Lucas Menghini Rey tenía 20 años
y trabajaba en un Call Center. Uno de los empleos que se masificaron en la
última década al calor de la recuperación económica. Esas máquinas de triturar
el cerebro, la espalda, los oídos y los ojos de cientos de miles de jóvenes en
todo el país. Él era uno de esos argentinos que tiene la mala “costumbre”
de adelantarse para no hacer cola y esperar. Él y millones más que viajan como
ganado para llegar a lugares donde cobran salarios miserables, en el país del
crecimiento a tasas chinas y los superávits estrellas.
Lucas fue encontrado sin vida en
el cuarto vagón de la formación que se estrelló contra la una estación. Fue el
muerto número 51 de la masacre
de Once. Masacre. No accidente. Masacre en donde el gobierno quiere evitar
toda responsabilidad colocándose en el papel de víctima,
como querellante contra la empresa. Masacre en la cual el cinismo capitalista
llegó al límite de decir que el “servicio
es aceptable”. Masacre que puso, blanco sobre negro, la realidad que viven
millones de trabajadores y pobres en el
conurbano y en todo el país. La historia de Argentina es cruel con los
habitantes del “subsuelo de la patria”. Lo vimos con los asesinatos en Parque
Indoamericano y Ledesma por pedir tierra y vivienda. Lo vemos nuevamente ahora
con las vidas que se lleva esta masacre.
Entre dos tiempos
Acá
y acá
se habló de la menemización del gobierno de CFK. El gobierno se halla, desde la
muerte de NK, en un claro giro a derecha que se expresa en un progresivo
discurso contra la protesta social y a favor de los negocios de los
empresarios. Esto tiene su correlato en la quita de subsidios a transporte y
energía. Una política “ortodoxa”
como lo definió Morgan Stanley. Anotemos
de paso que, con la masacre de Once, se cae un mito más de la era K: el de los
subsidios al servicio del pueblo trabajador. Queda claro que fueron un
espectacular negocio para las privatizadas que ganaron sin invertir.
En la entrega de los recursos
naturales a las empresas imperialistas que se llevan millones a costa de un
enorme deterioro del medio ambiente y en los subsidios a las privatizadas como
TBA, responsable de la masacre de Once, tenemos dos símbolos del modelo
“Nacional & Popular” del que tanto gustan hablar los “progres” K, o del
capitalismo en serio como gusta decir CFK.
En las últimas semanas vimos el
avance en toda la línea de formas y políticas que nos recuerdan al menemismo:
defensa de la minería a cielo abierto, represión en las protestas contra esa
forma de saqueo en las provincias, aparición de la denuncia de Proyecto X que
realizamos desde el PTS, la confirmación de Garré en una conferencia de prensa
en la que quiso naturalizar
el espionaje y definió a la protesta social como un delito. La masacre de Once
y la defensa del sistema de transporte actual que realizaron Schiavi y De Vido
el jueves pasado, se vinieron a sumar a esta larga cadena de impunidad que es
digna del menemismo.
La política del gobierno
transcurre entre dos tiempos: el de la “restauración”
y el de su claro rol como agente político abierto de la burguesía, como
menemismo. Como escribía Gramsci, cuando lo nuevo no termina de nacer y lo
viejo no termina de morir, surgen fenómenos aberrantes: el protagonismo de
Schiavi y Garré son, por estas horas, fenómenos que van de lo aberrante a lo
patético.
Que se vayan todos
Cuando se conocía la noticia de
la aparición del cuerpo de Lucas, en la estación de Once, cientos de personas
volvían a cantar “Qué se vayan todos”. El canto retumbaba contra las paredes de
la estación mientras la policía montaba guardia. El grito de “asesinos” salía
de cada garganta presente, contra los empresarios de TBA. La bronca acumulada
tenía que estallar.
Pero la bronca y este canto son
sintomáticos. Síntoma de lo que nunca terminó de solucionarse: la crisis
profunda de un régimen político ajeno y opuesto a las necesidades del pueblo
trabajador. Conformado por una casta de políticos millonarios que gobierna,
legisla y gestiona al servicio de los intereses de las grandes patronales. Esa
casta que decidió subir sus ingresos entre un 70% y un 100%, mientras se
intenta poner techo a las paritarias.
Que se vayan todos es el grito de
guerra contra esta casta. Son los ecos de la acción directa en las calles. Es
el signo del deterioro político de un proyecto que intentó mostrarse como la
negación de los noventa para recauchutar
el estado capitalista y hoy empieza a mostrar nuevamente su verdadero rostro.
¿Y dónde está Cris?
Como dijimos acá,
ante la represión en Tinogasta “En esa
debilidad del régimen político (…) radica la necesidad de “preservar y de
preservarse” a (de) Cristina. El bonapartismo como régimen de dominio tiene
implícita esta contradicción. Elevar a una figura por sobre el conjunto de las
clases y los sectores sociales, transformarla en el árbitro(a) de la nación,
significa ponerla en el centro de la escena y, permanentemente, tratar de
sacarla de allí”.
Esto último es lo que estamos
presenciando en escala aumentada. Frente a crisis que atacan dos pilares de la
mitología K, Cristina está en el sur. La semana pasada había tenido una alta
tarea de estado: sacar a pasear el perro de Florencia.
Este fin de semana, dejó atrás la capital y se refugió en el sur. Dejó atrás la
masacre de Once y sus cientos de heridos, dejó atrás las denuncias por Proyecto
X y se fue al sur.
Pero el intento de preservar a
CFK tiene límites. En el marco de un régimen semi bonapartista como el actual, las
crisis "caen" sobre Cristina, aunque busquen evitarlo, poniendo a
Garré y a Schiavi en el centro del ring a recibir golpes. Su silencio y su
prescindencia molestan, ofuscan, hacen ruido. En la “batalla cultural” la
“comandante en jefe” brilla por su ausencia, desorienta a la tropa y genera peleas
en el campamento K. Muy posiblemente veremos en los próximos meses aún mayores
tendencias centrífugas dentro de la coalición cristinista.
Oposición social y oposición política
Esta crisis política intenta ser
aprovechada por la oposición burguesa. La denuncia de Proyecto X y la masacre
de Once, son utilizadas por la oposición para retomar algún tipo de iniciativa,
luego de que algunos de sus referentes aplaudieran a CFK en su discurso por la
soberanía de Malvinas. Quiénes avalaron las privatizaciones en los 90’ y no cuestionaron una coma
de esos acuerdos en las dos décadas posteriores, se horrorizan hoy, ante lo que
todo el mundo ya sabe. Quiénes firmaron la Obediencia debida y el
Punto Final, o estuvieron en el gobierno de De la Rúa que asesinó decenas de
personas en el 2001, se rasgan las vestiduras ante el espionaje. El cinismo de
los políticos de la burguesía no tiene límites.
Pero el cinismo tiene una función
política: la reconstrucción de la oposición burguesa. Operación en la que
confluyen Clarín, La Nación y todo el arco burgués, buscando trasladar la
disputa política al interior del Congreso nacional, con la táctica de citar a
los ministros o pedir su indagatoria. Como dijimos acá,
la crisis del régimen de partidos también es parte de los problemas que se
acumulan en el momento político actual.
Frente a ello, la oposición real
claramente está en las calles y en la izquierda. Como se vio en las luchas
contra la mega-minería a cielo abierto, fue la población la que tomó en sus
manos el bloqueo de las rutas, la campaña política y la lucha contra la
represión. Por otra parte, en estos momentos, en medio de una tensa
negociación, los docentes de 8 provincias argentinas parecen no iniciar las
clases, ante la falta de acuerdo en la negociación salarial, lo que preanuncia,
por lo menos, un mayor nivel de discusión política entre amplios sectores y de
oposición al gobierno nacional y sus aliados provinciales.
Fue la izquierda partidaria, en
particular el PTS, la que hizo la denuncia del espionaje
ilegal de la Gendarmería. No es casualidad. Es aquella que es perseguida por el
gobierno por su participación en las luchas del movimiento obrero y la
juventud. Es el sector que claramente denuncia desde hace años la ausencia
total de mantenimiento en trenes, subtes y colectivos. Es la izquierda la que
pelea abiertamente contra la tercerización laboral como se vio en el caso del
asesinato de Mariano Ferreyra por la patota de Pedraza y la lucha por el pase a
planta permanente de miles de tercerizados.
Precisamente
esta izquierda es la que tiene hoy una gran responsabilidad, frente a la crisis
creciente del kirchnerismo y la posibilidad de la reemergencia de tendencias
“desde abajo”. Responsabilidad en desarrollar las tendencias a la ruptura con
el kirchnerismo alentando la organización independiente de la clase trabajadora
y peleando por recuperar
las organizaciones sindicales de manos de la burocracia sindical. Al mismo
tiempo es preciso impulsar las batallas para enfrentar
al estado burgués y sus mecanismos de represión y control de la protesta
social. Estas tareas son centrales en el próximo período.
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