Eduardo Castilla
¿Qué dirán ahora los académicos que dieron por
muerta a la clase trabajadora? ¿Qué dirán los avezados periodistas
“progresistas” que quieren dejarse arrastrar por el fango en la “defensa del
modelo”? ¿Cómo medirán los oscuros funcionarios encargados de redactar el
discurso de Capitanich los números del paro? Las preguntas tienen variedad de
respuestas, pero detrás de los argumentos se esconde la sórdida realidad
material. Hoy, jueves 10 de abril, la clase obrera paralizó el país. Una vez,
el poder de la principal clase productora de la nación volvió a emerger,
escenificada en cientos de imágenes que muestran calles vacías, negocios
cerrados, piquetes cortando las avenidas y calles y, sobre todo, obreros en
esos cortes. La clase obrera mostró su poder social. Aquí van algunas notas
breves, escritas al final de la jornada.
Gobierno y clase obrera
El paro volvió a poner en escena la fuerza social
de la clase trabajadora y al mismo tiempo expresó la continuidad del proceso de
crisis y ruptura (o escisión) entre el gobierno y la clase trabajadora en su
conjunto. Proceso que ya se había expresado en el terreno electoral en octubre
del año pasado tanto en la votación al FIT como en la votación a Massa dentro
de la provincia de Buenos Aires.
El paro es, en primer lugar, una derrota en toda la
línea del gobierno nacional. Las caras largas y ofuscadas de Capitanich
(rebautizado como Quico por Moyano) y Randazzo, denunciando un gran
piquete nacional, son la imagen más visible de una derrota. Derrota que es
compartida por la burocracia aliada que, a pesar de los lloriqueos y gritos de
Caló o Andrés Rodríguez, no pudo impedir que el paro fuera contundente en todo el
país.
De esta derrota surge una primera contradicción
¿hacia dónde irá el conjunto de la conducción burocrática oficialista? ¿Seguirá
apostando a sostener la alianza con un gobierno que gira marcadamente hacia la
derecha? Esta ubicación, junto a la gran aparición del sindicalismo combativo y
la izquierda, generan las bases para el desarrollo se sectores combativos al
interior de esos gremios.
Pero al mismo tiempo, los límites que tiene el
gobierno, al que la situación económica le impone avanzar en el ajuste,
obligarán a esta burocracia a redefinir su relación de conjunto. El principal
límite que tiene este posible “cambio de campo” está dado por la enorme
debilidad en la que dejaría sumido al gobierno nacional.
Moyano y su triunfo
La contracara de la amargura que se respira en las
oficinas del oficialismo se vivió en la sede de la CGT donde una exultante
concurrencia vivó a Moyano hasta el hartazgo, riéndose de todos y cada uno de
sus chistes (algunos realmente buenos). El moyanismo, en tanto factor
unificador de diversas alas de la burocracia, es uno de los triunfadores de la
jornada. A su alrededor logró unificar, en una acción de fuerte peso, a
sectores centrales del arco burocrático sindical, sin los cuales el paro habría
tenido una influencia mucho menor.
Pero ni Roberto Fernández (UTA) ni Omar Maturano (maquinistas) estuvieron en la
triunfalista conferencia de prensa ¿Expresa eso una alianza inestable? Todavía
está por verse si la mesa que convocó al paro se sostendrá en el tiempo o no.
De momento, le permite a Moyano convertirse nuevamente, en un factor de peso en
la política nacional. Peso que intentará volcar al interior de la interna
peronista en función de permitir una sucesión menos “traumática” en el 2015.
Pero el triunfo del dueto Moyano-Barrionuevo (y su
perrito faldero Micheli) abre más contradicciones que certezas. La pregunta por
la continuidad del plan de lucha -primera pregunta de la conferencia de prensa-
se halla supeditada a un conjunto de factores no menores. “No estamos
eufóricos” dijo Moyano y no tenemos porque no creerle.
Tiene sobre sus espaldas el peso de ser un factor
actuante en una “transición ordenada”, acordada por el conjunto de las alas
políticas de la clase dominante, en el marco de un ajuste en curso.
