Por Eduardo Castilla
Hace pocos días Juan Carlos Torre, uno de
los principales estudiosos del movimiento obrero argentino escribió
acerca de las pujas al interior del peronismo, como expresión de la lucha por “la hegemonía sobre el principal partido
nacional del país y, en ese carácter, un recurso estratégico para definir el
derrotero del futuro político de la Argentina”. Dada la crisis que
atraviesa el conjunto de la oposición patronal (cómo se evidencia por ejemplo acá)
se puede decir que esta afirmación tiene validez, en tanto y en cuanto se
concretice el carácter de ese “recurso estratégico”.
Pocos días después, Edgardo Mocca, desde el
extremo opuesto del arco político y cultural, señalaba en la
revista Debate que “hoy Perón sigue siendo, casi cuatro décadas
después de su muerte, protagonista de la batalla política” y que “de
la tradición peronista provino la dirección del proceso de transición que
sucedió a la catástrofe de fines de 2001 y los gobiernos elegidos con
posterioridad (…) tanto el gobierno de Cristina Kirchner como sus principales
desafiantes actuales abrevan en esa historia o procuran establecer sólidas
alianzas con sus portadores (…) no es extraño que la batalla sucesoria ponga la
invocación peronista en el centro de la escena”
La “invocación peronista” se extiende a
través de la geografía política argentina, desde el mismo gobierno hasta Moyano
y De la Sota que, hace pocos días, se despachó con una versión
“novedosa” (por no decir absurda) de un Perón “antiautoritario” allá por el año
74. Sí, 74, leyeron bien. El año del Navarrazo, del despliegue abierto del accionar
de las Tres A, de la reforma del Código Penal y del ataque a los “estúpidos
imberbes” en Plaza de Mayo. Los afiches que convocaban a este acto del día
de la Lealtad, mostraban una foto de Rucci junto a Perón, reivindicando, como
ya lo viene haciendo,
a la histórica derecha peronista.
Si quienes disputan el movimiento “desde la
derecha” acuden a una figura central del período como fue el burocrático
dirigente de la UOM y la CGT, quiénes pretenden hacerlo “desde la izquierda” apelan
al Perón “nacional y popular”. En su intento de justificar al gobierno toman,
degradadas, parte de las banderas del peronismo histórico, pero aggiornado, para
acomodarlo al momento actual. De lo contrario, se corre el riesgo de terminar
chocando con su propio gobierno.
La
“teoría” de la “contradicción principal”
En estos días de discusión acerca del
peronismo, la misma se agudizó por la reciente votación de la modificación del
régimen de las ART. Allí el gobierno puso de manifiesto su claro carácter
pro-patronal, despertando el rechazo de propios y extraños, como se vio en las
columnas de periodistas de Página12
y en las protestas de muchos blogueros
K.
La ley Mendiguren obligó
nuevamente a hacer malabares para seguir justificando el apoyo al gobierno. Frente
a eso, en este blog se resucitó la “teoría”
de la “contradicción principal” que impone el apoyo al gobierno, más allá de
las contradicciones “secundarias”. Esta definición es tan vieja como el
peronismo mismo y fue utilizada para justificar el apoyo al nacionalismo
burgués en sus orígenes por muchas corrientes políticas de izquierda. Carlos
Altamirano relata
que la ruptura de Rodolfo Puiggrós con el PC significó, en lo teórico-político,
la utilización de “los mismos términos y
los mismos enunciados de base respecto del proletariado, el imperialismo, la
independencia económica, la burguesía nacional (…) para formular una definición
diferente del peronismo y de los dos campos antagónicos-la contradicción
principal-(…) el gobierno peronista representaba a la burguesía nacional y la
táctica justa era aliarse e incluso colaborar con él en la lucha contra el
imperialismo”. (pág. 31)
Abel Fernández, a pesar de su rechazo a la
aprobación de la reforma de las ART retoma esta discusión para afirmar que “Las grandes empresas son mucho más hostiles
que el sindicalismo al control del Estado; además, la mayoría de ellas, las más
poderosas, son extranjeras, lo que agudiza el conflicto. Y si considero que
éste es el enfrentamiento estratégico, es porque estoy convencido que el Estado
argentino necesita desarrollar más, no menos, poder”.
