Decíamos
ayer
que el programa de la revolución política desarrollado por Trotsky era la única
alternativa posible para frenar la burocratización del estado obrero ruso e
impedir que eso se transformara en la base del proceso de restauración
capitalista. En los orígenes del estado obrero chino, éste surge directamente
como una forma social deformada y degenerada, en la cual el control político es
ejercido por una burocracia independiente del movimiento de masas, la misma que
inicia el camino de la restauración capitalista.
Sin
embargo, la misma contradicción que se hallaba presente en la URSS entre las
bases sociales del estado (donde no existía la clase capitalista) y la
burocracia estatal que defendía sus privilegios, también se podía detectar en China.
Dirección, estrategia y restauración
Dado
que “el
socialismo no se construye mecánicamente, sino conscientemente”, la estrategia que tenga la dirección
de una revolución es fundamental para determinar los pasos en la “construcción
socialista”. En el caso chino, fueron los mismos dirigentes de la
revolución de 1949, los que impulsaron, luego del fracaso del Gran Salto
Adelante y la crisis de la Revolución Cultural, las reformas pro-mercado y la
política de convivencia con el imperialismo como parte del proceso de modernización.
Perry
Anderson señala que “a la puerta de
las reformas, quizá la más decisiva de todas las diferencias entre Rusia y
China se encontraba en el carácter de su dirección política. Al mando de la
RPCh no estaba un funcionariado aislado e inexperto, rodeado de asesores y
publicistas infundidos de un ingenuo Schwärmerei
(entusiasmo) por todo lo que fuera occidental, sino unos curtidos veteranos de la Revolución original, dirigentes que
habían sido colegas de Mao y que habían sufrido con él, pero que no habían
perdido ninguna de sus habilidades estratégicas”.
En
esto hay una diferencia abismal con la revolución rusa. En el caso de la gran
gesta del ‘17, la dirección que había tomado el poder fue perseguida y aniquilada
por la burocracia estalinista. En agosto de 1937, contra aquellos que querían
ver en el estalinismo la continuidad del bolchevismo, León Trotsky escribía “La exterminación de toda la vieja
generación bolchevique, de una gran parte de la generación intermedia que había
participado en la guerra civil, y también de una parte de la juventud que había
tomado más en serio las tradiciones bolcheviques, demuestra la incompatibilidad
no solamente política, sino directamente física, entre el bolchevismo y el
estalinismo” (Bolchevismo y stalinismo, Pág. 19. Ed. El Yunque)
Como
puede verse, la estrategia de la dirección no es un problema secundario (como
opinaba Sartelli en nuestro debate) sino central en la perspectiva de la
construcción del sistema socialista a escala internacional.
“El estado soy yo”
En
La Revolución Traicionada, Trotsky también señaló que “La burocracia, considerada en su
conjunto, se preocupa menos de la función que del tributo que ésta le
proporciona. La casta gobernante trata de perpetuar y de fortalecer los órganos
de coerción; no respeta nada ni a nadie para mantenerse en el poder y conservar
sus ingresos”.
La
burocracia defiende las raíces sociales del estado obrero “con sus propios
métodos”. Es decir que la defiende en cuanto sostiene la fuente de sus
privilegios. Pero empujada por la necesidad de asegurar estos, avanza en el
intento de hacer sus formas de dominio más estables y duraderas. Intenta
convertir su control sobre los resortes del estado en control efectivo y
legitimado sobre los medios de producción. De esta contradicción surgen las
tendencias a la restauración capitalista.
Bajo
este régimen “Los medios de producción
pertenecen al Estado. El Estado "pertenece", en cierto modo, a la
burocracia. Si estas relaciones completamente nuevas se estabilizaran, se
legalizaran, se hicieran normales, sin resistencia o contra la resistencia de
los trabajadores, concluirían por liquidar completamente las conquistas de la
revolución proletaria” (Trotsky)
Estas
tendencias estuvieron presentes desde el principio en el estado obrero chino. Hoy,
a pesar de los años transcurridos desde el inicio de las reformas pro-mercado,
la burocracia estatal no termina de reciclarse en nueva clase dominante. Al lado
de la burguesía imperialista y de los nuevos millonarios chinos, todavía
subsisten millones de funcionarios que tienen en el control del estado su razón
de ser.
El
libro La actualidad de China tiene la
virtud de evidenciar de manera constante ese interés de casta. Por ejemplo, el
autor español recuerda que a principios de los noventa “la industria farmacéutica necesitaba
sangre, y la campaña llegó a ser muy popular entre los campesinos pobres, que
encontraron una inesperada fuente suplementaria de ingresos. También fue
popular entre los funcionarios, que enseguida vieron sabrosos negocios, y se
llevaron la parte del león. Errores garrafales en la higiene y los
procedimientos, como la mezcla de la sangre y la inoculación a los donantes de
los glóbulos desde contenedores no esterilizados, produjeron una masiva
difusión de enfermedades como el SIDA y la Hepatitis B y C” (Pág. 174)
Aparte
de un elemento de anarquización de la economía como decíamos ayer, los
privilegios de la burocracia y su desprecio por la vida de las masas, son un
elemento latente que anuncia nuevas convulsiones de la lucha de clases.
