Eduardo Castilla
El libro De la Revolución
Libertadora al Cordobazo, de reciente aparición y escrito por el intelectual
cordobés César
Tcach, aporta una serie de datos muy relevantes que permiten recorrer la
historia de la provincia en años de importantes transiciones y cambios no sólo
en Córdoba sino en todo el país.
A grandes rasgos, el
libro se centra en dos aspectos. Por un lado mostrar los elementos anticipatorios de los hechos de Córdoba en
relación a lo que vendría a nivel nacional. De allí el subtítulo del libro “el
rostro anticipado del país”. En segundo lugar, dar un marco contextual de lo
que denomina la “constitución de un proceso de normalidad violenta” en la
cultura política de la provincia.
Más allá de estos
objetivos del autor, el libro, por momentos, cae en una descripción demasiado
exhaustiva de los acontecimientos y en una abundancia de información sobre
dichos y hechos parciales que lleva a desdibujar las principales discusiones
planteadas, no llegando más que parcialmente, a las raíces sociales y políticas
que explican las contradicciones que afloran en la superficie.
Creemos que esto se halla
relacionado con el marco teórico-conceptual que utiliza al autor. Allí la idea
de luchas de clases (y el concepto mismo) se hallan ausentes. Este rechazo del
autor a la utilización de categorías de origen marxista (a pesar de situarse
a sí mismo dentro de una tradición cercana) es un hecho recurrente en la
intelectualidad cordobesa que prefiere apelar a todo tipo de herramientas
teóricas antes de volver a las ideas Marx, Engels, Lenin, Trotsky o el mismo
Gramsci para intentar explicar la realidad.
Creemos que en el caso de
la obra, esto le quita profundidad al análisis, lo que termina convirtiendo al
período en una situación excepcional de la cual no se pueden extraer lecciones así
como tampoco se hace posible algún tipo de analogía más o menos profunda con la
actualidad. Alrededor de ello, hace pocas semanas el autor señaló
en una entrevista que “Los actores sociales que
relata este libro ya no existen”. En ese sentido Del Cordobazo…sólo
tendría un valor histórico.
Creemos que eso no es así
y que muchos de los elementos delineados por el autor siguen presentes en la
realidad provincial. Sobre esto, hemos escrito
algo anteriormente en este blog. Pero además,
Tcach sí esboza conclusiones que pueden extenderse más allá de ese período
histórico. Conclusiones que conducen a una aceptación de las reglas de juego de
la democracia burguesa actual, reglas que no debieron “ser violentadas” en el
período que el autor describe. En este primer post vamos a centrarnos en este
aspecto de lo señalado en el libro.
Córdoba, cuna de la Libertadora
El autor apela a algunos
conceptos tradicionales que ubican a Córdoba como un cruce de caminos entre las
tendencias cosmopolitas y las conservadoras. Recurre aquí a la definición de
“ciudad de frontera” que acuñara Aricó partiendo de la combinación entre tradición
y modernidad, lo laico y lo clerical, lo conservador y lo revolucionario. Lo
hace para expresar la “idea de dos
Córdobas que no se excluyen, sino que conviven y se superponen en un juego de
tensiones irresueltas”. (pág. 14)
Una de ellas es la que se
expresa en el 55’. El libro empieza poniendo de manifiesto el carácter verdaderamente
masivo que revistió el apoyo al golpe de la Libertadora por parte de amplias franjas
de la población cordobesa, incluidos sectores del movimiento obrero[1],
que se expresó en el plano político en la gran participación en los comandos
civiles de sectores de las clases medias y de la enorme mayoría de los partidos
políticos provinciales (en especial de la UCR). Si la iniciativa partió de las
FFAA, la misma contó con una importante reserva política y moral en la
población, sobre todo de las clases medias cordobesas. Frente al nuevo
gobierno, el peronismo cordobés expresó su deseo de que “no fueran molestados los peronistas decentes” (pág. 24) mostrando
un intento de acoplarse al cambio de régimen.