Si la contradicción principal para Puiggrós,
y el conjunto de la llamada “izquierda nacional”, fue entre “imperialismo y
nación”, para el kirchnerismo la actual contradicción supone la aceptación de
la dominación imperialista, pero con “control” por parte del estado nacional. Si
el peronismo de los orígenes no pudo resolver las contradicciones profundas que
implicaba superar la tutela imperial sobre el estado nacional, menos aún lo
podrá hacer el kirchnerismo.
Ascenso
y límites históricos del nacionalismo burgués
Un desarrollo mayor de esta discusión se
puede leer acá,
pero nos parecía central volver sobre los límites de las experiencias
nacionalistas-burguesas, porque ponen al desnudo que “la contradicción
principal” no pudo ser resuelta por las mismas, ni siquiera en su momento de mayor
independencia del imperialismo.
Los nacionalismos burgueses que irrumpieron
en la escena latinoamericana en los años 50 y 60 fueron, entre otros motivos, subproducto
de los límites de la hegemonía imperialista en la región con el “todavía no” de
un pleno dominio de EEUU y el “ya no más” del dominio británico. Tanto Vargas
en su último período, como Perón, Arbenz y Paz Estensoro (MNR) en Bolivia
expresaron esta tendencia. Pero los mismos mostraron toda su impotencia social
y política para enfrentar el dominio imperialista.
Liborio
Justo cita a uno de los intelectuales que justificaban
al MNR, quien escribía “En nuestros países, que aún tienen pendiente su
problema nacional, las fuerzas sociales, como resultado de su evolución
‘desigual’, se han debilitado de tal manera que ya no pueden expresarse
mediante partidos políticos únicos y sólo lo hacen a través de frentes
nacionales de clase, con intereses coincidentes en el momento de las
insurrecciones decisivas (…) con este carácter, embrionariamente policlasista
se han impuesto -aunque con diferentes matices-entre nosotros, el “Frente de
Liberación Nacional” en Guatemala, el “Peronismo” en Argentina, y el Movimiento
Nacionalista Revolucionario” en Bolivia”.
Pero en la Revolución Boliviana de 1952, el MNR enfrentó el ascenso de
las masas, intentando liquidar las tendencias abiertas con la insurrección del
9 de abril del 52, donde la clase obrera había conquistado sus milicias y
derrotado al ejército, dando origen a un “doble poder” expresado, por un lado
en el “camarada presidente” y, por otro, en las organizaciones sindicales y en
la COB en particular. Paz Estensoro oponía la realización de la “revolución
nacional” a la de la “revolución social” como freno al desarrollo de la lucha
de clases, lo que llevó al retroceso del ascenso y a un giro creciente a la
derecha en los años posteriores (ver acá).
Para ilustrar la
impotencia política frente al avance de la hegemonía imperialista en la región,
Milcíades Peña, en sus textos sobre el peronismo, afirma que “En junio de 1954, Castillo Armas y sus bandoleros ocupan Guatemala. En Agosto,
tras una campaña de escándalo bien orquestada, los generales brasileños
suicidan a Getulio Vargas, quien molesta al capital brasileño-norteamericano
con proyectos de salario mínimo, introducidos “como criminal fermento de
agitación en el seno de la clase trabajadora” (…) Más de un antiperonista
pensó, en Buenos Aires, que había llegado el momento de merecer el tercero” (Pág. 521)
Del conjunto de estos
procesos, el mismo
Che Guevara, en abril de 1961 extraía la conclusión de que “En muchos países de América existen contradicciones objetivas en las
burguesías nacionales que luchan por desarrollarse y el imperialismo (…) no
obstante estas contradicciones, las burguesías nacionales no son capaces, por
lo general, de mantener una actitud consecuente de lucha frente al
imperialismo. Demuestran que temen más a la revolución popular que los
sufrimientos bajo la opresión y el dominio despótico del imperialismo” (Cuba: ¿Caso excepcional o vanguardia en la
lucha contra el colonialismo?)
