaria. A propósito de Córdoba, algo sobre esto garabateamos acá

Los “tiempos desacordes” de la situación nacional

Tomando a Bensaïd podríamos apuntar que la “discordancia de los tiempos” en Argentina se expresa con ritmos  y magnitudes distintas en la esfera de la política, la economía y la lucha de clases, partiendo obviamente de analizarlos dentro de una totalidad dinámica.

Los tiempos de la economía están marcados por un declive cada vez mayor del esquema de crecimiento sobre el que se basó el kirchnerismo. En este post del amigo Esteban se señalan los elementos estructurales y coyunturales que explican la decadencia del “modelo”. Pero la economía aún no ha entrado en situación de “catástrofe”, ni siquiera de estancamiento abierto. Asistimos a una desaceleración que tenderá a mantenerse en el 2013 o transformarse en un leve crecimiento. Contra una estabilidad duradera se alzan las tendencias de la situación económica mundial. A favor de esta continuidad inestable están los altos precios de los comoditties y la parcial recuperación de Brasil. Seguramente, las necesidades de “la caja” obligarán al gobierno a mantener medidas que apuntalan la desaceleración, como el cepo cambiario y las restricciones a ciertas ramas que importan. Sólo un salto hacia el capital internacional, cerrando una nueva negociación con los Fondos Buitres y arreglando con el Club de París, podría permitirle sortear en parte ese escenario. Pero esto no parece un camino de rosas ni en el plano de la política doméstica ni en el de las negociaciones internacionales.

Como lo ha mostrado la tradición marxista, no hay linealidad entre la esfera de las tensiones económicas y la de las disputas políticas. Ya Engels señalaba que “La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta --las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados (…) incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes (…) ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma.

Precisamente son los “reflejos” de las luchas reales en el cerebro de los contrincantes, con sus triunfos y derrotas parciales, los que dinamizan la crisis y los tiempos en el terreno de la política, naciendo sobre los factores antes señalados, pero desarrollando su propia lógica.

La política en movimiento

Por un lado emerge abiertamente una crisis entre la Justicia y el poder Ejecutivo. El escandaloso fallo en el caso Marita Verón, pone de manifiesto la continuidad de una justicia retrógrada ligada por múltiples lazos al mundo de la trata. Pero ésta es una de las expresiones. El desafío de la Cámara que prorrogó la cautelar a favor de Clarín por la Ley de Medios, así como la independencia evidenciada por la Corte Suprema, ponen de manifiesto una tensión entre dos poderes del estado, preanunciando crisis futuras. Se trata de un salto en las fisuras dentro del mismo régimen. Si en el período 2009-2011, el Parlamento dominado por la oposición fue una traba al gobierno, asistimos ahora a la impugnación por parte de una corporación sobre la que el Ejecutivo tiene aún menos control. La “independencia” del poder judicial es la que asegura su absoluta dependencia del verdadero poder social en manos de la burguesía.

En ese marco, como se dice acá, “Con la renovación parcial de la Corte Suprema se logró en parte represtigiar al Poder Judicial y al mismo tiempo dejarlo intacto en el resto de sus estratos”. Es ese el rol que empieza a jugar la Corte, poniendo el peso de la “renovación” al servicio de abrir el juego en la transición que se abre con el fin del ciclo kirchnerista.

Junto a esta tensión “intra-régimen” se desarrollan las peleas por la crisis de sucesión dentro del peronismo y las disputas por la emergencia de una oposición política burguesa. La debilidad de las variantes políticas de oposición dentro del arco burgués, hacen que todo esté teñido de una alta volatilidad, generando chisporroteos, crisis políticas provinciales y realineamientos de todo tipo.

Todos estos elementos son el resultado de las limitaciones estratégicas del kirchnerismo, al que podríamos ubicar en un punto intermedio entre “fenómeno de coyuntura” y fenómeno de “carácter orgánico” aunque estuvo más cerca del primero, en tanto fue “del tipo restauración y reorganización y no del tipo característico de la fundación de nuevos Estados y nuevas estructuras nacionales y sociales”. Decimos en un lugar intermedio porque, con todos sus límites, logró imponer una hegemonía duradera sobre franjas amplias de las clases dominantes y de las subalternas, manteniendo una continuidad política y logrando restaurar parte del poder estatal golpeado en las jornadas del 2001.

Pero, a pesar de los diez años transcurridos y las condiciones económicas favorables, en tanto administración provisional del estado burgués y garante de las reglas de la acumulación capitalista, mantuvo el viejo régimen político con modificaciones superficiales. No sólo el “poder real” (del que se ha escrito acá) sino también la superestructura del régimen político: la justicia con dinosaurios retrógrados y los partidos políticos patronales que, más allá de alguna renovación parcial, muestran las viejas caras del menemismo. Que son sino Scioli o De la Sota queriendo disputar la conducción peronista.

Asistimos entonces al declive vertiginoso de CFK, sin crisis económica aguda y en ausencia de radicalización del movimiento de masas, lo que pone de manifiesto lo endeble de la construcción kirchnerista a pesar de años de hegemonía política. Las derrotas recientes anuncian las futuras. El anuncio de un intento (y van) de “pacto social” hacia el 2013 ya empieza a naufragar. A los límites en el plano económico y la ausencia de verdaderos mecanismos de control de precios, se agrega que parte de las burocracias oficialistas tienen, en el interior de sus gremios, fuertes oposiciones sindicales que pueden hacer saltar todo intento de fijar límites en las paritarias. El llamado a “democratizar” la justicia no puede terminar más que una expresión de deseos, como terminó el 7D que era la madre de todas las batallas y terminó siendo menos que una bengala.

Las posibilidades de la emergencia de una nueva subjetividad obrera  

En este marco, los tiempos de la lucha de clases se encuentran en un punto intermedio entre los tiempos de la economía y los de la crisis política. Si los primeros están atenuados por las “ventajas comparativas” de la Argentina en el terreno internacional y los segundos agudizados por la excesiva prepotencia que el 54% le inyectó a la camarilla kirchnerista, los tiempos de la lucha de clases están mediados por las derrotas que el movimiento obrero sufrió en las últimas décadas.

La relación de fuerzas y las condiciones materiales resultantes del golpe genocida del ’76, convergieron en la construcción de una conciencia posibilista y conformista que ató su bienestar a la consecución de objetivos limitados en los marcos del régimen capitalista. Bajo los años de la democracia burguesa, una franja enorme del pueblo trabajador “aprendió a vivir” en las peores condiciones, “naturalizando” la brutalidad capitalista, trasladándose a la periferia de las ciudades, masificando las villas miseria en la versión local del Planeta de los Slums y aceptando condiciones de superexplotación brutales, donde el límite físico puede ser la vida misma, como ocurre en la construcción. Los 90’ dejaron una clase obrera devastada en su conciencia y debilitada en sus fuerzas materiales. Eso explica su falta de protagonismo durante el 2001. Demás está decir que las traiciones de la burocracia sindical peronista fueron un factor central en esas derrotas.

Pero la fuerza subjetiva de una clase es el resultado de múltiples batallas y combates, llevados a cabo bajo una determinada fortaleza o debilidad social, lo que Gramsci llama “la relación de fuerzas objetiva” y ubica en el primer escalón de la tipología correspondiente. Los años del kirchnerismo y el crecimiento a base de soja y exportaciones (previa devaluación del salario obrero) abrieron la posibilidad de la recuperación objetiva, que fue dando lugar a la subjetiva, pero a niveles más lentos, porque la conciencia siempre va detrás de la existencia, a veces a una distancia considerable. Esa maduración estuvo mediada por la enorme división de las filas obreras, conquista estratégica de la burguesía en el terreno económico que se convirtió en un factor retardatario de la lucha de clases.

El 20N acelera la maduración de la autoconfianza obrera. Los tiempos más agudos de la disputa política motorizan las acciones de la burocracia sindical, en el marco de un terreno fértil donde la lucha de clases era más bien una expresión de descontento extendido que ahora asume formas más abiertas. Ese descontento tenía, necesariamente, que trasladarse a las calles, ante los límites de la oposición burguesa. Y al trasladarse a las calles alienta a la clase obrera a responder los ataques que recibe de distintos enemigos. Así, en estas condiciones, se puede forjar una nueva subjetividad que tienda a superar el peso de las derrotas pasadas.

Izquierda y movimiento obrero en la declinación del “modelo”

De los tiempos desacordes de la realidad nacional emergen las posibilidades de la política revolucionaria y se ensanchan los marcos para el desarrollo del marxismo como guía para la acción, en tanto sea capaz de empalmar con la clase obrera “realmente actuante”. Lenin decía que el “éxito” de los bolcheviques tenía uno de sus fundamentos en la férrea disciplina y ponía, como condición de ésta, la más amplia fusión de la vanguardia revolucionaria con las amplias masas proletarias y no proletarias.

En el escenario de combinación entre una crisis política en curso y las tendencias a la emergencia de la clase trabajadora y sus demandas, se abre el abanico para un doble desarrollo de la izquierda, si es capaz de “fusionarse” con los destacamentos avanzados que la clase vaya haciendo “nacer”, tomando sus demandas y convirtiéndolas en verdaderas batallas contra el conjunto del régimen capitalista.   

Por un lado, desarrollo en tanto corriente política que ocupe el lugar “vacante” de la centroizquierda y la llamada izquierda kirchnerista, hoy en crisis ante la debacle del “modelo”. Pero esta posibilidad es, al mismo tiempo, la posibilidad de una crisis si la izquierda no avanza en una construcción “estructural” en la clase trabajadora, aprovechando las tendencias antes señaladas para buscar conquistar posiciones. Esas posiciones pueden actuar como el trampolín que permita multiplicar la fuerza de la vanguardia obrera revolucionaria cuando el elemento más lento de la situación, el económico, cambie abruptamente y genere respuestas de las masas.  Pero esas respuestas no serán el resultado necesario (en el sentido filosófico) de la crisis. El mismo Gramsci escribía “Se puede excluir que las crisis económicas produzcan, por sí mismas, acontecimientos fundamentales; sólo pueden crear un terreno más favorable a la difusión de ciertas maneras de pensar, de plantear y resolver las cuestiones que hacen a todo el desarrollo ulterior de la vida estatal”. Precisamente tienen que existir los factores subjetivos capaces de “difundir, plantear y resolver” las cuestiones que la crisis plantee al movimiento obrero y las masas pobres.

Durante décadas la izquierda tuvo limitado su acceso al movimiento obrero a gran escala. Si hasta los  años ‘70 esto fue consecuencia de la relación orgánica establecida con el primer peronismo, durante los ‘80 y ‘90, esos muros fueron el resultado de las derrotas previas. Pero en los años de recuperación económica bajo el kirchnerismo, parte de la izquierda revolucionaria, esencialmente el PTS, avanzó en el movimiento obrero de manera “posicional”, conquistando bastiones como resultado de importantes batallas, como fueron la defensa de la gestión obrera en Zanón o la lucha contra la patronal imperialista de Kraft en el 2009, que parieron dos de las instituciones más representativas del sindicalismo de base. Hoy esas posiciones conquistadas pueden convertirse en las bases de un salto a la luz de un mayor desarrollo de las tendencias a la emergencia del movimiento obrero. De esta forma pueden preparar posiciones aún mayores que permitan planificar el paso a la “guerra de maniobra”.


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