Eduardo Castilla
“El capital
no pregunta por el límite de vida de la fuerza de trabajo. Lo que a él
le interesa es, única y exclusivamente, el máximo de fuerza de trabajo que
pueda movilizarse y ponerse en acción durante una jornada. Y para conseguir
este rendimiento máximo, no tiene inconveniente en abreviar la vida de la
fuerza de trabajo”.
Karl
Marx, El Capital. Pág.208
En el anterior post
hicimos una definición general acerca del carácter de los sindicatos clasistas
SiTraC-SiTraM. Allí criticábamos a una de las corrientes de investigación más
importantes (Gordillo-Brennan) por el marcado énfasis en limitar al clasismo a
un fenómeno esencialmente anclado en la “honestidad” de los dirigentes. Dicha
concepción resalta que los obreros siguieron a los mismos -socialistas, de
izquierda, no peronistas- en función de esa honestidad y no por sus posiciones
ideológicas y políticas.
Pero si el clasismo sólo era un fenómeno
de dirigentes honestos que no podían “alterar” la fuerte identidad peronista de
su base ¿cómo se explica la brutalidad con la que fue atacado por el
conjunto de las instituciones del régimen y por la misma patronal? ¿Dónde
residía el peligro del clasismo?
Más allá de su conciencia, los obreros
que protagonizaron SiTraC-SiTraM jugaron un rol revolucionario en el período y
lo hicieron a partir de poner de cuestión el control capitalista de la
producción al interior de las plantas de Fiat, el “modelo” de la burocracia
sindical peronista y la conciencia de conciliación de clases impuesta por la
misma. Aquí nos referiremos al primer aspecto.
Capital, explotación y control
obrero
La vida obrera valía nada para la
patronal de la Fiat. La frase de Marx que encabeza la nota podría describir la
situación del conjunto de los trabajadores de las plantas italianas. Las
condiciones completamente insalubres en la Forja -que llegó a ser tristemente
conocida como “el cementerio de obreros”-, el “acoplamiento” de máquinas (un
operario trabajando en dos máquinas al mismo tiempo) y los pagos por
productividad[1]
eran parte de los mecanismos con los que la patronal italiana imponía brutales
ritmos de explotación a los trabajadores, incluso superiores a otras
multinacionales automotrices.
Junto a las demandas salariales
postergadas, precisamente en el corazón de la producción se desarrollaron los
mayores cuestionamientos por parte de los nuevos sindicatos clasistas y se
produjeron los mayores choques entre patronal y trabajadores en la medida en
que estos avanzaron en enfrentar los ritmos de producción y las condiciones que
hacían de la vida obrera un verdadero infierno.
El primer eslabón de una cadena: la toma
de fábrica
Señalamos antes la importancia que había
tenido la toma de fábrica como método de lucha para imponer el reconocimiento
de la Comisión provisoria luego de dos meses de negociaciones impotentes. A
partir de esta gran acción y de su triunfo se fortalecerá la conciencia de los
trabajadores y la confianza en sus propias fuerzas.
En términos globales la toma de fábrica
pone en cuestión el poder capitalista sobre la misma. El control sobre la
propiedad privada del conjunto de los medios de producción (maquinarias,
inmuebles, etc.) se demuestra endeble y atado a la relación de fuerza
establecida entre asalariados y capitalistas.
León Trotsky, a fines de la década del 30’,
afirmaba que “independientemente de las reivindicaciones de los huelguistas, la
ocupación temporaria de las empresas asesta un golpe al fetiche de la propiedad
capitalista. Toda huelga, con ocupación, plantea en la práctica, el problema de
saber quién es el dueño de la fábrica: el capitalista o los obreros”[2]. Esta definición
no describe un fenómeno pasajero sino una constante cuando los procesos de la
lucha de clases se radicalizan.
La toma de fábrica significa un golpe al
fetiche de la propiedad privada pero esto no la convierte, en sí misma,
en un hecho revolucionario[3].
Sin embargo, como bien señala Lenin, “el “elemento espontáneo” no es sino la forma
embrionaria de lo consciente”[4].
La toma de planta, que permitió imponer el triunfo en mayo del 70’, colaborará
al acelerado proceso de avance de la conciencia, transformando lo episódico
en permanente y abriendo, de este modo, el camino a un cuestionamiento
profundo del control patronal sobre la producción.