El paro general y el peronismo
El paro general (y la huelga general más aún)
contra un gobierno “del palo” es una suerte de “hecho maldito” para la
burocracia sindical de peronista. No constituye una excepción sino la
norma dentro de un movimiento político cuya razón de ser radica en la necesidad
de impedir la expresión independiente de la fuerza de la clase trabajadora.
La historia del peronismo busca sus raíces en el 17
de octubre, en tanto Día de la Lealtad. Importante movilización pero convocada
con el limitado objetivo de restituir a su líder político en el control del
estado burgués. Para esa tradición peronista es ajena la gran gesta que
constituyó la huelga general contra el gobierno peronista de Isabel de junio y
julio de 75’. Y, hasta cierto punto, el Cordobazo constituye una tradición
“prestada” (ver acá)
En esa contradicción entre la tradición y la
realidad se mueve la política del moyanismo y el conjunto de las alas de la
burocracia sindical. De esa necesidad de atar al movimiento obrero a la
conciliación de clases emerge la alianza política con la FAA y la Sociedad
Rural, así como la necesidad de aportar a la reconstitución de un sector dentro
del peronismo para la sucesión del 2015.
Piquetes, izquierda y frente único
Pero la jornada de hoy no fue sólo el paro
dominguero llamado por Moyano y cía. Este sector de la burocracia fue el
ganador en su interna al interior de esa casta privilegiada que usurpa la
conducción de las organizaciones sindicales. Pero su triunfo es relativo. Como
expresa un analista acá, las ganancias del paro fueron “por
izquierda”.
La “novedad” de la jornada fue la emergencia del
sindicalismo combativo como un factor real que se mostró independiente
de las burocracias convocantes, al mismo tiempo que criticó abiertamente al
gobierno nacional. Fuera de toda lógica “campista” (fabricada por gobierno y
medios de la Corpo) la izquierda y franjas importantes de la vanguardia obrera
pusieron en jaque el discurso de que el paro “le hacía el juego a la derecha”,
latiguillo preferido del kirchnerismo y sus plumas.
La diferenciación en las acciones, con piquetes
interrumpiendo decenas de arterias centrales en las principales ciudades del
país, así como el choque con la Gendarmería -a la que se derrotó al imponer el
corte de la Panamericana a pesar de la represión inicial- fueron una de las
marcas de la jornada y posicionaron a la izquierda en vereda aparte de la
burocracia moyanista. A contramano de quienes repetían que el Encuentro de
Atlanta le hacía “seguidismo” al moyanismo, quedó en evidencia que esta franja
obrera jugó el rol de un verdadero polo independiente en la jornada (ver acá).
En los cortes que "cercaron" la entrada a
Capital Federal se expresó claramente el peso de una vanguardia obrera que
madura y de amplifica al calor de los procesos de la política nacional y de la
acción de una izquierda con influencia orgánica, es decir al interior de los
lugares de trabajo. Esto se expresa, entre otros elementos, en el peso del PTS
en enormes concentraciones obreras como Kraft (2500 trabajadores), Lear (1000)
o la Línea B del Subte, por citar solo unos pocos ejemplos que muestran una
vanguardia con influencia en amplias franjas. Esos bastiones son expresión de
una fuerza material importante a la hora de poder “golpear junto a la
burocracia pero marchando separados”.
El ninguneo hacia el peso de los piquetes -que
repiten hasta el hartazgo Moyano, Barrionuevo o Venegas- es un intento de
menospreciar el peso de la izquierda que jugó un rol fundamental en la jornada.
Ese ninguneo tiene por razón de ser la necesidad de impedir el avance de una
corriente que podrá disputar franjas amplias de la clase trabajadora en la
medida en que la burocracia que convocó al paro este jueves, tienda a poner las
acciones obreras (o tan sólo su aparato político) al servicio de la interna en
el amplio espacio peronista. Ese es uno de los elementos de la situación
política abierta.
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