Es sobre ese consenso de
masas en relación al golpe antiperonista, que puede explicarse el protagonismo de
Córdoba en la escena nacional en estos años. Protagonismo que se expresará en
la cantidad de funcionarios que integran los gabinetes y planteles políticos de
los gobiernos elegidos por el voto (con la obvia proscripción del peronismo)
como de los gobiernos directamente militares.
Protagonismo que
encontrará expresión además en el peso de las FFAA que, mediante sus
pronunciamientos imponen y deponen a distintos jefes del ejército elegidos por
Frondizi, como ocurrió a lo largo del año 60. Pero no sólo a jefes militares
sino a los mismos gobernantes, como ocurre en relación al gobierno de
Zanichelli que sufrió la intervención federal, luego de las presiones de la
Guarnición militar provincial. El libro logra poner de relieve el peso de las
fuerzas represivas en la política nacional. Lo que pasó a la historia con el
nombre del “Partido militar” es, por esos años, excluyente actor de los
destinos del país, capaz de derrocar a gobiernos, imponer ministros y definir
líneas de gestión.
Pero en este aspecto, las
conclusiones del libro son débiles al no tomar en cuenta precisamente, la lucha
de clases como categoría explicativa en los procesos históricos. Desde allí es
posible comprender el peso del partido militar y la política destinada a
derrotar al peronismo como expresión política de una clase obrera que, aunque
dirigida por una corriente burguesa, implicaba un desafío a los intentos de
avanzar en un mayor nivel de explotación por parte de la burguesía.
El peronismo y la clase obrera
Precisamente la recurrencia
a la violencia política (lo que Tcach llama “normalidad violenta” o militarización
de la política) no se puede explicar más que por la necesidad de imponer una
derrota de carácter profundo al movimiento obrero. La proscripción del
peronismo en tanto representación política mayoritaria de la clase trabajadora era
parte fundamental de ese objetivo.
La ausencia de una
alternativa política que pudiera canalizar la confianza de las masas obreras y
el fracaso de los distintos proyectos que lo intentaron, dan cuenta de la
necesidad de utilizar métodos de guerra civil (más abierta o más larvada) para
imponer esa derrota. Pero el libro, que revela las disputas al interior de los
partidos y gobiernos, no termina de definir que las mismas se hallan estrechamente
ligadas a esta cuestión.
De la descripción que realiza
Tcach se pueden visualizar a grandes rasgos dos líneas políticas en relación al
movimiento obrero. En primer lugar, una política de integración al régimen
político burgués, pero intentando imponer una ruptura entre la base obrera y la
dirección de Perón en el exilio, aceptando la proscripción del partido
derrocado. En esta línea se inscriben, con matices, distintos políticos y
militares. Tal es el caso de Lonardi (por lo cual fue derrocado), o lo que
expresaba el gobierno de Zanichelli (como parte de la UCRI originaria) que se
referenciaba en la “doctrina obrera de Sabattini” (Pág. 51) así como los intentos
de mediación llevados adelante por el gobierno del radical Justo Páez Molina,
también derrocado junto a Illia. Si bien
se trata de momentos distintos a lo largo del período, es clara su tendencia a
intentar la integración de la clase obrera al régimen.
Sin embargo, la línea
opuesta es la que tuvo hegemonía a nivel social y político en Córdoba,
encontrando expresión en la enorme mayoría de los partidos políticos patronales.
Tendencia que se expresó claramente a través de los pronunciamientos militares
de la Guarnición Córdoba (descriptos casi milimétricamente en la obra) y en la
política de la vieja “aristocracia de la toga” (definición que pertenece a Juan
Carlos Agulla) que fue violentamente antiperonista, censurando toda política
que fuera en el camino de algún tipo de conciliación o diálogo con el peronismo
y el movimiento obrero.
El libro se extiende en
ejemplos de esta línea como cuando señala que “el derrocamiento de Lonardi fue recibido con beneplácito por el
conjunto de la dirigencia política cordobesa” (pág.33) o ejemplifica los
ataques de la cúpula militar contra Zanichelli, acusado de armar grupos
paramilitares. De esta forma se impondrá la intervención de la provincia, avalada
por el propio Frondizi en una especie de versión “de prueba” de lo que después
pasaría a la historia como el Navarrazo. Zanichelli caerá por su política
relativamente conciliadora con el movimiento obrero.
