miércoles, 23 de mayo de 2012

Crisis capitalista y polarización de clase: el ascenso de la ultraderecha en Europa


Por Paula Schaller

A mediados de los años 30’, Trotsky, analizando la degradación de la democracia parlamentaria en la Europa de entreguerras y el ascenso de Hitler al poder, planteó que “Si hacemos una analogía con la electricidad, podemos definir a la democracia como un sistema de cortacorrientes y fusibles destinado a amortiguar los violentos choques generados por las luchas nacionales o sociales. La historia de la humanidad no conoce otra época como ésta, tan cargada de antagonismos. La sobrecarga corriente se manifiesta en distintos puntos del sistema europeo. Bajo la excesiva tensión de los antagonismos de clase e internacionales, los cortacorrientes de la democracia se funden o se rompen. Esta es la esencia del corto circuito de la dictadura.” Si en la actual situación internacional todavía no podemos hablar de antagonismos de clase e inter-estatales de semejante envergadura (que, pocos años después de que Trotsky escribiera esto, llevarían al estallido de la Segunda Guerra Mundial, previa derrota de la revolución española y desvío del ascenso revolucionario en Francia), vemos que la histórica crisis capitalista con epicentro en Europa ya empezó a profundizar las tendencias a la polarización social y política, con el fortalecimiento de grupos de extrema-derecha que, con discursos xenófobos contra los inmigrantes, soberanistas contra  la Unión Europea y populistas contra las “elites políticas”, ganan adhesión entre sectores de la pequeño-burguesía arruinada y franjas de los trabajadores. De hecho, como se plantea acá el electorado tradicional del Frente Nacional habría cambiado su composición social, siendo ahora en un 40 % de extracción obrera.

Los ritmos y la dinámica del fortalecimiento de las tendencias proto-fascistas estarán determinados por el grado de avance de la lucha de clases; precisamente por eso en la coyuntura, donde no hay ascenso revolucionario del proletariado y las masas europeas, aún no son los extremos los que priman sino las distintas variantes intermedias de contención que intentan administrar la crisis, como es el caso de Hollande en Francia o el posible triunfo del partido izquierdista Syriza en Grecia. Lo mismo indican las recientes elecciones municipales en Italia, donde distintas expresiones de la centroizquierda obtuvieron un contundente triunfo en 92 de 177 municipios. Por eso en nuestra opinión es apresurado hablar, como hacen algunos analistas, del desarrollo de una “Primavera parda” (cuestión que puede tributar al objetivo político de encaminar el apoyo de las masas hacia distintas variantes de centro en aras de “salvar una democracia amenazada”). Pero, aunque no prime en la coyuntura la política de los extremos, el crecimiento de las variantes ultraderechistas tiene significación en tanto fenómeno anticipatorio de la perspectiva de mayores confrontaciones sociales en el marco de una histórica crisis capitalista que está muy lejos de encaminarse a alguna salida de largo plazo.

En el terreno electoral, lo demostraron recientemente Francia, donde el Frente Nacional de Marine Le Pen obtuvo un 18 %, y Grecia, donde el partido neonazi Amanecer Dorado obtuvo casi un 7 % de los votos y 21 diputados en el parlamento, sumándose a la tendencia que ya se expresó en Holanda, Bélgica, Dinamarca, Austria, Suecia, Finlandia, Suiza y Gran Bretaña.

