jueves, 10 de abril de 2014

Notas breves sobre una gran jornada de lucha obrera





Eduardo Castilla
¿Qué dirán ahora los académicos que dieron por muerta a la clase trabajadora? ¿Qué dirán los avezados periodistas “progresistas” que quieren dejarse arrastrar por el fango en la “defensa del modelo”? ¿Cómo medirán los oscuros funcionarios encargados de redactar el discurso de Capitanich los números del paro? Las preguntas tienen variedad de respuestas, pero detrás de los argumentos se esconde la sórdida realidad material. Hoy, jueves 10 de abril, la clase obrera paralizó el país. Una vez, el poder de la principal clase productora de la nación volvió a emerger, escenificada en cientos de imágenes que muestran calles vacías, negocios cerrados, piquetes cortando las avenidas y calles y, sobre todo, obreros en esos cortes. La clase obrera mostró su poder social. Aquí van algunas notas breves, escritas al final de la jornada.

Gobierno y clase obrera

El paro volvió a poner en escena la fuerza social de la clase trabajadora y al mismo tiempo expresó la continuidad del proceso de crisis y ruptura (o escisión) entre el gobierno y la clase trabajadora en su conjunto. Proceso que ya se había expresado en el terreno electoral en octubre del año pasado tanto en la votación al FIT como en la votación a Massa dentro de la provincia de Buenos Aires.
El paro es, en primer lugar, una derrota en toda la línea del gobierno nacional. Las caras largas y ofuscadas de Capitanich (rebautizado como Quico por Moyano) y Randazzo, denunciando un gran piquete nacional, son la imagen más visible de una derrota. Derrota que es compartida por la burocracia aliada que, a pesar de los lloriqueos y gritos de Caló o Andrés Rodríguez, no pudo impedir que el paro fuera contundente en todo el país.
De esta derrota surge una primera contradicción ¿hacia dónde irá el conjunto de la conducción burocrática oficialista? ¿Seguirá apostando a sostener la alianza con un gobierno que gira marcadamente hacia la derecha? Esta ubicación, junto a la gran aparición del sindicalismo combativo y la izquierda, generan las bases para el desarrollo se sectores combativos al interior de esos gremios.
Pero al mismo tiempo, los límites que tiene el gobierno, al que la situación económica le impone avanzar en el ajuste, obligarán a esta burocracia a redefinir su relación de conjunto. El principal límite que tiene este posible “cambio de campo” está dado por la enorme debilidad en la que dejaría sumido al gobierno nacional. 

Moyano y su triunfo

La contracara de la amargura que se respira en las oficinas del oficialismo se vivió en la sede de la CGT donde una exultante concurrencia vivó a Moyano hasta el hartazgo, riéndose de todos y cada uno de sus chistes (algunos realmente buenos). El moyanismo, en tanto factor unificador de diversas alas de la burocracia, es uno de los triunfadores de la jornada. A su alrededor logró unificar, en una acción de fuerte peso, a sectores centrales del arco burocrático sindical, sin los cuales el paro habría tenido una influencia mucho menor.
Pero ni Roberto Fernández (UTA) ni Omar Maturano (maquinistas) estuvieron en la triunfalista conferencia de prensa ¿Expresa eso una alianza inestable? Todavía está por verse si la mesa que convocó al paro se sostendrá en el tiempo o no. De momento, le permite a Moyano convertirse nuevamente, en un factor de peso en la política nacional. Peso que intentará volcar al interior de la interna peronista en función de permitir una sucesión menos “traumática” en el 2015.
Pero el triunfo del dueto Moyano-Barrionuevo (y su perrito faldero Micheli) abre más contradicciones que certezas. La pregunta por la continuidad del plan de lucha -primera pregunta de la conferencia de prensa- se halla supeditada a un conjunto de factores no menores. “No estamos eufóricos” dijo Moyano y no tenemos porque no creerle.
Tiene sobre sus espaldas el peso de ser un factor actuante en una “transición ordenada”, acordada por el conjunto de las alas políticas de la clase dominante, en el marco de un ajuste en curso. 

