Cuando
este post esté subido nada más van a haber pasado 25 minutos de que
corté con un amigo. Hoy cumplió años. Promedia la mitad de la
década de los 30. Es mucho más que joven en un país donde la
esperanza de vida alcanza los setenta y pico de años.
Sin
embargo me dijo que tenía los brazos cansados. Se entiende. Carga
cajas todo el día. Las lleva y las trae. Adentro, un peso muerto que
no tiene nada que ver con su vida.
El
problema no son las cajas. Es su hijo. Los brazos cansados se cansan
aún más cuando se trata de cargarlo. No se trata de una necesidad.
No hay impedimentos. Se trata solo de jugar. Se trata solo de
disfrutar el (poco) tiempo libre que comparten juntos. Levantarlo y
hacerlo volar, imagina uno.
El
mundo es una mierda. Para miles de millones. Una cosa tan sencilla
como levantar a tu hijo para jugar con él se parece algo, tal vez
mucho, a la tortura, al sufrimiento. Donde debería haber placer y
felicidad hay dolor y frustración.
No
pude evitar acordarme de
los rotos que dejan las patronales, de los que sufren dolores
insufribles, de los que padecen en el cuerpo el solo hecho de estar
en la línea de producción. No pudo evitar acordarme de los obreros
de forja que habitaban las plantas de la Fiat cordobesa allá por los
70, aquellos que lloraban de impotencia y de sordera.
El
mundo es una mierda. Vale la pena destrozarlo de pies a cabeza. Solo
para que alguien puede jugar con su hijo entre sus brazos sin sentir
que una aguja se los atraviesa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario