Hoy se cumple
un nuevo aniversario del desembarco de las tropas argentinas en Malvinas. Ya hemos
escrito en otras oportunidades sobre este tema. Pero tanto el discurso de CFK
en Ushuaia como las notas que se publican en los diarios “obligan” a tocar
nuevamente el tema.
Hace unos meses nos preguntábamos acá
si estábamos en presencia de una política de soberanía nacional o, simplemente,
de fuegos de artificio. La realidad de los últimos meses no hizo más que
mostrar el avance del gobierno en la utilización del tema Malvinas para
legitimarse, en un marco donde distintas crisis empiezan a
golpear sobre su base social.
Pero en el tema Malvinas el gobierno ha logrado quedar “a la
izquierda”, despertando un rechazo en intelectuales y medios, que alcanza
niveles extremos de cipayismo. Como por ejemplo esta columna de opinión de
Grondona en La
Nación o los pronunciamientos de los intelectuales liberales como Sarlo.
Como muy bien señala Guillermo Crux,
ciertos autodefinidos “marxistas” terminan adhiriendo a esta posición por su
negación de la opresión imperialista.
Frente a todos ellos, CFK aparece como lo más granado de
la política antiimperialista. Pero en este caso es preciso mostrar los límites
del discurso y la política gubernamental.
Gran política y pequeña política
Para este objetivo podemos tomar una definición que hace
Gramsci. El dirigente revolucionario italiano escribe “La
gran política comprende las cuestiones vinculadas con la función de nuevos
Estados, con la lucha por la destrucción, la defensa, la conservación de
determinadas estructuras orgánicas económico-sociales. La pequeña política
comprende las cuestiones parciales y cotidianas que se plantean en el interior
de una estructura ya establecida, debido a las luchas de preeminencia entre
las diversas fracciones de una misma clase política (…) Los mismos términos
se dan en la política internacional: 1) la gran política en las cuestiones
que se refieren a la estatura relativa de los Estados en sus recíprocas
confrontaciones; 2) la política pequeña en las cuestiones diplomáticas que
se ocultan en el interior de un equilibrio ya constituido y que no tratan de
superar el mismo equilibrio para crear nuevas relaciones”. (Resaltado
propio)
En términos relativos podríamos ajustar estas definiciones a la
política del kirchnerismo en Malvinas. En el terreno de la “defensa de la
soberanía nacional”, entendiendo ésta como una realidad económica y social,
no sólo como los atributos políticos formales. En este terreno, la política del
gobierno nacional no se propone tocar la estructura capitalista heredada de los
años 90. Aquí
hemos señalado muchos de esos límites estructurales. En esta nota
de Christian Castillo y Fredy Lizarrague se puede profundizar aún más sobre el
mismo tema.
Tomando en cuenta esos análisis, podemos definir que, en cuanto
a la soberanía económica y política, los objetivos del gobierno “se plantean
en el interior de una estructura ya establecida” donde la dominación
imperialista impone un patrón regresivo en la estructura nacional.
En el plano internacional no existen diferencias sustanciales.
La política del kirchnerismo se mantiene dentro de los marcos de la “pequeña
política”. Contra esto se rebelarán todos los periodistas e intelectuales
que enloquecen cada vez que CFK lanza algunas palabras contra el Consejo de
Seguridad de la ONU o habla contra el colonialismo. Pero además de los
discursos, existe la realidad material y la política concreta que el
kirchnerismo lleva a cabo.
Argentina sostiene hoy una alineación internacional con EEUU,
como se evidencia en la aprobación de la Ley Antiterrorista y en la condena a
Irán por los atentados de la AMIA. Hechos que se producen cuando EEUU se ubica
a la ofensiva con Irán, incluso hablando en términos de ataque militar contra
ese país.
Desde este punto de vista, más allá de las apelaciones a que no
haya más “resoluciones
de primera y de segunda” en la ONU y que éstas sean acatadas por todos
los países, su apoyo a EEUU (garante del semi-orden internacional actual),
convierte ese discurso es puras frases vacías.
Cristinismo y burguesía nacional
CFK (y el kirchnerismo) vienen a continuar las políticas de
sumisión que la burguesía nacional y sus representaciones políticas tuvieron a
lo largo de la historia. El siglo XX registró la alternancia entre dictadura
militares abiertamente defensoras de los intereses de la oligarquía rural en
alianza con las potencias imperialistas; y por otro lado, gobiernos radicales y
peronistas que, incluso con discurso demagógico, sostuvieron esas limitaciones.
Perón hizo gala de un nacionalismo que encontró su límite en la
compra de los ferrocarriles, hecha a precio de mercado, mientras se trataba de
maquinaria en pésimo estado. Como ha señalado Juan Carlos Cena, el capital
inglés quería deshacerse de los ferrocarriles hacía casi una década. Las
condiciones excepcionales bajo las que gobernó Perón en su primer mandato
generaron importante cantidad de divisas. Como se señala acá
una parte de las mismas “fue dedicada a planes de obras públicas y compra de
empresas en términos altamente desfavorables para el país, con casos
emblemáticos como el de los ferrocarriles, donde se entregó una jugosa
indemnización a pesar de que en pocos años vencía la concesión y que los
capitales ingleses querían deshacerse de ellos”.