La revolución política
Frente
a la combinación de creciente caotización de la economía planificada y las
tensiones que generaban los privilegios de los que gozaba la burocracia del
estado, Trotsky planteó en 1936, el programa de la Revolución política: “La revolución que la
burocracia prepara en contra de sí misma no será social como la de octubre de
1917, pues no tratará de cambiar las bases económicas de la sociedad ni de
reemplazar una forma de propiedad por otra. La historia ha conocido, además de
las revoluciones sociales que sustituyeron al régimen feudal por el burgués,
revoluciones políticas que, sin tocar los fundamentos económicos de la
sociedad, derriban las viejas formaciones dirigentes (1830 y 1848 en Francia;
febrero de 1917, en Rusia). La subversión de la casta bonapartista tendrá,
naturalmente, profundas consecuencias sociales; pero no saldrá del marco de una
revolución política.”. La
Revolución Traicionada.
Del
derrocamiento político revolucionario de esa casta que preparaba las
condiciones de la restauración capitalista, dependía la posibilidad de
regenerar el estado obrero ruso. Asimismo, si en los años posteriores a la
revolución china, hubiera podido forjarse un partido revolucionario con la
estrategia del trotskismo, podría haber sido un factor actuante frente a las
diversas crisis que sacudieron el país hasta el inicio de las reformas en 1978.
Contra esto, conspiró el papel jugado por algunas de las principales corrientes
del centrismo trotskista internacional que se hicieron apologistas de la figura
de Mao Tse-tung.
Paz interior y comercio exterior: la
fórmula ganadora
La
estrategia del “socialismo con características chinas” se expresó además en la
ausencia de una perspectiva revolucionaria internacionalista.
En
la polémica con Sartelli citábamos a Ted Grant “China –al igual que con el acuerdo diplomático con Pakistán
y la gira del Primer Ministro Chou en Lai por África– imita el comportamiento
de la burocracia rusa para intentar encontrar amigos. En Zanzíbar llegaron a un
acuerdo con el sultán antes de que éste fuera derrocado; no hicieron ninguna
crítica a los gobiernos de Tanganica, Uganda y Kenia cuando éstos recurrieron a
las tropas británicas contra sus propias tropas amotinadas”.
Esto
coincide con lo que escribe Anderson “Una
cautelosa amistad, en vez de un antagonismo calculado, había creado las
condiciones para que los cuarteles generales del capital mundial, y su variado
surtido de afiliados regionales, ya estuvieran preparados para ampliar el
apoyo financiero al menor signo de un
movimiento en China hacia el mercado”.
Los
avances del capitalismo, la política de convertir a China en la gran
ensambladora del mundo, se sostuvieron sobre el exceso de mano de obra barata,
compuesto por un gigantesco ejército de reserva de millones de campesino. De ahí
el “milagro chino”.
Pero
en esta transición se mantienen infinidad de contradicciones, hoy reforzadas
por la crisis internacional en curso que afecta a China, limitando su
crecimiento. Señalemos algunas que se desprenden de la lectura del libro de
Poch-de-Feliu.
Contra
lo que parece sostener Perry Anderson, el problema campesino se reformula bajo
la presión del avance capitalista. Hay varios factores que “actualizan” el
problema campesino: la presión de los gobiernos locales y las empresas por la
tierra para instalar nuevas empresas y hacer autopistas, la contaminación
surgida de las mismas que afecta la salud de millones, las relocalizaciones que
implican pérdidas de tierra y vivienda, además de estafas por parte de funcionarios,
la miseria en la que viven que obliga a emigrar a los jóvenes y a sus familias
a depender de las remesas que envían aquellos desde las ciudades. A raíz de
esto, el proletariado chino emigrante (entre 150 y 200 millones de trabajadores
y trabajadoras) mantiene profundos vínculos con ese enorme campesinado. Esta
relación puede expresarse en la lucha de clases en el futuro como un factor
progresivo.
La
burocracia que aún mantiene un peso central en el poder del estado, hace sus
propios negocios, mientras avanza en su reconversión como clase dominante. Pero
la crisis internacional en curso impone límites a este “florecimiento” de los
negocios chinos y por ende al surgimiento de nuevos sectores burgueses, en el
marco de un peso central de los monopolios imperialistas. Parece ser que
precisamente por ello, el saqueo y el pillaje de las burocracias locales se exacerban.
En esto se expresa la contradicción entre el aparato del estado, aún dominado
por la burocracia y las formas capitalistas extendidas por todo el tejido
social.
Los
avances de la restauración, como se explica acá y acá,
aceleran esas contradicciones. Han generado un enorme desarrollo desigual y
combinado, con muchos elementos potencialmente explosivos, como el mayor
proletariado del mundo, trabajando en condiciones de extrema explotación, un
enorme campesino viviendo en condiciones de pobreza y siendo atacado por los
avances capitalistas y el saqueo de los funcionarios estatales.
A
causa de ello, hoy la burocracia es la más interesada en sostener la
estabilidad política del país. En una entrevista al Director de desarrollo
urbano de Pekín, éste respondía “cualquier
acción que perjudique la estabilidad social, ya sea de parte de funcionarios o
de parte de los ciudadanos, será tratada con firmeza (…) China es un país muy
grande y atravesamos un período crítico, así que la prioridad del gobierno es
el desarrollo. La estabilidad es la premisa (…) o resolvemos bien todos esos
problemas de calentamiento económico, urbanización, contaminación y desigualdad
social, de tal forma que el desarrollo económico y social sea parejo, o bien
nos mantenemos en una época de crisis y latinoamericanización” (entrevista en
Pág. 215)
La
crisis internacional en curso puede acelerar el conjunto de estas tendencias y
llevar a mayores choques entre la burocracia del estado, las patronales
imperialistas y el nuevo y poderoso proletariado. Esas nuevas convulsiones seguramente
serán un factor actuante de la lucha de clases internacional.
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