Eduardo Castilla
Seguramente muchos la sentimos, como la sintió el amigo Turco, pero casi
ninguno lo dijo. La hipocresía ganó nuevamente los medios y al conjunto de la
casta política. En ese marco, no faltaron quienes intentaron igualar a Videla
con los Kirchner como lo hizo la insufrible Laura Alonso, exponente de raza
del gorilaje local.
Tampoco quienes
quisieron hacer de Videla el “emergente de la época” como si las sociedades
fueran un bloque sólido completamente homogéneo. La “cultura autoritaria” de Lanata parece ser el patrimonio
de los millones de argentinos, como si no hubiera habido una brutal actividad
de persecución, secuestro, torturas y asesinato. Videla no fue un asesino
suelto y en eso tiene razón. Pero fue la cara visible de un proceso de
genocidio contra una franja de la sociedad. La figura de genocidio remite
necesariamente a un plan premeditado, a un accionar consciente, a la
planificación de la desaparición de un sector de la población. No hay “cultura
autoritaria”, hay instituciones que cumplen la función de normativizar la sociedad
en función de los intereses de una minoría. Hay dominación de clase y normalización
de clase.
El genocidio fue de clase. La franja social que fue perseguida, torturada
y desaparecida estuvo integrada en su mayor parte por la clase trabajadora y el
pueblo pobre. No fue un grupo étnico sino un grupo social. El genocidio buscó
liquidar a una clase obrera que, con sus
métodos de lucha, empezaba a poner en cuestión el conjunto de dominio de la
clase capitalista. Una clase que había sorteado la dictadura de la llamada
Revolución Argentina, que empezaba a superar ese escollo político-ideológico
que era (y es) el peronismo, que amenazaba la propiedad privada capitalista con
cada toma de fábrica.
Precisamente por eso
no se puede dejar de nombrar el protagonismo de clase de los capitalistas. Si
hubo un genocidio, hubo un plan para llevarlo adelante. Quiénes escriben y cronican
hoy sobre la muerte de Videla, omiten mencionar que muchos centros clandestinos
de detención funcionaron dentro de empresas. “Olvidan” mencionar al
empresariado argentino como motor de ese genocidio. El plan económico de
Martínez de Hoz es la mejor expresión de ese carácter de clase. La estructura social y económica “heredada” de
la dictadura se mantuvo y profundizó durante el menemismo para no alterarse
sustancialmente bajo la Argentina kirchnerista. Néstor ordenó descolgar los
cuadros, pero dejó intacto el dominio del gran capital imperialista sobre el
país que los rostros de aquellos cuadros pusieron en escena.
Nunca se arrepintió. Videla encarnó, a su manera, el “carácter urgente”
del golpe militar, la situación sin alternativas, su “necesariedad” para la
clase dominante. Al igual que Menéndez, siguió justificando el Golpe hasta
último momento de su vida. ¿Cuál es la lógica del no-arrepentimiento? ¿Se puede
negar que, desde el punto de vista de la clase capitalista, fuera la única salida
posible? El Golpe militar tenía una misión de carácter fundamental para la
clase dominante: el aniquilamiento de una generación que amenazaba barrer con
la sociedad.
“Estaba
en juego la república; había que evitar que la Argentina fuera otra Cuba” afirmó
el genocida hoy muerto ¿Qué significaba otra Cuba? El
triunfo de esa revolución social que latía en las masas en su conjunto y sobre
todo en la clase obrera. Si, como dice el torturador muerto, la guerrilla ya
había sido derrotada a inicios del 76’, el golpe debía tener otro objetivo: derrotar
a una clase poderosa que, enfrentando crecientemente al peronismo en el poder,
desafiaba el orden burgués. Esa misión sólo podía cumplirse con un salto
represivo brutal que se expresó en el Genocidio. Durante estos años, Videla
actuó “preservando la memoria histórica” de las fuerzas represivas acerca de su
verdadero rol, de su papel de garante, como “envoltura amarga”, del capital. Precisamente
por eso no se arrepintió. Las fuerzas armadas, desde su punto vista, jugaron el
papel que debían jugar: la defensa del orden social burgués.