Control obrero y dualidad de poder
James Brennan afirmará que “Durante los
meses siguientes, estos jóvenes trabajadores se apresuraron a cambiar la vida
fabril y a hacer del nuevo SiTraC el instrumento de una vigorosa democracia
del lugar de trabajo. Los problemas laborales se discutían abiertamente en
los departamentos y las decisiones se tomaban a través de la deliberación (…)
las asambleas generales abiertas realizadas en la fábrica surgieron casi como
una institución de nuevo SiTraC (…) para decidir virtualmente todas las
cuestiones referidas a la base fabril: problemas con la aceleración de
los ritmos de producción, negociaciones colectivas y hasta quejas por la pobre
calidad de la comida que se servía en el bufé de la fábrica” (p.228-229,
resaltado propio). A su vez, James afirmaba que “para los empleadores, el cuestionamiento de
las condiciones de trabajo por los nuevos dirigentes representaba un desafío
directo a la autoridad patronal” (p.308)
Las denuncias de la patronal contra la
“insubordinación y la anarquía” en las plantas expresaba este horror al control
obrero. Lo que se ponía en escena era la posibilidad para los trabajadores de
revertir años de derrotas y de imposición de formas brutales de
superexplotación, la posibilidad de cuestionar la dictadura que se ejercía
abiertamente por parte de la patronal que, al decir de Marx, convierte a los
obreros en apéndices de la máquina. Asimismo quedaba en evidencia que los trabajadores
podían opinar y decidir sobre el proceso de producción en su conjunto,
modificando la forma en que se llevaba a cabo en función de garantizar su salud
mediante tareas y una jornada menos agotadora.
Esto significaba la aparición de una dualidad
de poder al interior de las plantas, es decir de la existencia de una
contradicción insalvable dentro de las unidades productivas entre los intereses
materiales del capitalista y los de los trabajadores. Esa contradicción no
podía perpetuarse. Requería ser resuelta y los métodos de resolución eran
acordes al momento histórico marcado por la revolución y la contrarrevolución.
Doble poder y lucha de clases
Los sindicatos clasistas “desbordaron” su
función de pelear sólo por la mejora de la venta de la fuerza de trabajo
iniciando el camino del cuestionamiento al poder del capital al interior de las
fábricas. Esto significa el cuestionamiento a la fuente de las ganancias
capitalista, es decir a la libre capacidad de aumentar o modificar los ritmos
de trabajo en función de una mayor extracción de plusvalía.
De allí que esta forma de control obrero
ejercida por los clasistas implicaba una agudización extrema de la lucha de
clases. Este aspecto es menospreciado en el esquema de autores como Brennan
y Gordillo (o James) que tienden a extrapolar como causas de la derrota su
“aislamiento” en relación al conjunto de la clase trabajadora[5] o la separación entre los dirigentes de
izquierda y las bases obreras peronistas.
La brutalidad de la represión que se desató
sobre los clasistas estuvo dada por el cuestionamiento al control capitalista
que se podía extender en el marco de la creciente actividad obrera luego del
Cordobazo. El ejemplo de control obrero -así como la utilización
creciente del método de la toma de fábrica- eran un desafío abierto al conjunto
de la patronal. Era esto lo que empujaba a su liquidación.
La cuestión del control obrero ha sido
ampliamente problematizada en el marxismo. Para tomar sólo un ejemplo, en los
años 30’, León Trotsky escribía que “el control se encuentra en manos de los
trabajadores. Esto significa que la propiedad y el derecho a enajenarla
continúan en manos de los capitalistas (…) los obreros no necesitan el control
para fines platónicos, sino para ejercer una influencia práctica sobre la
producción (…) el control obrero implica, por consiguiente, una especie de poder
económico dual en las fábricas, la banca, las empresas comerciales” (La
lucha contra el fascismo, p.48).
