jueves, 6 de septiembre de 2012

Reseña crítica del libro De la Revolución Libertadora al Cordobazo (1º parte. La violencia política)




Eduardo Castilla
 
El libro De la Revolución Libertadora al Cordobazo, de reciente aparición y escrito por el intelectual cordobés César Tcach, aporta una serie de datos muy relevantes que permiten recorrer la historia de la provincia en años de importantes transiciones y cambios no sólo en Córdoba sino en todo el país.
A grandes rasgos, el libro se centra en dos aspectos. Por un lado mostrar los elementos anticipatorios de los hechos de Córdoba en relación a lo que vendría a nivel nacional. De allí el subtítulo del libro “el rostro anticipado del país”. En segundo lugar, dar un marco contextual de lo que denomina la “constitución de un proceso de normalidad violenta” en la cultura política de la provincia.
Más allá de estos objetivos del autor, el libro, por momentos, cae en una descripción demasiado exhaustiva de los acontecimientos y en una abundancia de información sobre dichos y hechos parciales que lleva a desdibujar las principales discusiones planteadas, no llegando más que parcialmente, a las raíces sociales y políticas que explican las contradicciones que afloran en la superficie.
Creemos que esto se halla relacionado con el marco teórico-conceptual que utiliza al autor. Allí la idea de luchas de clases (y el concepto mismo) se hallan ausentes. Este rechazo del autor a la utilización de categorías de origen marxista (a pesar de situarse a sí mismo dentro de una tradición cercana) es un hecho recurrente en la intelectualidad cordobesa que prefiere apelar a todo tipo de herramientas teóricas antes de volver a las ideas Marx, Engels, Lenin, Trotsky o el mismo Gramsci para intentar explicar la realidad.  
Creemos que en el caso de la obra, esto le quita profundidad al análisis, lo que termina convirtiendo al período en una situación excepcional de la cual no se pueden extraer lecciones así como tampoco se hace posible algún tipo de analogía más o menos profunda con la actualidad. Alrededor de ello, hace pocas semanas el autor señaló en una entrevista que Los actores sociales que relata este libro ya no existen”. En ese sentido Del Cordobazo…sólo tendría un valor histórico.
Creemos que eso no es así y que muchos de los elementos delineados por el autor siguen presentes en la realidad provincial. Sobre esto, hemos escrito algo anteriormente en este blog. Pero además, Tcach sí esboza conclusiones que pueden extenderse más allá de ese período histórico. Conclusiones que conducen a una aceptación de las reglas de juego de la democracia burguesa actual, reglas que no debieron “ser violentadas” en el período que el autor describe. En este primer post vamos a centrarnos en este aspecto de lo señalado en el libro.