En Argentina, el golpe
contra el peronismo puso de manifiesto que la “representación política de la burguesía
nacional” era “inconsecuente” (y absolutamente cobarde añadamos) en la pelea frente
al imperialismo. Alejandro
Horowicz afirma que “más
que en las dotes militares de Lonardi, más que el arrojo de sus oficiales, más
que en su capacidad de nuclear en su torno, la victoria se alienta en un solo
punto: la decisión de Perón de no combatir” (pág. 164). Por su parte Peña, detallará: “el único éxito importante de la “Revolución Libertadora” fue la
captura del gobierno en la provincia de Córdoba, con la activa colaboración
armada de la pequeño-burguesía, la burguesía y el clero locales” (pág. 528).
Como ya hemos señalado en este blog, en Córdoba, el
55’ evidenció un “carácter verdaderamente
masivo que revistió el apoyo al golpe de la Libertadora por parte de amplias franjas
de la población cordobesa, incluidos sectores del movimiento obrero”.
Si el peronismo de los orígenes no fue
capaz de enfrentar al imperialismo seriamente, como no lo hizo el conjunto de
los nacionalismos burgueses, el kirchnerismo, como versión ultra-degradada sólo
puede esbozar un discurso vacío. Ya no se “combate” por la “liberación
nacional” ni contra el dominio imperialista en el país aunque éste, en choque
directo con todos los discursos, se haya profundizado como hemos reseñado acá.
1946,
1952 y 2012
En su explicación de los límites del
gobierno, Abel se ve obligado a aclarar que “Este gobierno no es el del Perón que inicia su mandato en 1946: no
cuenta con la adhesión política de la gran mayoría de las Fuerzas Armadas y de
Seguridad, ni con una estructura militante del sindicalismo (ni tampoco con el
apoyo de la Iglesia, dicho sea de paso). Está respaldado por la legitimidad de
los votos y la Constitución. No es el gobierno de Perón, porque la Argentina de
hoy dista mucho de la
del ´46”.
En realidad se parece (y mucho) al gobierno
que se inicia en el 52. Por esos años, Perón afirmó
que los trabajadores “han estado
sumergidos, pobrecitos, durante cincuenta años: por eso yo los he dejado que
gastaran y que comieran y que derrocharan durante cinco años todo lo que
quisieran (…); pero indudablemente, ahora empezamos a reordenar para no
derrochar más”
Si el Congreso de la Productividad y los
límites a los pedidos salariales en ese momento fueron funcionales a las
necesidades de una clase capitalista que había visto degradarse sus ganancias y
a la necesidad de obtener la entrada de capitales extranjeros que aportaran a
la modernización de la estructura industrial, la Ley de reforma sobre las ART viene
a tomar uno de los principales reclamos del conjunto de la patronal desde hace
años. De allí el alborozo empresarial.
La “nacionalización” de YPF no se distancia
del convenio con la Standard Oil. Lejos de cualquier épica antiimperialista, la
“ofensiva” es hacia la captación de capitales como se reseña acá.
Incluso el mismo gobierno tiene que poner “paños fríos” como lo ilustra esta
nota del Cronista que indica que “El
propio Kicillof (…) admitió que en 2013 habrá que importar crecientes
cantidades de hidrocarburos, debido a que la nacionalización de YPF no alcanza
para "solucionar el problema energético en 15 minutos".
Si el peronismo del 46 fue capaz de
conquistar al movimiento de masas y cautivar a sectores nacionalistas y de
izquierda con su retórica antiimperialista y algunas medidas contra sectores
del capital extranjero, el peronismo que gobierna desde 1952 “tendía aceleradamente a adecuarse a las
necesidades y exigencias de sus enemigos” (Peña, 519).
Desde esa óptica, el gobierno de CFK, ley
de las ART mediante, tiende a cumplir, a pie juntillas, las exigencias de los
enemigos de los trabajadores. Sin tapujos, prefiere girar a su derecha
claramente. El reciente movimiento de “inflar el presupuesto” para garantizar
un pago mayor de intereses a los fondos buitres (que no “respetan” ni a la
Fragata Libertad) va en ese sentido. Si el primer peronismo logró atraer a
sectores de la intelectualidad y la izquierda por su discurso antiimperialista,
la actual retórica vacía “nac&pop” sólo puede justificarse a la luz del más
brutal conformismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario