Eduardo Castilla
Finalmente llegó el 18F.
Anunciado casi como una versión light
de los bombardeos de Junio del 55’ por el oficialismo. Nominado como el súmmum
de la actividad republicana por el bloque de la oposición político-mediática. Bloque
que estaría incompleto sin la fracción de la casta judicial que entró en escena
con la muerte de Nisman. Tratemos de analizar más allá de la polarización
ideológica discursiva.
Táctica y estrategia del “golpismo suave”
Si diciembre del 2001 estuvo
marcado por el “Que se vayan todos” la movilización de la tarde de ayer fue una
especie de versión en negativo. No porque los integrantes de la oposición
patronal no se hubieran sumado a anteriores manifestaciones de las clases
medias -como los cacerolazos de 2012 y 2013-, sino porque nunca la exposición
de esa utilización había tomado formas tan declaradas.
Si en aquellas jornada calientes
de inicios de la década pasada, la clase media actuaba como uno de los motores
de un cuestionamiento profundo al régimen político y social imperante, el fin
de ciclo kirchnerista la encuentra motorizando la construcción de una oposición
patronal gorila y reaccionaria. Son las vueltas de la vida, dirían en casa. Un
giro copernicano que viene a (re)demostrar la volatilidad de una clase social
fragmentada a la que la ideología “ciudadana” -que expresó esta movilización-
calza como anillo al dedo.
El 18F buscó, así, ser un paso en
la tarea de aportar a la reconstrucción de un régimen político que no termina
de cuajar a los ojos de la clase dominante. Régimen que encontró sus muletas en
el kirchnerismo para aportar a la recuperación de la autoridad estatal pero
quedó a mitad de camino al no recomponer un sistema de partidos relativamente estable.
De allí las coaliciones fugaces que vimos en esta década y que, todavía, no han
logrado cuajar en una alternativa política viable.
El medio es el mensaje
La conjunción entre los miles que
ocuparon el espacio de las calles hoy y la cobertura mediática que puso a los
candidatos opositores en el centro de la escena fue total. En una suerte de
asalto al aire, los “voceros” de la marcha, sus “interpretes” fueron Macri,
Carrió, Massa y demás. Hasta Binner tuvo su lugar en la mesa de TN para alentar
a que “la mayoría silenciosa” se identifique con sus candidaturas.
¿Es el 18F un paso cualitativo en
esa construcción? Difícil decirlo. Muchos elementos atentan contra ello. La
alegría inconmensurable de Macri o la euforia mal simulada de Nelson Castro
reflejan el intento de darle una “mística” mayor a la movilización. Los números
difundidos por Clarín y la Metropolitana (400mil asistentes) dan cuenta de esa
construcción simbólica que intentar mostrar más de lo que efectivamente fue.
Operación que no sólo se montó con la marcha en CABA sino también en otras
provincias.
En segundo lugar la similitud de
“programas” -si se nos permite el concepto- y discurso político limita la
capacidad de explotar esta movilización. Esa limitación se sostiene en la
vacuidad de las consignas convocantes. Definiciones tan amplias como “Justicia”,
“Seguridad” o la repetida “tenemos miedo”, por citar algunas de las más
escuchadas, actúan como una suerte de “significantes vacíos” –Laclau dixit- rellenables
con cualquier contenido. Si la concepción “ciudadana” cuaja abiertamente a las
clases medias, los conceptos ajenos a cualquier delimitación social o de clase
son la matriz de sus definiciones ideológicas.
En el terreno político esa
vacuidad opera como una suerte de “ventaja estratégica” para el oficialismo. Implica
que quienes se movilizaron, y quienes no lo hicieron pero apoyaron desde sus
casas, pueden orientar sus votos hacia Macri, Massa o, incluso, el mismo
Scioli. La vacuidad de las consignas “políticas” puede (y suele) ser la
contracara de la realidad “concreta” de las demandas económicas. Quienes “votan
con el bolsillo” (la víscera más sensible) pueden marchar hoy (por ayer) y
votar mañana (por octubre) al FPV. Desde ese punto de vista, el 18F no pareciera
definir claramente la balanza hacia ningún candidato opositor.
Fin de ciclo para todos y todas
“Nadie me marca la cancha” gruñó
CFK desde temprano el miércoles. Fue la confesión de que nada cambiará. La
marcha, por su propia naturaleza, no podía cambiar nada. Las decenas de miles
que marcharon saben que “el cambio” vendrá en octubre.
El kirchnerismo está obligado a
una fuga hacia adelante. El 18F presiona desde afuera sobre sus propias
contradicciones internas. Debilita a CFK como “gran” electora, impone a Scioli
a una incómoda ambigüedad, habilita las tendencias díscolas.
Pero los factores que hemos
señalado atenúan estos problemas. La relativa estabilidad económica, aún con
elementos recesivos, juega su papel. La atadura de las finanzas provinciales al
estado nacional actúa como una suerte de látigo para quienes quieran sacar los
pies del plato. Por ahora, parece que todo seguirá igual, aunque las tensiones
internas sigan creciendo en cuotas.
La ausencia de la perspectiva
“golpista” implica, necesariamente, la guerra
de desgaste, lo que supone imponer condicionamientos al gobierno y, a largo
plazo, liquidar al kirchnerismo como factor político. Pero sin una recuperación
de figuras políticas fuertes en la oposición, el plan renguea.
Las contradicciones del fin de ciclo no son solamente políticas.
Tampoco son, puramente, propias del kirchnerismo. El agotamiento del patrón de
acumulación que sustentó gran parte de la “década ganada” constituye un problema del conjunto de los partidos que
representan o intentan representar los intereses del capital. Supone una
complejidad de tareas para el gobierno que debería asumir en diciembre de este
año. Entre esas tareas, una no menor será definir una nueva relación de fuerzas
con la clase obrera en función de la rentabilidad del capital en el marco de la
crisis internacional.
La historia reciente no se reduce
a los grandes pronunciamientos de los sectores medios. Han pasado menos de
siete meses del último paro nacional que protagonizó la clase trabajadora. Junto
al 20N y al 10A del 2014, esas fueron también grandes acciones nacionales que
golpearon al gobierno. A esa fortaleza se enfrentará el próximo gobierno.
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