La utopía democrática
Para cerrar esta primera
parte señalemos que el autor demuestra que el bloque social y político que
dominaba Córdoba era refractario a cualquier modificación profunda de la
situación. Pero interpreta ese rechazo casi como una elección puramente racional.
Llegando ya al año del Cordobazo en su narración, el autor llega a preguntarse
si “¿Cuánto de esta oleada de izquierdización
política se hubiese alivianado si el bloque dominante hubiera sido menos
propenso a revolver sus problemas por la violencia?”(Pág.229). Algunas
páginas antes había señalado “la
inconsecuencia de las clases dominantes argentinas con el ideario democrático”
(pág. 207)
Precisamente lo que se
ponía de manifiesto desde 1955 en adelante era la imposibilidad de resolver por
medios democráticos la “cuestión obrera”, como se evidenciaba en los golpes
militares contra los gobiernos que intentaban algún tipo de diálogo. Este es
uno de los puntos centrales sobre los cuáles Tcach brinda explicaciones de poca
profundidad. Si bien señala el carácter social del bloque dominante y la
existencia de sus intereses económicos en el fondo de la política que se lleva
adelante, al prescindir del carácter de lucha de clases que se expresa en todo
el período, su análisis recae en lugares comunes como los que citamos más
arriba que ven posible un “ideario democrático” por parte de la oligarquía que
llevó adelante la Libertadora.
Una democracia “estable”,
con instituciones que no fueran “violentadas” como ocurrió en este período,
sólo era posible como resultado de una fuerte derrota de la clase obrera que
impusiera mayores condiciones de explotación. Este fue el objetivo de una parte
importante de la burguesía.
Al respecto, el libro de
Tcach tiene el mérito de ilustrar de manera clarísima, el peso social y
político de los sectores antiperonistas en Córdoba y sus sucesivas transformaciones.
Bajo la intervención de Nores Martínez, representante de la alta oligarquía
provincial, la “aristocracia de la toga” (que no tenía dinero pero sí vínculos
con el estado) tiende a fusionarse con los nuevos capitales imperialistas y la
burguesía en ascenso. Señala el autor “El
entrelazamiento entre nuevos y viejos actores tenía una lógica: facilitaba a
los primeros hacer pie en la sociedad cordobesa y permitía a los segundos transitar
una vía de prosperidad económica que hiciese honor a sus apellidos patricios.
Asimismo, sus coincidencia entroncaban en una preocupación común, cuál era el
de armonizar las relaciones entre el capital y el trabajo en un contexto de
expansión industrial, Por ese motivo tampoco era ajeno a las motivaciones de la
ACDE[2] el
combate contra la influencia izquierdista o comunista” (pág. 167)
Para estos sectores el
control de lo movimiento obrero, su subordinación y la liquidación del
peronismo como expresión política “herética” (como lo llamó Daniel James) tenía
un carácter estratégico. Córdoba aparecía como la capital del antiperonismo al
mismo tiempo que, de la mano de las inversiones imperialistas, se generaba un
proceso de modernización intenso, lo que implicaba el desarrollo de un poderoso
proletariado industrial. Sobre este punto, elemento constitutivo de la “Córdoba
bicéfala” (al decir del autor) y sus consecuencias volveremos en un segundo
post.
[1] Una anécdota, relatada en
la Voz y citada por Tcach pinta esta situación “En la provincia mediterránea,
la actitud flexible del oficialismo tuvo como correlato una represión
selectiva-no masiva- sobre el movimiento obrero peronista. Esta represión
“blanda” permite explicar las quejas de los obreros antiperonistas nucleados en
la seccional Alta Córdoba de la Unión Ferroviaria, quienes denunciaban que “los
agentes del grupo cegestista ferroviario andan sumamente activos, realizando
reuniones en casas particulares y hasta solicitando audiencias del gobierno””.
Pág. 26
[2] Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa
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