Eduardo Castilla
Hoy se cumplen cuarenta años de
la masacre de Ezeiza,
uno de los hechos centrales de la vida política nacional en los años 70’. Un acontecimiento
de características históricas por varios motivos. Enumeremos: el retorno
esperado de Perón a la Argentina, luego de casi 18 años de exilio, la mayor
movilización de la que se tenga registro en la historia nacional y, por último,
la clara definición política del peronismo gobernante de destrozar a sangre y
fuego a la vanguardia obrera y juvenil que se desarrollaba en Argentina desde
el Cordobazo. Por este conjunto de considerandos es que, precisamente, resulta mezquino
y limitado presentarlo solamente como un episodio de la pelea entre el ala
izquierda y el ala derecha del peronismo.
Ezeiza simboliza el
contradictorio carácter del momento histórico que vive Argentina. Por un lado
es la expresión de un triunfo de la lucha de masas que, luego de 18 años de persecución,
han logrado imponer el retorno del hombre al que identifican con las conquistas
obtenidas en el período 1945-1955. Sólo esto permite entender la magnitud de la
movilización que, según distintas fuentes, puede ubicarse alrededor de dos
millones de personas. El retorno de Perón implicaba la derrota definitiva de
los regímenes que durante casi dos décadas habían intentado doblegar la
resistencia de la clase trabajadora e imponer mayores condiciones de explotación.
Por otra parte, una franja creciente de la juventud avanzada verá en Perón el
líder llamado a hacer avanzar al país en el camino de la “patria socialista”.
Esa franja será la que exprese esencialmente la Tendencia Revolucionaria.
Desde el punto de vista de las
necesidades de la burguesía, el retorno de Perón significaba la necesidad de
apelar a la vieja dirección del movimiento nacionalista para intentar imponer
orden en un país donde la clase trabajadora y las masas protagonizaban un
enorme ascenso desde mayo del 69’ que la dictadura de la llamada Revolución
Argentina no había podido contener ni derrotar.
En esa disyuntiva debía actuar Perón.
Disyuntiva que se resolvió claramente a favor de las necesidades de la clase
dominante. Precisamente por ello, Ezeiza
muestra, como la obertura de una ópera, los elementos que se desarrollarán bajo
el tercer gobierno del General: acción de grupos paramilitares integrados por
matones y el aparato de la burocracia sindical, el uso de la represión abierta
al interior del movimiento peronista y la completa legitimación que otorga el líder
del peronismo a este proceder. La burguesía, en la persona de Perón, se
proponía apelar a métodos de guerra civil contra la vanguardia obrera y juvenil,
como lo mostrará en los meses posteriores la actividad de la Triple A y el Comando
Libertadores de América aquí en Córdoba, luego del Navarrazo.
De la “primavera camporista” al invierno restaurador de Perón
Juan Carlos Portantiero escribió en la revista uruguaya Marcha que “el
viernes 13 de julio, la conspiración a través de un golpe de comando minuciosamente
preparado consiguió su objetivo:
desalojar de la cúpula del estado a quienes mejor habían representado el
contenido movilizador, jacobino, del proyecto democrático votado por el pueblo
el 11 de marzo (…) la experiencia Cámpora, el punto más alto de inserción de
sectores revolucionarios en el aparato del estado, había durado en total, menos
de dos meses” (Baschetti).
La renuncia de Cámpora, ocurrida poco más de veinte días después de Ezeiza,
significó que el poder político pasó a manos de la derecha peronista. Lastiri,
yerno de López Rega, fue el encargado de preparar la transición hacia la vuelta
de Perón. Cámpora, el “leal” delegado del líder durante casi dos años, se había
convertido de la noche a la mañana, en el promotor de cuanto “infiltrado
marxista” rondara en el movimiento peronista.
Aunque es discutible la
definición de los “rasgos jacobinos” del gobierno de Cámpora que hace
Portantiero, queda en evidencia el giro político que se está procesando,
claramente hacia la derecha, en las altas esferas del poder político nacional. Perón
es la cara visible de la restauración del orden y así lo hace saber. En abril
del ‘73, había destituido a Galimberti como delegado nacional de la Juventud
Peronista en el Consejo Superior del Movimiento Nacional Peronista. El “error”
de Galimberti había sido proponer la creación de milicias populares. A la “teoría
del cerco” Perón respondería (al día siguiente de la masacre de Ezeiza) “Conozco perfectamente los que está
ocurriendo en el país. Los que crean lo contrario se equivocan”. Lo
escoltaban Isabelita y López Rega, quién ya era acusado públicamente de
utilizar el Ministerio de Bienestar Social para armar grupos de choque contra
los sectores de la izquierda peronista. Agregará en ese discurso “No hay nuevo rótulos que califiquen a
nuestra doctrina ni a nuestra ideología. Somos lo que las veinte verdades
peronistas dicen”.
De conjunto, Ezeiza era el
anuncio de una política destinada a atacar abiertamente a los dos sectores que
hemos señalado antes. La enorme franja de vanguardia entre la juventud que
luchaba para terminar con la sociedad burguesa y abrir el camino a la
construcción de un sistema social superador y la clase trabajadora que,
partiendo de los ataques capitalistas para aumentar los ritmos de trabajo,
enfrentaba crecientemente a la burguesía y la burocracia sindical.
Frente a ese escenario, las
corrientes de la izquierda peronista mostraron
importantes límites en su preparación estratégica. La masacre de Ezeiza ponía de manifiesto que Perón jugaría un rol abiertamente contrarevolucionario. En función de ese escenario, lejos de combatir cualquier
tipo de ilusión en Perón para ayudar a acelerar la experiencia de las masas con
el viejo líder, hicieron todo lo posible por dejarlo de lado en sus críticas.
Lo consideraban el “puente indispensable” a la relación con las masas. Pero
como ya señalamos en este
post, la ausencia de toda crítica a Perón permitió que este jugara un rol
reaccionario dando legitimidad a todas las acciones contra la vanguardia y la
izquierda.
En segundo lugar, en el marco del creciente accionar de las bandas paramllitares, dejaron de lado cualquier política de educar a las masas en los mecanismos de su propia autodefensa, sustituyendo esa necesidad por su propio armamento y una lógica de guerra de aparatos contra las fuerzas armadas que las llevó a la impotencia.
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