Eduardo Castilla
“Bajo la práctica penal de la Roma antigua la crucifixión también exhibía el estatus social bajo del criminal. Era utilizada para esclavos (de ahí que Séneca lo llamara supplicium servile) y más tarde fue extendida a libertos de las provincias (“humildes”), rebeldes, piratas y para enemigos y criminales odiados. Los ciudadanos romanos condenados no eran crucificados. Estaban exentos de morir colgados ya que morían más honorablemente por decapitación (…) la crucifixión era considerada como la forma más vergonzosa y humillante de morir” (aquí).
Si algo le faltaba a la oleada derechista que recorre los medios de
comunicación nacional, emerge en todos y cada uno de los discursos de los políticos
patronales y se convierte en millones de pesos dedicados a fortalecer a
las fuerzas represivas, era un toque bárbaro. Barbarie que, en este caso, no es
sinónimo de extranjería sino que connota alevosía en el maltrato.
La sentencia luxemburgiana de “Socialismo
o Barbarie” vuelve a hacerse presente. Si ya los linchamientos expresaron la emergencia de tendencias
semi-fascistas, la simulación de crucifixión de Víctor Robledo en la localidad
de San Francisco (Córdoba) agrega un toque dantesco, donde lo brutal se mezcla
con el atraso propio de la religiosidad, en un mensaje propio de “cruzada moral”.
La “cruz” de madera, el cartel que reza No
Robarás y la exposición pública no pueden más que remitir a la reaccionaria
y rancia tradición de la Iglesia condenando “a los pecadores”. La paradoja
cultural radica en acudir al método con el que los romanos crucificaron a Jesús
según la tradición bíblica. Pero el fin en este caso, necesita de medios brutales.
Así, lo pagano se entrecruza con lo religioso, en una puesta en escena cuyo objetivo es sumarse (o no quedarse afuera), desde un ángulo macabro, a la campaña contra la llamada
“inseguridad”.
El guardián (azul) de la moral
Aunque algunos medios lanzaron la hipótesis de vecinos haciendo “justicia por mano propia”, tanto las acusaciones de Víctor como el pase a disponibilidad de 6 policías en la Comisaría de Frontera (Santa Fe) alientan la idea del accionar de los guardianes azules.
Los policías que ataron a Víctor apelaron a la mística bíblica. Ante
nuestros ojos y los de todo el país, apareció el 7º mandamiento. La mística
religiosa hizo su entrada en escena. Es preciso preguntarse ¿bárbaros sueltos? Bárbaros al fin, pero determinados
socialmente.
Determinados por el creciente peso de la Iglesia en la situación nacional,
de la mano de Francisco allanandole el camino. Gozando a
su favor de la bendición papal y la presidencial ¿Qué son sino las caras de
emoción de CFK volviendo
al Tedeum del 25 de mayo, luego de 8 largos años o sus reuniones con la Iglesia
para destrabar tensiones?
Bárbaros determinados
por el peso de las campañas políticas sobre la llamada “inseguridad”. Agraciados
además por la impunidad de la que gozan las fuerzas policiales en todo el país.
Impunidad que, en Córdoba y Santa Fe, se hace notoria. Al calor de esa impunidad
que da el uniforme y el arma ¿cómo no sentirse parte de la “espada de dios” en la tierra
y tratar de impartir lecciones morales a la sociedad? La leyenda No robarás colgada en el pecho de Víctor
suena a infamia viniendo de las mismas fuerzas policiales imbricadas con el
delito mayor. Una justa distribución gráfica debería hacerles colgar sobre sus
uniformes leyendas como “no traficarás”, “no organizarás redes de trata” o “no asesinarás”.
Barbarie e (ir)racionalidad
La pregunta por el porqué no deja de resonar ¿Donde radica la racionalidad de la acción? ¿Qué la explica? Al igual que ocurrió con los linchamientos las razones no están en la superficie ni en la simple psiquis de los ejecutores, aunque también están allí.
Los linchamientos fueron la expresión de una profunda polarización social
que se da al calor de la crisis económica en su dinámica creciente. Crisis que se
cobra despidos y suspensiones en la clase trabajadora aunque, entre los “ricos y famosos”, siga fluyendo la riqueza como manantiales. En
el marco de esa crisis se desarrolla una profunda tendencia a la polarización
social y, sobre la misma, se empiezan a hacer carne los discursos de las fuerzas sociales
y políticas que se proponen “dar una salida”.
En ese marco, la cuestión de la “propiedad” se ha convertido en un elemento
permanente de la ideología dominante. Alrededor del cuidado de la propiedad
se estructura el discurso de capas enteras de la clase dominante, en todas sus alas políticas. Y ese
discurso derrama y se difunde por el conjunto de las clases medias y sectores
altos de los trabajadores. No existe el poder absoluto del discurso. Los sentidos comunes que se difuminan por
todo el arco social son expresión de profundas divisiones en las masas
populares luego de varias décadas de avance neoliberal.
“No robarás” expresa, de manera concentrada, esa carga
ideológica. En una sociedad donde la propiedad y la riqueza se concentran en
cada vez menos manos, la figura del ladrón (el “motochorro”, el “punga”, la “rata”
o alguna otra definición de una larga lista de “sinónimos”) se convierte en la
figura en la que se concentran el conjunto de las miradas condenatorias por parte del régimen político y las instituciones al servicio del orden burgués.
Trotsky definía al fascismo como una operación de dislocación de los cerebros de las clases medias en función de sus
peores enemigos, los capitalistas. Esa dislocación
tenía como marco las épocas de crisis social y económica. Empezamos a asistir a
ese nivel de crisis. A partir de esas tendencias, en el marco de los valores construidos en
la época neoliberal, es que florecen “locuras” como la crucifixión de Víctor.
La verdadera irracionalidad radica en la crisis misma, donde una sociedad capaz de producir riqueza a gran escala, lanza periódicamente, a millones a los padecimientos más inhumanos. Allí, en esa locura del capital (que es la locura de una sociedad dividida en clases) radica la esencia de la brutalidad y los enfrentamientos. Allí radica la construcción y creación de valores y concepciones que surgen a partir de intereses opuestos y que pueden llevar hasta "locuras místicas" (o una mística justiciera") como la se puede apreciar en la crixifixión de San Francisco.
Anotemos al pasar que Engels, al enumerar los estadios de la prehistoria humana, ponía entre los mismos a la barbarie. La lucha por una sociedad cuya esencia no se base en los antagonismos de clase, es decir por una sociedad comunista supone, como señalaban Marx y Engels, la superación de la prehistoria de la humanidad, es decir la superación de la barbarie.
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