Eduardo Castilla
La política argentina y los
fenómenos sociales se mueven a una velocidad impactante. Emerge, a cada
momento, la combinación de los tiempos
de la política, la crisis económica y aquellos que corresponden a la crisis
social. En esa combinación de tiempos y procesos irrumpen elementos brutalmente
reaccionarios (como los linchamientos)
y elementos progresivos (como el paro que habrá este jueves 10/4).
Pero esos procesos combinados
responden, en gran parte, a elementos determinados
por el desarrollo de las diversas clases sociales en la última década. Las clases
medias y la clase trabajadora se encuentran, hasta cierto punto y por el
momento, en tendencias divergentes y
esto es lo que, en parte, explica la combinación de procesos reaccionarios y
progresivos.
Dinámica(s) de clase(s)
Hace una semana escribimos
que la fuerza social de la clase trabajadora -que daba lugar a una determinada
relación de fuerzas- era una de las explicaciones de fondo al paro convocado
para este jueves, así como lo había sido en relación al paro docente y su
dinámica. El triunfo político que éste implicó contra el gobierno abrió la posibilidad
de la imposición de un nuevo piso salarial, como se evidencia en los pedidos
de diversos gremios, superando lo consensuado entre gobierno, patronales y burocracias
como la de Caló y Gerardo Martínez.
El paro del 10/4, que muchos anuncian
ya como una gran acción del movimiento obrero, seguirá expresando esa
situación. Permitirá a la clase obrera tonificar sus músculos. Planteará, de
manera aún parcial, la cuestión de quien es el dueño del poder en la Argentina,
mostrando una vez más que el país burgués normal
no existe sin la fuerza aportada por la clase trabajadora. Al mismo tiempo,
fortalecerá la perspectiva de una mayor intervención obrera en el período
siguiente, sea a través de luchas parciales o a través de fenómenos
político-sindicales. Eso fue lo que vimos a lo largo del 2013 como producto del
20N. En ese avance parcial de la
fuerza obrera, de la confianza en sus
propias fuerzas, reside el peso del paro nacional.
Del otro lado de la moneda, el
país de los “linchamientos” expresa también contradicciones sociales profundas
que actúan como contra-tendencia a la dinámica descripta. La clase media -como muy
bien señaló FR-
expresa el “sujeto atemorizado” frente la perspectiva y las secuelas reales de
la crisis. Ese “temor” es el resultado de una década de bonanza social y
económica -que llega a su fin- pero que permitió configurar una subjetividad con fuertes elementos de
individualismo en las clases medias. A años luz del “piquete y cacerola, la
lucha es una sola”, las clases medias actuales se hallan, mayoritariamente, en
el extremo derecho del arco político gracias a los beneficios materiales de la “década
ganada”. La construcción de esta subjetividad tuvo sus hitos de masas, como se pudo contemplar en los cacerolazos masivos,
teñidos de color reaccionario (a la que cierta izquierda apoyó
sin ruborizarse) y el pasado inmediato de aquellos hay que buscarlo en el apoyo
abierto a las patronales agrarias durante el conflicto por la Resolución 125. La
“defensa de la propiedad” se convirtió en un valor sustancialmente más
importante que el derecho a la vida.
Los brotes fascistoides que implican los linchamientos dan actualidad a
aquella vieja definición de Trotsky de que el fascismo es una operación de
dislocación del cerebro de la pequeña burguesía en función de los intereses de
sus peores enemigos, los burgueses (véase acá).
Neoliberalismo y pobreza estructural
Que las clases medias puedan generalizar
su ideología se debe al peso no menor que ocupan en la “construcción de la
opinión pública”, muy bien reflejado en el post citado de FR. Pero además en la
presencia de elementos estructurales que llevaron al hundimiento de franjas
enormes de las masas en una profunda situación de pauperización.
El neoliberalismo significó un retroceso
social y económico para sectores enormes de las masas en todo el mundo, a
contrapelo del crecimiento exponencial de las ganancias y el poder de los
grandes capitales imperialistas. Sobre esas bases es que emergen los procesos
que los medios de comunicación y la burguesía definen como “delincuencia” o “inseguridad”
sin más discusión de fondo.
Los avances constantes en la
precarización del trabajo implicaron la consolidación de democracias
capitalistas elitizadas, donde amplios sectores de las masas quedaron por
fuerza de lo que podríamos llamar -siguiendo a Daniel James- “ciudadanía
social”. El capitalismo, en las últimas décadas, recreó bolsones de miseria y pobreza
donde el “sálvese quien pueda” se convirtió en sentido común extendido. Eso
implicó una creciente fragmentación de los lazos de solidaridad de clase
entre sectores de trabajadores en blanco y pobres urbanos que, en muchos casos,
se convirtieron en base de maniobras del clientelismo estatal. De esa lucha de pobres contra pobres se nutre
la política burguesa y toma sus fuerzas la construcción mediática de la opinión
pública clasemediera.