El mismo Trotsky escribía que “cuanto más
se aproxima a la producción, a la fábrica, al taller, menos viable resulta un
régimen de este tipo (de control conjunto de sindicato y patronal, NdR), porqué
aquí ya se trata de los intereses vitales de los trabajadores y todo el proceso
de despliega ante sus mismos ojos. El control obrero a través de los consejos
de fábrica sólo es concebible sobre la base de una aguda lucha de clases, no
sobre la base de la colaboración” (ídem, p. 49)
La posibilidad de
sostener el control obrero dentro de las plantas de Fiat necesitaba del
desarrollo de una mayor lucha de clases. Al mismo tiempo obligaba a la patronal
a recurrir a métodos más brutales para derrotar este proceso. De conjunto, la
situación tendía a generalizar una agudización abierta de los choques. En esa
dinámica debe verse la explicación de los métodos radicales de lucha que fue
obligado a utilizar el clasismo.
Control obrero y lucha por el socialismo
Este intento de control obrero fue un
gran ejemplo de lucha para amplias franjas de la clase trabajadora. Al mismo
tiempo, fue parte de abrir un debate alrededor de las potencialidades de este
método para la perspectiva del socialismo.
En 1973, durante el
tercer gobierno peronista, José Nun escribía[6]
acerca del control obrero y definía a esas experiencias como “movimientos autónomos
de la base que buscan limitar la prerrogativas patronales y que expresan la
posibilidad latente de un nuevo orden, de un poder nacido en el seno mismo de
la clase obrera, cuyo fundamento es la voluntad colectiva de los trabajadores
que luchan por la reapropiación de su fuerza productiva alienada (…) va
resquebrajando la hegemonía burguesa al construir, desde abajo, un nuevo
principio de legitimidad, al ir gestando una dualidad de poderes que ataca la
dictadura del capital y crea las condiciones para una recomposición
política de la clase” (p.238, resaltado propio).
El control obrero aparece aquí como
una suerte de inicio de la “transición al socialismo” en los marcos
capitalistas. Esta visión se confirma cuando en la página siguiente Nun señala
que “incumbe al sindicato defender u consolidar estos movimientos de ofensiva
que tienen su ámbito propio en la planta, contribuyendo a negociar la
institucionalización de sus logros pero sin interferir en su dinámica” (p.239).
Esta cita podría haberse escrito en
cualquier país y momento histórico…menos para octubre del ‘73 en Argentina,
después de Ezeiza, la renuncia de Cámpora y el giro de Perón hacia la
burocracia sindical. Los sindicatos (su expresión real no un concepto ideal)
eran encabezados por conducciones burocráticas que se proponían aplastar a las
oposiciones sindicales y liquidar toda forma de “indisciplina” entre las
franjas combativas de la clase obrera. Imaginar que pudieran alentar el
desarrollo de tendencias al control obrero implicaba una enorme ingenuidad o
una ceguera política muy grande. El desarrollo de tendencias al control obrero
expresaba las tendencias a un choque abierto entre la clase trabajadora y el
conjunto del régimen burgués con la burocracia sindical como aliada.
Esto planteaba la necesidad de
desarrollar una lucha política más allá de las fábricas y ahí cobraba vital
importancia la pelea por la independencia política de la clase trabajadora.
Esta cuestión será el eje del tercer post sobre el clasismo.
[1] “En Fiat se
trabajaba a un ritmo impuesto arbitrariamente por la empresa, que se conocía
como al 125%. Según la empresa, como recompensa se otorgaba un premio a la
producción que sólo ella sabía cómo se aplicaba y que por lo tanto el obrero nunca
sabía con certeza cuanto era lo que tenía que cobrar”. SiTraC-SiTraM. Flores,
P.58)
[2] El Programa de
Transición. Ed. CEIP. P.74.
[3] Se puede analizar un ejemplo reciente en el tiempo alrededor del
proceso de tomas de plantas ocurridas en el 2009 en Francia, donde un método
radicalizado de lucha estaba puesto al servicio de la exigencia del pago de la
totalidad de la indemnización, no de la defensa del puesto de trabajo. Para
profundizar ver Huelgas
obreras: elementos para un primer balance y propuesta para un programa de
acción.
[4] ¿Qué hacer? Obras selectas.
P.90.
[5] Brennan señala que “SiTraC y SiTraM no tenían una compresión
completamente justa de las realidades de la política laboral local un hecho que
sin duda tenía mucho que ver con los largos años de aislamiento del complejo
Fiat con respecto al movimiento obrero cordobés” (p.249). Esto se opondría al “realismo”
de Tosco que nunca rompió lanzas con los sectores del peronismo legalista.
[6] Pasado y Presente nº2. Segunda época.
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