¿Videla fue un traidor como dice Sarlo? Sí y no. Desde un punto de vista “institucional”
evidentemente quebró la confianza otorgada por el gobierno de Isabel. Desde el
punto de vista de sus intereses de clase no. El recurso a Videla fue la “solución
final” de una clase social que no podía frenar el ascenso en curso de la lucha
de clases. Precisamente porque no fue un traidor a su clase es que puede
afirmar, como lo hace acá, “durante cinco años hice prácticamente
todo lo que quise. Nadie me impidió gobernar”.
Fue el garante del inicio de una transición en el capitalismo argentino.
Transición que, en primer lugar, implicaba salvar a ese mismo sistema capitalista
del peligro del “sucio trapo rojo”.
“murió como debía morir, donde debía morir y en una época cuya mera existencia hizo todo
lo posible por impedir” escribe
Mario Wainfield. ¿Ésta es la época que Videla pretendía impedir?
Categóricamente no. Videla salvó a la Argentina capitalista, salvó su dominación
de clase. Hay una operación ideológica en la afirmación. Videla no se oponía a
la democracia burguesa. “Había una
finalidad, que era lograr la paz sin la que hoy no habría una república, salvar
un país que estaba siendo agredido por el terrorismo subversivo” le dice a
Ceferino Reato. La “república” para Videla, era la defensa de la propiedad
privada capitalista, la continuidad de un dominio social y político que se veía
amenazado por las masas insurgentes, la continuidad de un orden “occidental y
cristiano” donde instituciones como la Iglesia y las Fuerzas Armadas fueran pilares
fundamentales.
En la Argentina kirchnerista esos pilares siguen intactos. Las
fuerzas armadas y policiales, más allá de la condena a algunos pocos genocidas,
siguen infestadas de represores que actuaron bajo las órdenes del gobierno
militar entre 1976-1983. Son las mismas fuerzas represivas que están tras los
miles de casos de gatillo fácil, redes de trata y desaparición de personas. Escribimos
esto cuando se cumple un mes más de la desaparición de Jorge Julio López. Desaparecido
en esta democracia por declarar en contra de sus torturadores. Esa es la
confirmación más terrible y más palpable de que una parte central del aparato
represivo sigue intacto.
Si las fuerzas represivas siguen intactas, la Iglesia no ha
corrido peor suerte. En la Argentina kirchnerista, la reaccionaria institución
que tanto reivindicó Videla se sigue oponiendo al derecho al aborto libre, legal
y seguro siendo cómplice de esta forma de las cientos de muertes de mujeres por
llevarlos a cabo en condiciones de precariedad. Mientras, CFK se abraza con
Bergoglio.
Videla murió en la cárcel. Mientras aún
miles de genocidas gozan de impunidad o encontraron la muerte sin ser juzgados,
quedando completamente impunes. Los empresarios que dieron el golpe sólo fueron
juzgados en cuenta gotas. Martínez de Hoz encontró la muerte impune. Luis Bruschtein
escribe
hoy que “La muerte de Videla generó alivio”.
Tal vez en muchos sí. En muchos otros, miles de sensaciones encontradas.
Pero no existe el “alivio estratégico” en el marco de una sociedad
donde anidan las mismas contradicciones que llevaron al ascenso revolucionario
de los setenta y al golpe militar que le puso un freno. No puede haber alivio
mientras la clase dominante tenga en sus manos el poder de un enorme aparato de
represión con cientos de miles de cañones apuntando sobre la sien de la clase
trabajadora y el pueblo pobre. La muerte de Videla no hace cesar las batallas
en curso. La lucha por la cárcel a todos los genocidas y sus cómplices sigue
siendo una tarea estratégica.
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