Eduardo Castilla
La crisis política y
los ajustes lanzados por el gobierno -con el aval de la oposición patronal-
llevan, progresivamente, a la entrada en la escena política del movimiento
obrero. La idea de una “transición ordenada” hacia 2015, como se lo propone
el conjunto de la clase dominante, tiene su talón de Aquiles en esta creciente
intervención de la clase trabajadora. Tanto la huelga docente, de carácter
histórico, como el paro convocado por Moyano y cía. para el 10/4, evidencian
una tendencia estructural a la huelga general, como señalan
FR y JDM.
Dichas acciones, en tanto continuación del proceso expresado el 20N, marcan
el fin de la ausencia de la clase obrera como sujeto actuante en la
vida política nacional. De momento, esta “re-aparición” se hace centralmente a
través de sus direcciones burocráticas. Pero el peso de la izquierda trotskista
constituye un elemento fundamental del conjunto de la situación. Elemento no
menor para el análisis
que hacen la prensa burguesa y el empresariado.
El capitalismo, en la era K, creó a sus potenciales sepultureros, dando lugar a una fuerza social que no puede ser doblegada
fácilmente ni, por el momento, enfrentada de manera frontal. En esta relación de fuerzas social radica parte
del triunfo político de la huelga docente -a pesar de la traición de Baradel-, el fracaso de intento de CFK de
imponer el presentismo en la negociación con los gremios docentes y el llamado
al paro del 10/4. Allí mismo hay que buscar la causa de la derrota del intento
de imponer un techo salarial del 25%.
La relación de fuerzas actúa como un dique de contención a los intentos más
derechistas de la política burguesa pero, como afirmaba Trotsky, será la lucha
la que defina la profundización o un cambio en la misma.
Los límites de la “unidad
por arriba”
El conjunto de la clase dominante selló un pacto para permitir que CFK
llegue hasta el final de su mandato. Pacto que cuenta con la bendición papal y
el aval de la burocracia sindical en todas sus alas. En este pacto reside la
fuerza actual del régimen político para enfrentar a las masas e intentar
profundizar el ajuste. Esto no implica que las peleas entre “los de arriba”
hayan cesado. Por el contrario, cada elemento importante de la situación la
hace reemerger, como lo muestran las acusaciones del gobierno contra el paro
que “favorecería a Massa” aunque, como se señale acá, es probable que éste no lo avale.
Pero esta unidad por arriba está marcada por el sello gris de la decadencia política estructural de los
partidos de la burguesía. La plana mayor
de la política burguesa nacional, con sus Scioli, Massa, Carrió o Binner carece
de grande estadistas o figuras de un peso sustancial entre las masas como para
imponer una nueva relación de subordinación sin grandes derrotas de por medio.
El verdadero “hándicap” de la burguesía reside en las debilidades de la
fuerza obrera, resultante del “modelo neoliberal” que, en su patrones fundamentales,
no fue transformado bajo el kirchnerismo. Sobre ese aspecto se basa el poder
que mantiene la burocracia sindical. La “fuerza” de las variantes políticas
burguesas radica, esencialmente, en el apoyo a la “transición pactada” que
ejercen las direcciones sindicales. Esto permite, por ahora, la continuidad del
ajuste sin grandes sobresaltos ni “histeria” para la clase capitalista en las paritarias.
Paro general y frente único
El paro del 10/4, hasta cierto punto, pone en cuestión ese pacto de “unidad
por arriba”, abriendo la posibilidad de la expresión de amplias capas obreras
que se oponen al gobierno y el ajuste en curso. Como acción constituirá un
nuevo paso en la entrada del movimiento obrero en la escena política.
El principal límite de esta convocatoria reside precisamente en el carácter
de su dirección. Hace unos meses afirmábamos que la situación era todo lo
avanzada o prerrevolucionaria que las direcciones del movimiento obrero lo
permitían.
El cambio de política implica un cambio de táctica pero no de estrategia
en la burocracia. Durante los primeros meses del año, cuando se produjo la devaluación
y un salto inflacionario importante, la burocracia jugó el rol de inmovilizar
las fuerzas obreras. Ante el paro docente sólo atinó a fuertes definiciones
verbales pero garantizando la soledad de esa lucha. Ahora, cuando el “momento
catastrófico” de la crisis parece haber menguado, el paro cumple la función de
intentar represtigiar a la burocracia y fortalecer la perspectiva del apoyo a
las figuras patronales de la oposición, en primer lugar a Massa, aunque esto no
se declame abiertamente.
La táctica de contención y freno
da lugar a la de medidas parciales. Pero la estrategia
sigue estando basada en fortalecer a las variantes opositoras mientras el
ajuste avanza sin acciones verdaderamente contundentes de respuesta.
En esta situación, la intervención independiente de sectores de la izquierda
y la vanguardia obrera resulta fundamental. El Encuentro de Atlanta, que
expresó un importante polo a la izquierda del conjunto de la burocracia
sindical, convoca -a través de su Mesa provisoria- a intervenir en el paro del 10 de abril
activamente.
La relevancia de este llamado reside en su capacidad de actuar como polo independiente en el paro. En cambio, aquellos sectores que se negaron a
participar del Encuentro, priorizando alianzas duraderas con un sector de la burocracia
como la CTA Micheli, son parcialmente rehenes del acuerdo que éste sostiene con
Moyano y Barrionuevo de hacer un paro sin movilización.
Frente único e independencia política
La entrada en escena de la clase trabajadora no constituye un hecho revolucionario
per se pero implica un avance
enorme en relación a los intentos de la burguesía de descargar la crisis sobre
sus espaldas. Al mismo tiempo, abre un terreno privilegiado para la
intervención de las corrientes de izquierda trotskista con peso en la
vanguardia combativa.
El “arte” del Frente único consiste, en gran parte, en golpear juntos y marchar separados. Es precisamente esa marcha “diferenciada”
la que deberá expresarse en el golpe conjunto del paro del 10/4, mostrando
nacionalmente a los sectores combativos y clasistas que, junto a proponerse
enfrentar el ajuste, plantean la perspectiva de una salida independiente, ajena
a las variantes políticas patronales como Massa, Scioli o el UNEN.
Esa diferenciación es fundamental para dar pasos en la construcción de
fracciones clasistas y revolucionarias al interior de esas organizaciones
sindicales, precisamente para derribar a la burocracia y avanzar en permitir la emergencia
de la clase obrera como sujeto político
independiente en la escena nacional.
La relación entre el “factor
espontaneo” (lo sindical) y el “factor consciente” (política independiente) no puede
basarse sólo sobre la pura agitación política externa hacia el movimiento obrero. La independencia política de la
clase trabajadora no puede ser sólo una
expresión electoral sino que implica la construcción de una fuerza militante
al interior de las organizaciones obreras que garantice la “renovación” de esa
independencia mediante la constante lucha de clases. Como afirmaba Trotsky, “la independencia de la influencia de la burguesía no puede ser
un estado pasivo”.
El mismo Trotsky, en los años 30’ y a propósito de la lucha en Alemania
contra el fascismo escribía
que “La lucha por el poder no se puede orientar apoyándose simplemente en los
votos (…) se necesita tener apoyo en las fábricas, talleres, sindicatos y
comités de fábrica” (pág.62).
La emergencia de la clase trabajadora y su entrada en escena en la vida
nacional supone la posibilidad objetiva para la izquierda de desarrollar
corrientes aún más amplias de militancia obrera y luchar por la conquista de los sindicatos. La debilidad histórica del
peronismo es un elemento consustancial a esta posibilidad.
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