Particularmente en el caso griego, uno de los países más pobres de la eurozona en que la crisis golpeó muy duramente, donde la lucha de clases está más avanzada por la radicalidad de las respuestas que vienen dando las masas -que protagonizaron desde el inicio de la crisis decenas de huelgas generales y múltiples enfrentamientos con la policía-, éstos grupos no sólo son fracciones parlamentarias superestructurales sino verdaderas bandas de asalto que intervienen en la lucha callejera atacando a los inmigrantes al mejor estilo, -aunque en  menor escala histórica, ya que todavía no expresan las tendencias a la acción directa de fracciones de las masas-, de los squadristi de Mussolini (grupos de choque que luego serían conocidos como los Camisas Negras) o las SA de Hitler (bandas paramilitares, también conocidas como Camisas Pardas, en las que Hitler se apoyó para llegar al poder y que luego descabezó para evitar que disputaran autoridad). El vocero del heleno Amanecer Dorado, Ilyas Panayotaros, proclama abiertamente: “Todos los problemas de Grecia son culpa de los inmigrantes. Son parásitos y criminales. Cuando gobernemos, los deportaremos y blindaremos las fronteras con minas y vallas electrificadas”; mientras que su líder, Nikos Michaloliakos, reivindica sin tapujos el régimen fascista del general  Metaxas que gobernó Grecia entre 1936 y 1941. Lo mismo vimos el año pasado en Inglaterra en el marco de las revueltas juveniles desatadas en Londres tras el asesinato en manos de la policía de un joven negro, donde emergieron grupos fascistas ultra-nacionalistas como la Liga de Defensa de Inglaterra o el Partido Nacional Británico que salían a las calles a apalear a los manifestantes amenazado con “matar a los negros” y “exterminar” a inmigrantes. Un discurso similar vemos en el caso del Partido por la Libertad (PVV) de Holanda -que hace pocos días fue noticia mundial por negarse a sostener con sus diputados el gobierno liberal-conservador que pretendía avanzar en la aplicación de los planes de ajuste exigidos por Alemania-, donde su líder, Geert Wilders, plantea, al mejor estilo de un cruzado medieval, que la civilización europea está en guerra con el Islam “bárbaro e invasor”, exigiendo que el Corán y las escuelas musulmanas sean prohibidas en Holanda.                                                                                                     

En el marco de la crisis capitalista que degrada las condiciones de vida de millones, los partidos y fracciones de ultraderecha como el lepenismo en Francia, Amanecer Dorado en Grecia o el PVV holandés son los que más resueltamente expresan programática y políticamente el estado de ánimo reinante entre sectores de la pequeño-burguesía que no quieren“sacrificarse” para salvar al resto, por eso proclaman un fuerte discurso anti-europeísta, nacionalista y xenófobo. Como se plantea acá “Durante la campaña, la líder del Frente Nacional, Le Pen, lanzó un llamado a que Francia abandone la zona euro y que se restituya al franco; criticó la integración política de Francia con la Unión Europea.” Como contracara de lo mismo, éste discurso prende entre amplios sectores golpeados por la crisis que rechazan que sus destinos sigan estando regidos por los designios del capital financiero alemán, el más poderoso de la eurozona. Así logró Marine Le Pen desprestigiar a Sarkozy y quitarle gran parte de su base electoral, acusándolo de estar sometido a los “diktados” de Merkel. Buscan darle una salida reaccionaria a la crisis, basada fundamentalmente en la restricción de la inmigración y en un cierto retorno al Estado de Bienestar pero sólo para los nacionales (“Francia para los franceses”). Desde este punto de vista, en perspectiva, el crecimiento de la ultraderecha es un anticipo político de la tendencia a mayores confrontaciones y antagonismos inter-estatales, puesto que la unidad burguesa de Europa mediante la Unión Europea no sólo no ha logrado el desarrollo en bloque del conjunto de sus países, dando una salida de fondo a los problemas de las masas, sino que ha sido incapaz de aplacar los antagonismos de las distintas burguesías, de las cuales las más fuertes han basado su crecimiento y hoy buscan su salida en un salto en la semicolonización de las burguesías menores. Pero fundamentalmente, y en esto nos interesa detenernos, el crecimiento de la ultraderecha, aunque no plantee hoy una dinámica de confrontación social aguda,  anticipa la tendencia engendrada por la crisis a mayores choques entre las clases, donde, por regla general, mientras más resuelta sea la organización y las respuestas que den los explotados en su lucha por defender sus condiciones de vida, más virulentas serán las soluciones de fuerza que busque imponer la burguesía. La riquísima experiencia política y social acumulada en las décadas de la entre-guerras del s. XX no sólo nos permite darnos una idea de la envergadura histórica de las salidas de la burguesía desesperada: el fascismo, los genocidios, la barbarie de la guerra mundial (sólo la Segunda, por ejemplo, causó más del doble de muertes que la gran “peste negra” del s. XIV en Europa, que había sido considerada como una de las mayores retracciones demográficas de la historia), sino que es una fuente de grandes lecciones político-estratégicas para orientarnos en los grandes combates que se anuncian, y que nuevamente sembrarán la posibilidad del triunfo de los explotados. Esto abordaremos en un próximo post.

Colaboración de Eduardo Castilla y Manolo Romano

 

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