¿Las palabras tienen peso? Y sí es así. ¿cómo las afecta la ley
de gravedad? Imposible saberlo. Porqué en todo caso el peso de las
palabras se desplaza en el tiempo. Se mueve en imaginarias e
intangibles balanzas, que se cargan a cuesta de las muchas
conciencias existentes. En última instancia, el peso de las palabras
es completamente subjetivo. Sería imposible ponerse de acuerdo entre
dos personas acerca del significado de las palabras “te amo”.
Incluso si esas dos personas efectivamente se amaran (lo cuál
abriría el debate sobre qué es el amor). Te y Amo serían dos
cosas radicalmente distintas. Posiblemente hasta opuestas, partiendo
de que no existen oposiciones que no tengan, a la vez, un punto de
contacto, un lugar de soldadura desde el que se abren en abanico.
Ese peso, al
determinarse de manera subjetiva, se vuelve inestable, etéreo,
frágil. Tan maleable como las interpretaciones mismas. Vara de lo
imposible, registro de lo inexistente o lo inasible.
Entonces. ¿para que
decimos lo que decimos? Cuando volcamos palabras al universo de aire,
ruido y olor que nos rodea. Cuando enunciamos aquello que ya hace
rato circula de neurona en neurona, caminando a velocidad hacia
nuestros labios y lengua, luego de haber subido por la laringe.
Las palabras pesan
por partida doble. Comunicación no es lo que uno dice sino lo que el
otro entiende (algo que enseñaban en Comunicación de Córdoba).
Falso de toda falsedad. Comunicación son las dos cosas. Son dos
necesidades enfrentadas. Son dos medidas para pesar el peso de las
palabras. Allí donde hablo digo algo que pesa en mi conciencia, en
mi ser, en mis sentimientos. Allí donde escucho calibro las mismas
variables. Escucho y leo pesando el peso de las palabras. Aquellas
que informan, aquellas que alagan, aquellas que insultan.
Debería haber
terminado Las palabras y las cosas. Posiblemente tendría en la punta
de los dedos algunas palabras más para agregar peso en este breve
escrito.
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