Eduardo Castilla
A esta altura resulta difícil escribir algo nuevo o más emotivo de lo que ha
sido dicho. Pero escribir ayuda a procesar la tristeza, a aclarar las ideas y a
recordar más plenamente a Leo. Las decenas o cientos de mails, las notas y
comentarios en Facebook, los cientos de mensajes de texto o wassap, todo dice
que Leo era un tipo terriblemente querido. Será por eso, entre otras cosas, que
hace días no paramos de llorar. Como le debe haber pasado a casi todos es
imposible darle al teclado sin tener los ojos húmedos o, directamente, llenos
de lágrimas. Una pérdida muy dura. Un imprescindible al decir de Bertolt Brecht.
Conocí a Leo de manera muy general aunque nos vimos decenas de veces, compartiendo
congresos, actos, reuniones o incluso alguna que otra juntada social. Conocí su
enorme jovialidad y esa sonrisa que tenía siempre a flor de piel. Tengo fresca una
de las última escenas donde lo vi personalmente, en el último congreso del
partido hace un año, donde compartíamos chistes con él y con el compañero
Sergio. Una escena que, seguramente, podía repetirse con otros personajes en la
Panamericana, en la puerta de Pepsico o en cualquier lugar donde Leo estuviera.
Lo conocí y me parecía un tipo lleno de vida. Por eso, en estos días, no
pude evitar acordarme del hermoso poema que Mario Benedetti le escribe a Roque Dalton.
el hecho es que
llegaste
temprano al buen humor
al amor cantando
al amor decantado
al ron fraterno
a las revoluciones
pero sobre todo llegaste temprano
demasiado temprano
a una muerte que no era la tuya
y que a esta altura no sabrá qué hacer
con tanta vida.
temprano al buen humor
al amor cantando
al amor decantado
al ron fraterno
a las revoluciones
pero sobre todo llegaste temprano
demasiado temprano
a una muerte que no era la tuya
y que a esta altura no sabrá qué hacer
con tanta vida.
Demasiada vida había en Leo. Demasiada para una muerte tan
temprana.
Teníamos casi la misma edad, yo un año menos. Y entramos
casi al mismo tiempo a militar, allá a mediados de los 90’, años de
individualismo y mediocridad, años donde había que plantarse para defender las
ideas revolucionarias y, también, la militancia en la izquierda y la militancia
en general. Fuimos una generación de luchadores contra la corriente,
“fanáticos” de una causa que la sociedad entera creía absurda. La materia prima
que alimentaba nuestra militancia todos los días estaba en los libros, en
aquellos textos imposibles de conseguir en las librerías, en esos escritos de
Trotsky y Lenin que nos recordaban que había habido una gran revolución en
Rusia. Allí radicaba la fuerza de nuestras ideas y de allí salía la convicción
que llevó a muchos, Leo entre ellos, a insertarse en el movimiento obrero. De
esa convicción estratégica salían las armas para forjar la realidad. Y la
realidad fue forjada.
Una tradición y una
estrategia
León Trotsky escribió en el Prólogo de Mi
vida que “el deber primordial de un revolucionario es conocer las leyes que
rigen los sucesos de la vida y saber encontrar, en el curso que estas leyes
trazan, su lugar adecuado. Es, a la vez, las más alta satisfacción personal a
que pueda aspirar quien no une la misión de su vida al día que pasa”.
Sin haber conocido profundamente a Leo creo que esa máxima –o su esencia-
guiaban su vida. El “día que pasa” no puede ser nunca la norma para quiénes se
proponen un trabajo gris y cotidiano como el que Leo y muchos compañeros llevaron
adelante durante años en el movimiento obrero. Cada día de ese trabajo gris era
un paso en la construcción de trincheras para la guerra de clases.
Leo fue parte de quienes levantaron esa trinchera. Junto a sus manos las de
los Camilo Mones, los Oscar Coria, los Rubén Matu, los Eduardo Ayala, las Katy
Balaguer, las Lorenas Gentiles, los José Montes. Una lista recortada arbitrariamente
en honor a la brevedad, por la que se piden las disculpas del caso. Esas manos,
y las de compañeros no obreros dirigentes del PTS, ayudaron a crear esa gran
trinchera que hoy es la zona Norte del Gran Buenos Aires.
Hoy la clase obrera de esa estratégica región es parte de la historia
argentina de las últimas décadas. Una historia que se proyecta hacia el futuro.
Esa historia que se forjó en las luchas de Pepsico y en la de Kraft. Que se sigue
forjando en Donnelley y en Lear. Así, en cada una de esas grandes gestas está
un pedacito de Leo.
En la gestión obrera de Madygraf está la tradición de lucha que se empezó
a forjar hace más de 15 años, contra viento y marea, cuando hasta la izquierda autodefinida
como trotskista miraba con escepticismo a la clase obrera.
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En Historia de la revolución rusa León Trotsky señalaba que la revolución de febrero había sido dirigida
por los obreros educados por el partido de Lenin. Trotsky los definía, genéricamente,
como los “Kajurovs”: caudillos obreros formados en la tradición revolucionaria,
que habían asimilado la experiencia de la revolución de 1905 y que eran capaces
de guiarse en los acontecimientos con sus propios postulados, interpretando con
su propia cabeza los hechos.
Leo fue una suerte de Karujov moderno al que le faltó su revolución de
febrero, como nos falta a todos, como también nos falta nuestro 1905. Como dijo
Fernando Rosso, nacimos a la vida política viendo a la clase obrera retroceder.
Leo evidenciaba ser un obrero con sus propios criterios, con su propia
capacidad de reflexión y análisis, con sus posiciones políticas que todos los
que hemos compartido reuniones recordamos. Nuestra revolución futura va a
extrañar a Leo. Le faltará ese “Kajurov” criollo de la zona Norte del Gran
Buenos Aires.
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Vivimos en una sociedad
terrible. León Trotsky escribió
que la vida es hermosa. Les legó a las generaciones futuras la tarea de
librarla de toda explotación y opresión existentes. Hasta ahora no hemos podido
cumplir ese legado.
Y la materialidad de esas formas de opresión es constante, es densa, pesada
y cruel. Y es una carga también para los y las revolucionarias.
La vida de los y las revolucionarias
tiene, en épocas reformistas, un sabor agridulce. Cada pequeño triunfo entraña
duros sacrificios y los éxitos pueden ser efímeros. Aun hoy, es una vida a
contracorriente de la enorme mayoría de la sociedad aunque la izquierda goce de
niveles de aceptación política inéditos en los 90’. Aun hoy hay que batallar diariamente
por darle sustento y fortaleza a nuestras ideas.
La muerte de un revolucionario es siempre temprana. Por definición, aún nos
quedan cosas por hacer. Porque nuestro objetivo estratégico es una sociedad sin
clases y la esencia de nuestras vidas es la lucha constante por ese objetivo. Nuestro
tiempo es siempre escaso.
Cada camarada que nos deja se lleva un pedazo de nosotros. Solo lo sabemos
y lo sentimos plenamente –y duramente- cuando ya no están. En ese marco la muerte
infligida por mano propia no puede dejar de doler miles de veces más.
Cuando me enteré de la muerte de Leo le escribí a Sergio que lo conoció
mucho más que yo. Él me dijo que Leo era “un tipo de diez”. Me quedo con esa
definición, precisa y clara para cerrar este post.
¡Camarada Leo Norniella,
hasta la victoria del socialismo!
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