El paro general y el peronismo

El paro general (y la huelga general más aún) contra un gobierno “del palo” es una suerte de “hecho maldito” para la burocracia sindical de peronista. No constituye una excepción sino la  norma dentro de un movimiento político cuya razón de ser radica en la necesidad de impedir la expresión independiente de la fuerza de la clase trabajadora.
La historia del peronismo busca sus raíces en el 17 de octubre, en tanto Día de la Lealtad. Importante movilización pero convocada con el limitado objetivo de restituir a su líder político en el control del estado burgués. Para esa tradición peronista es ajena la gran gesta que constituyó la huelga general contra el gobierno peronista de Isabel de junio y julio de 75’. Y, hasta cierto punto, el Cordobazo constituye una tradición “prestada” (ver acá)
En esa contradicción entre la tradición y la realidad se mueve la política del moyanismo y el conjunto de las alas de la burocracia sindical. De esa necesidad de atar al movimiento obrero a la conciliación de clases emerge la alianza política con la FAA y la Sociedad Rural, así como la necesidad de aportar a la reconstitución de un sector dentro del peronismo para la sucesión del 2015. 

Piquetes, izquierda y frente único

Pero la jornada de hoy no fue sólo el paro dominguero llamado por Moyano y cía. Este sector de la burocracia fue el ganador en su interna al interior de esa casta privilegiada que usurpa la conducción de las organizaciones sindicales. Pero su triunfo es relativo. Como expresa un analista acá, las ganancias del paro fueron “por izquierda”.
La “novedad” de la jornada fue la emergencia del sindicalismo combativo como un factor real que se mostró independiente de las burocracias convocantes, al mismo tiempo que criticó abiertamente al gobierno nacional. Fuera de toda lógica “campista” (fabricada por gobierno y medios de la Corpo) la izquierda y franjas importantes de la vanguardia obrera pusieron en jaque el discurso de que el paro “le hacía el juego a la derecha”, latiguillo preferido del kirchnerismo y sus plumas.
La diferenciación en las acciones, con piquetes interrumpiendo decenas de arterias centrales en las principales ciudades del país, así como el choque con la Gendarmería -a la que se derrotó al imponer el corte de la Panamericana a pesar de la represión inicial- fueron una de las marcas de la jornada y posicionaron a la izquierda en vereda aparte de la burocracia moyanista. A contramano de quienes repetían que el Encuentro de Atlanta le hacía “seguidismo” al moyanismo, quedó en evidencia que esta franja obrera jugó el rol de un verdadero polo independiente en la jornada (ver acá).
En los cortes que "cercaron" la entrada a Capital Federal se expresó claramente el peso de una vanguardia obrera que madura y de amplifica al calor de los procesos de la política nacional y de la acción de una izquierda con influencia orgánica, es decir al interior de los lugares de trabajo. Esto se expresa, entre otros elementos, en el peso del PTS en enormes concentraciones obreras como Kraft (2500 trabajadores), Lear (1000) o la Línea B del Subte, por citar solo unos pocos ejemplos que muestran una vanguardia con influencia en amplias franjas. Esos bastiones son expresión de una fuerza material importante a la hora de poder “golpear junto a la burocracia pero marchando separados”.
El ninguneo hacia el peso de los piquetes -que repiten hasta el hartazgo Moyano, Barrionuevo o Venegas- es un intento de menospreciar el peso de la izquierda que jugó un rol fundamental en la jornada. Ese ninguneo tiene por razón de ser la necesidad de impedir el avance de una corriente que podrá disputar franjas amplias de la clase trabajadora en la medida en que la burocracia que convocó al paro este jueves, tienda a poner las acciones obreras (o tan sólo su aparato político) al servicio de la interna en el amplio espacio peronista. Ese es uno de los elementos de la situación política abierta.

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