El desarrollismo de Frondizi estuvo al servicio de las grandes
multinacionales imperialistas, provocando crisis entre los sectores
progresistas que lo habían apoyado (incluso en el movimiento obrero, como
ocurrió con Tosco).
Los años del tercer gobierno de Perón fueron años de contención
de lucha de clases y utilización de la Triple A contra la vanguardia obrera y
estudiantil. En su conjunto, el Pacto Social evidenció un equilibrio imposible,
que terminó estallando y lanzando a la clase capitalista local en manos del
capital financiero.
La historia posterior es conocida. Dictadura militar,
penetración aún mayor del capital extranjero, destrucción de importantes
conquistas de la clase trabajadora, división de las filas obreras, hiperinflación,
hiperdesocupación y recuperación limitada del nivel de vida de las masas,
acompañando ganancias siderales de la clase capitalista.
Antiimperialismo y clase obrera
Los límites estructurales de la clase
capitalista argentina no implican que no puedan existir roces, tensiones o crisis
con potencias imperialistas o con los grandes monopolios, como las que estamos
viendo en el caso con YPF. Aquí
se han explicado las contradicciones que llevan a esa tensión.
Pero en el caso de Malvinas, la defensa, el discurso tiene una
función aún más política-ideológica. Como dice Carlos
Pagni (otro apóstol del cipayismo) “Si lo que pretende Cristina Kirchner
es promover sentimientos nacionalistas para conseguir consenso en medio de
sinsabores económicos, es probable que las banderas de Malvinas y el petróleo
estatizado se refuercen una a otra, permitiéndole, por un rato, alcanzar el
objetivo”. Si bien CFK no dijo nada en su discurso en Ushuaia sobre YPF,
esta semana se enviará un proyecto al Congreso que pretende la compra del 51%
de las acciones de la empresa.
Estos límites estructurales, que se refractan en la política,
son una constante en la historia de la clase capitalista nacional. Incluso los
años de crecimiento bajo el kirchnerismo no han sido precisamente los que han
permitido sortear el atraso y dependencia. La relación con el mercado mundial
capitalista, relación marcada por el rol de proveedor de mercancías con poco
valor agregado y commodities, el enorme peso de las multinacionales
imperialistas en el país, el control de recursos estratégicos como la energía y
el transporte por parte de capitales extranjeros, entre otros, son índices de
la subordinación de la clase capitalista nacional.
Precisamente, frente a esa subordinación e impotencia, mostrada
por las burguesías semicoloniales en la década del 20, León Trotsky señalaba en
las tesis
de La revolución permanente que “Con respecto a los países de
desarrollo burgués retrasado, y en particular de los coloniales y
semicoloniales, la teoría de la revolución permanente significa que la
resolución íntegra y efectiva de sus fines democráticos y de su emancipación
nacional tan sólo puede concebirse por medio de la dictadura del proletariado,
empuñando éste el poder como caudillo de la nación oprimida y, ante todo, de
sus masas campesinas”.
Los elementos estructurales que hemos señalado son los que
condicionan al kirchnerismo en el terreno de la soberanía nacional. De ellas
surge la “pequeña política” que reseñamos. Precisamente la clase trabajadora y
el pueblo pobre, que no abrigan intereses en común con las potencias
imperialistas, son aquellos sectores que pueden efectivamente llevar a cabo un
enfrentamiento serio y profundo. Pero esto sólo puede hacerse bajo una bandera
independiente, no siguiendo los limitados discursos de los representantes
políticos de la clase capitalista.
A propósito de la lucha por la liberación nacional en la India,
León Trotsky escribirá
“En el caso de que la burguesía india se vea obligada a avanzar aunque sea
un milímetro en la lucha contra la dominación arbitraria de Gran Bretaña, el
proletariado, naturalmente, tendrá que apoyar ese milímetro. Pero lo apoyará
con sus propios métodos: actos masivos, consignas audaces, huelgas,
manifestaciones, actividades decididamente combativas, según la relación de
fuerzas y las circunstancias existentes. Precisamente para esto el proletariado
debe tener las manos libres. Al proletariado le es indispensable la
independencia total de la burguesía, sobre todo para influir sobre el
campesinado, el sector más numeroso de la población de la India. Sólo el proletariado
es capaz de levantar un programa agrario audaz, revolucionario, de levantar y
arrastrar a decenas de millones de campesinos y dirigirlos en la lucha contra
los opresores nativos y el imperialismo británico. La alianza de obreros y
campesinos pobres es la única honesta, viable, para garantizar la victoria
final de la revolución india”.
Una condición indispensable de la “independencia total de la
burguesía” en nuestro país es la superación política del peronismo,
movimiento que encadenó a la clase obrera durante décadas, a las concepción de
colaboración de clases y al nacionalismo. En esa tarea estratégica es necesaria
la construcción de una fuerte organización revolucionaria de la vanguardia
obrera y juvenil. Al mismo tiempo es precisa una clara práctica
internacionalista que ligue las tareas de la pelea antiimperialista a la lucha
por la revolución socialista a escala nacional. Tal es el sentido estratégico
de este Acto que se
realizó hoy en Buenos Aires.
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