Córdoba, cuna de la Libertadora

El autor apela a algunos conceptos tradicionales que ubican a Córdoba como un cruce de caminos entre las tendencias cosmopolitas y las conservadoras. Recurre aquí a la definición de “ciudad de frontera” que acuñara Aricó partiendo de la combinación entre tradición y modernidad, lo laico y lo clerical, lo conservador y lo revolucionario. Lo hace para expresar la “idea de dos Córdobas que no se excluyen, sino que conviven y se superponen en un juego de tensiones irresueltas”. (pág. 14)
Una de ellas es la que se expresa en el 55’. El libro empieza poniendo de manifiesto el carácter verdaderamente masivo que revistió el apoyo al golpe de la Libertadora por parte de amplias franjas de la población cordobesa, incluidos sectores del movimiento obrero[1], que se expresó en el plano político en la gran participación en los comandos civiles de sectores de las clases medias y de la enorme mayoría de los partidos políticos provinciales (en especial de la UCR). Si la iniciativa partió de las FFAA, la misma contó con una importante reserva política y moral en la población, sobre todo de las clases medias cordobesas. Frente al nuevo gobierno, el peronismo cordobés expresó su deseo de que “no fueran molestados los peronistas decentes” (pág. 24) mostrando un intento de acoplarse al cambio de régimen.
Es sobre ese consenso de masas en relación al golpe antiperonista, que puede explicarse el protagonismo de Córdoba en la escena nacional en estos años. Protagonismo que se expresará en la cantidad de funcionarios que integran los gabinetes y planteles políticos de los gobiernos elegidos por el voto (con la obvia proscripción del peronismo) como de los gobiernos directamente militares.
Protagonismo que encontrará expresión además en el peso de las FFAA que, mediante sus pronunciamientos imponen y deponen a distintos jefes del ejército elegidos por Frondizi, como ocurrió a lo largo del año 60. Pero no sólo a jefes militares sino a los mismos gobernantes, como ocurre en relación al gobierno de Zanichelli que sufrió la intervención federal, luego de las presiones de la Guarnición militar provincial. El libro logra poner de relieve el peso de las fuerzas represivas en la política nacional. Lo que pasó a la historia con el nombre del “Partido militar” es, por esos años, excluyente actor de los destinos del país, capaz de derrocar a gobiernos, imponer ministros y definir líneas de gestión.
Pero en este aspecto, las conclusiones del libro son débiles al no tomar en cuenta precisamente, la lucha de clases como categoría explicativa en los procesos históricos. Desde allí es posible comprender el peso del partido militar y la política destinada a derrotar al peronismo como expresión política de una clase obrera que, aunque dirigida por una corriente burguesa, implicaba un desafío a los intentos de avanzar en un mayor nivel de explotación por parte de la burguesía.

El peronismo y la clase obrera

Precisamente la recurrencia a la violencia política (lo que Tcach llama “normalidad violenta” o militarización de la política) no se puede explicar más que por la necesidad de imponer una derrota de carácter profundo al movimiento obrero. La proscripción del peronismo en tanto representación política mayoritaria de la clase trabajadora era parte fundamental de ese objetivo.
La ausencia de una alternativa política que pudiera canalizar la confianza de las masas obreras y el fracaso de los distintos proyectos que lo intentaron, dan cuenta de la necesidad de utilizar métodos de guerra civil (más abierta o más larvada) para imponer esa derrota. Pero el libro, que revela las disputas al interior de los partidos y gobiernos, no termina de definir que las mismas se hallan estrechamente ligadas a esta cuestión.
De la descripción que realiza Tcach se pueden visualizar a grandes rasgos dos líneas políticas en relación al movimiento obrero. En primer lugar, una política de integración al régimen político burgués, pero intentando imponer una ruptura entre la base obrera y la dirección de Perón en el exilio, aceptando la proscripción del partido derrocado. En esta línea se inscriben, con matices, distintos políticos y militares. Tal es el caso de Lonardi (por lo cual fue derrocado), o lo que expresaba el gobierno de Zanichelli (como parte de la UCRI originaria) que se referenciaba en la “doctrina obrera de Sabattini” (Pág. 51) así como los intentos de mediación llevados adelante por el gobierno del radical Justo Páez Molina, también derrocado junto a Illia.  Si bien se trata de momentos distintos a lo largo del período, es clara su tendencia a intentar la integración de la clase obrera al régimen.
Sin embargo, la línea opuesta es la que tuvo hegemonía a nivel social y político en Córdoba, encontrando expresión en la enorme mayoría de los partidos políticos patronales. Tendencia que se expresó claramente a través de los pronunciamientos militares de la Guarnición Córdoba (descriptos casi milimétricamente en la obra) y en la política de la vieja “aristocracia de la toga” (definición que pertenece a Juan Carlos Agulla) que fue violentamente antiperonista, censurando toda política que fuera en el camino de algún tipo de conciliación o diálogo con el peronismo y el movimiento obrero.
El libro se extiende en ejemplos de esta línea como cuando señala que “el derrocamiento de Lonardi fue recibido con beneplácito por el conjunto de la dirigencia política cordobesa” (pág.33) o ejemplifica los ataques de la cúpula militar contra Zanichelli, acusado de armar grupos paramilitares. De esta forma se impondrá la intervención de la provincia, avalada por el propio Frondizi en una especie de versión “de prueba” de lo que después pasaría a la historia como el Navarrazo. Zanichelli caerá por su política relativamente conciliadora con el movimiento obrero.

