Eduardo
Castilla
Hace
más de 150 años Marx y Engels empezaban su célebre Manifiesto invocando al
fantasma del comunismo que recorría Europa y asustaba desde el Zar hasta
Guizot, pasando por Metternich entre otros. Hoy podría decirse que el fantasma
del trotskismo asusta, una vez más, a los gobiernos que emergieron en América Latina
tras la crisis del neoliberalismo. Ese fantasma y no otro, es el que invocó
hoy, en su discurso en Cochabamba, el vicepresidente
García Linera, cuando acusó a la dirigencia trotskista de tocar las
puertas de los cuarteles “para promover golpe de Estado”. Extraña acusación
viniendo del gobierno que puso en funciones en la embajada de Argentina a un militar que estuvo
durante más de 30 años al servicio de la fuerza aérea, es decir que pasó por
los gobiernos de Sánchez de Lozada y Carlos Mesa entre otros. Extraña
afirmación viniendo de un gobierno que garantiza a las fuerzas represivas
cobrar el 100% de jubilación, no así a los trabajadores.
La acusación de golpista hacia el
trotskismo no es nueva ni original. En la Argentina varias veces, bajo los
gobiernos de Néstor y Cristina, Aníbal Fernández, un inefable especialista en
el macartismo local, se convirtió en especialista de acusar a dirigentes
trotskistas de incendiar formaciones de trenes o destruir las estaciones. La
demonización del trotskismo es un recurso fácil para gobiernos que tienen que
enfrentar la emergencia de la bronca popular por sus enormes límites para dar
solución duradera a problemas profundos que viven las masas.
Los límites del gobierno de Evo
Quedan en evidencia, como ocurre en
Argentina y en Venezuela a distintos niveles, los límites económicos y sociales
de los gobiernos posneoliberales. Gobiernos que emergieron para canalizar el
enorme ascenso de masas de principios de este siglo y el descontento con los
partidos patronales que habían implementado los planes ideados por el FMI y el
capital financiero internacional.
En Argentina, el fin del “nunca menos”
se expresa crecientemente en los techos a las paritarias, el “blanqueo” de
dólares para los especuladores y una política de no tocar los intereses de los
grandes capitalistas. En Venezuela, el gobierno de Maduro llevó adelante dos
devaluaciones de la moneda desde fines del año pasado. Una parte del caudal
electoral que se trasladó a Capriles es el resultado de esa política que tiene
poco de socialista y mucho de burguesa.
Las movilizaciones en Bolivia están evidenciando
los límites del gobierno de Evo para tocar aspectos del andamiaje estructural
del país. La ley de pensiones que propone no toca el nudo del
sistema implementado por Sánchez de Lozada en 1997, no modifica los miserables
aportes patronales (que están en el 3%) ni la base individual del sistema. El
gobierno se niega a tocar los intereses de los capitalistas. Aquí se señala que “si los patrones y el
Estado aportaran al menos 6% y 2%, respectivamente, todos podrían jubilarse con
el 100% de su salario”
Otro ejemplo brutal lo ponen los mismos
“defensores” del “capitalismo andino-amazónico”. Como se afirma en esta nota (completamente imparcial y llena
de suspicacias contra la COB y las organizaciones obreras) “en Bolivia existe
un trabajo informal del 75%, según informó el propio ministro de Economía”. No
está de más recordar que Evo pelea por ser electo por tercera vez en 2014. Es
decir, el altísimo nivel de precarización laboral (o informalidad) no puede ser
atribuido a la “herencia neoliberal”.
Un
“fantasma” con cierta carnadura
Las
acusaciones contra el trotskismo y sus alianzas con la derecha no son nuevas en
la historia de la lucha de clases. El arsenal estalinista ha dado sobradas
muestras de proveer este tipo de calumnias y acusaciones. El maoísmo (un
estalinismo de segunda época) no dejó de lado este tipo de acusaciones. La “tradición”
maoísta de García Linera
posiblemente colaboró en las declaraciones de esta tarde.
Pero
el “fantasma del trotskismo” tiene sus raíces en la lucha independiente de
clase obrera. El fantasma es la clase obrera movilizada, superando los límites
que quieren imponerle gobiernos nacionalistas burgueses que, más allá de su
retórica populista, defienden los intereses de clase de los capitalistas. El
trotskismo es el “fantasma” de la clase obrera actuando de manera independiente
de las burocracias sindicales, que hacen lo imposible por regimentar su acción
o limitarla al plano de las demandas corporativas.
Algo de ese fantasma se está viendo en
las calles de Bolivia. Como se señala acá “también se está
produciendo un fenómeno nuevo, que no se daba ni siquiera en la época de los
levantamientos nacionales del 2000-2005, como ser la huelga y el paro de
labores en las fábricas y en algunas empresas de servicios. El ejemplo lo dio
Huanuni con una huelga que está afectando a la COMIBOL (Corporación Minera de
Bolivia), además de ser un poderoso ejemplo para el resto de los trabajadores
del país”. La enorme huelga de la COB tiene entre su vanguardia a los mineros
como se señalamos acá y a los integrantes del Magisterio que hoy lunes, se
movilizaron a pesar de la política de la dirección de la COB de intentar
negociar sin acciones.
Por su parte, Evo convocó a las
movilizaciones de sus bases de campesinos y pueblos originarios.
Movilizaciones que esta tarde llenaron las plazas de Cochabamba y La Paz entre
otras ciudades, poniendo de manifiesto una política gubernamental de utilizar a
las organizaciones campesinas contra las acciones obreras. El pretendido
“golpismo” que enarbola la dirección del MAS es una maniobra para impedir el
desarrollo de la lucha obrera y para no tocar las ganancias de las grandes
empresas. La consecuencia de la negativa a tocar el interés de los capitalistas
es una política potencialmente fratricida, de peleas entre sectores oprimidos y
explotados como los campesinos y los trabajadores, como se vio hace pocos días
en Potosí.
Quiénes acusan el pretendido “golpismo” de la
COB se niegan a ver que es precisamente esta negativa a tocar los intereses de
la clase capitalista lo que abre el camino al desarrollo de sectores que puedan
atacar abiertamente la movilización social y las medidas de lucha. La misma
declaración del paro como ilegal, que realizó el gobierno el fin de semana,
abre las puertas a despidos de trabajadores por parte de los capitalistas.
Precisamente sólo una salida desde el
programa del trotskismo, que rompa abiertamente las ataduras del país al
capital, tanto extranjero como nacional, podrá poner el conjunto de los
recursos de la nación en función de dar salida a los problemas profundos de las
masas obreras y populares. Si el “fantasma” del trotskismo logra hacerse
plenamente carne, en una organización revolucionaria que sea capaz de pelear
por la conquista del poder y la revolución socialista, será posible retomar y
finalizar las tareas abiertas por la Revolución del 52’, la de liquidar el
capitalismo de conjunto y poner de pie un verdadero gobierno de los
trabajadores, el pueblo pobre, los campesinos y los pueblos originarios.
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