Crisis social, linchamientos y clase obrera
A inicios de los años 30', en una
Alemania que parecía marchar indefectiblemente hacia el régimen nazi, Trotsky
advertía la necesidad de que el PCA buscara ganar influencia, a través de la
política del frente único, sobre la clase obrera dirigida por la socialdemocracia.
Influencia que tenía, entre otros, el nada despreciable objetivo de impedir el desarrollo
del fascismo entre las clases medias.
El revolucionario ruso escribía “La pequeña burguesía
debe adquirir confianza en la capacidad del proletariado de llevar a la
sociedad por un nuevo camino. El proletariado sólo puede inspirar esa confianza
por su fortaleza, por la firmeza de sus acciones, por una hábil ofensiva contra
el enemigo, por el éxito de su política revolucionaria” (p.242). Contra la
visión burocrática del estalinismo, el fascismo era un “problema real” (p.32) que
obligaba a la política del frente único. El ascenso de Hitler, casi sin batalla,
evidenció lo correcto del pronóstico de Trotsky.
En Argentina, los linchamientos abren
el camino para una política represiva por parte de la clase dominante. La militarización
de la provincia de Buenos Aires, los controles callejeros masivos en Córdoba, la justificación
del endurecimiento de todo tipo de medidas se descargará, primero, sobre los
pobres urbanos -y en especial sobre la juventud- para luego intentar convertirse en un elemento
activo de la represión a las luchas de la clase trabajadora. En este aspecto,
para la vanguardia obrera combativa y la izquierda revolucionaria, los
linchamientos y sus consecuencias políticas, son un problema real.
Si la dirección burguesa de la
Socialdemocracia -con la colaboración del estalinismo- abría el camino del
avance del fascismo por medio de la negativa a una pelea seria, la dirección peronista
burocrática de los sindicatos argentinos abre el camino del fortalecimiento de
una política represiva por medio de la condena a los pobres. Las declaraciones
de Barrionuevo, definiendo que los pobres son potenciales asesinos, amén de un cinismo descarado-muchos trabajadores
gastronómicos son pobres por el nivel de precarización laboral que padecen- implican
un aval abierto a la política represiva de la burguesía en su conjunto. Desde
ese punto de vista socavan la alianza social que la clase trabajadora necesita
con el pueblo pobre para vencer a los capitalistas en el marco del ajuste que
está en curso.
Su función social -la contención
a la clase obrera y sus luchas-se entrecruza con sus intereses materiales. Trotsky,
en Adonde va Francia, ilustraba como
los dirigentes burocráticos de los sindicatos estaban infinitamente más
identificados con la burguesía y su personal político que con la clase obrera. Para
burócratas millonarios como Barrionuevo,
Caló o Moyano, un pobre es un enemigo que pone en peligro su propiedad y la
propiedad, como en el caso El avaro
de Moliere, es la vida.
Sobre la cuestión de la
hegemonía obrera
Sobre la base de este
entrecruzamiento de tendencias vuelve a emerger el debate sobre la cuestión de
la hegemonía
obrera que, planteada en un sentido político, implica una tarea
estratégica de la izquierda en el próximo período.
Si la clase trabajadora continúa
avanzando en el camino de una mayor intervención en la lucha de clases, poniéndose
en pie para la defensa de sus intereses, esto no necesariamente implica un avance en la superación de viejos
prejuicios, entre los cuales cala la cuestión de la condena a los pobres
urbanos por su estigmatización como “ladrones”. La conciencia no sigue un camino lineal de
desarrollo hacia “adelante” a partir de la lucha sindical.
La posibilidad real de esa
superación depende, en parte no menor, de la acción de la izquierda que gana
influencia en su seno. La superación de estos límites subjetivos implica la apertura del camino hacia la
hegemonía obrera, es decir hacia la capacidad de presentarse ante el conjunto
de las masas oprimidas y explotadas como
clase social capaz de dar una salida profunda a la crisis del país.
La lucha por el desarrollo de una
nueva subjetividad, que se constituya sobre la base de unir a la clase obrera en
blanco con los pobres urbanos como un objetivo central, debe ser parte del
combate cotidiano de la izquierda que se proponga conquistar los futuros caudillos
obreros de masas, al estilo de los Kajurovs
que Trotsky reivindicó
fenomenalmente en Historia de la Revolución Rusa.
Sobre esa base y sobre la base de
un programa que implique poner en cuestión efectivamente a los verdaderos responsables
del hundimiento de las clases medias, es decir los grandes capitalistas, se
podrán dar pasos en la constitución de la clase trabajadora como sujeto
revolucionario independiente y clase hegemónica. Esa debería ser la perspectiva
estratégica del conjunto de la izquierda trotskista, más allá de los éxitos
electorales de coyuntura.
estamos tardando en empuñar las armas y fusilar a todos los politicos sea cual sea su partido y los banqueros y a los borbones todos deberian acabar en campos de exterminio .es preferible ser gobernado por un leon bien nacido que por cien mil ratas de mi especie viva el ESTALINISMO
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