La utopía democrática

Para cerrar esta primera parte señalemos que el autor demuestra que el bloque social y político que dominaba Córdoba era refractario a cualquier modificación profunda de la situación. Pero interpreta ese rechazo casi como una elección puramente racional. Llegando ya al año del Cordobazo en su narración, el autor llega a preguntarse si “¿Cuánto de esta oleada de izquierdización política se hubiese alivianado si el bloque dominante hubiera sido menos propenso a revolver sus problemas por la violencia?”(Pág.229). Algunas páginas antes había señalado “la inconsecuencia de las clases dominantes argentinas con el ideario democrático” (pág. 207)
Precisamente lo que se ponía de manifiesto desde 1955 en adelante era la imposibilidad de resolver por medios democráticos la “cuestión obrera”, como se evidenciaba en los golpes militares contra los gobiernos que intentaban algún tipo de diálogo. Este es uno de los puntos centrales sobre los cuáles Tcach brinda explicaciones de poca profundidad. Si bien señala el carácter social del bloque dominante y la existencia de sus intereses económicos en el fondo de la política que se lleva adelante, al prescindir del carácter de lucha de clases que se expresa en todo el período, su análisis recae en lugares comunes como los que citamos más arriba que ven posible un “ideario democrático” por parte de la oligarquía que llevó adelante la Libertadora.
Una democracia “estable”, con instituciones que no fueran “violentadas” como ocurrió en este período, sólo era posible como resultado de una fuerte derrota de la clase obrera que impusiera mayores condiciones de explotación. Este fue el objetivo de una parte importante de la burguesía.
Al respecto, el libro de Tcach tiene el mérito de ilustrar de manera clarísima, el peso social y político de los sectores antiperonistas en Córdoba y sus sucesivas transformaciones. Bajo la intervención de Nores Martínez, representante de la alta oligarquía provincial, la “aristocracia de la toga” (que no tenía dinero pero sí vínculos con el estado) tiende a fusionarse con los nuevos capitales imperialistas y la burguesía en ascenso. Señala el autor “El entrelazamiento entre nuevos y viejos actores tenía una lógica: facilitaba a los primeros hacer pie en la sociedad cordobesa y permitía a los segundos transitar una vía de prosperidad económica que hiciese honor a sus apellidos patricios. Asimismo, sus coincidencia entroncaban en una preocupación común, cuál era el de armonizar las relaciones entre el capital y el trabajo en un contexto de expansión industrial, Por ese motivo tampoco era ajeno a las motivaciones de la ACDE[2] el combate contra la influencia izquierdista o comunista” (pág. 167)
Para estos sectores el control de lo movimiento obrero, su subordinación y la liquidación del peronismo como expresión política “herética” (como lo llamó Daniel James) tenía un carácter estratégico. Córdoba aparecía como la capital del antiperonismo al mismo tiempo que, de la mano de las inversiones imperialistas, se generaba un proceso de modernización intenso, lo que implicaba el desarrollo de un poderoso proletariado industrial. Sobre este punto, elemento constitutivo de la “Córdoba bicéfala” (al decir del autor) y sus consecuencias volveremos en un segundo post.



[1] Una anécdota, relatada en la Voz y citada por Tcach pinta esta situación “En la provincia mediterránea, la actitud flexible del oficialismo tuvo como correlato una represión selectiva-no masiva- sobre el movimiento obrero peronista. Esta represión “blanda” permite explicar las quejas de los obreros antiperonistas nucleados en la seccional Alta Córdoba de la Unión Ferroviaria, quienes denunciaban que “los agentes del grupo cegestista ferroviario andan sumamente activos, realizando reuniones en casas particulares y hasta solicitando audiencias del gobierno””. Pág. 26
[2] Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa

No hay comentarios:

Publicar un comentario