La batalla de PepsiCo abrió, hasta
cierto punto, un escenario novedoso en la política nacional. Mostró la
disposición de una fracción de la clase trabajadora al combate, estrechamente
ligada a la izquierda trotskista. Lo hizo influenciando abiertamente sobre
amplias franjas del progresismo y el kirchnerismo, que tienen la contradicción
de estar representadas por una dirección política pequeño-burguesa que
rehúye el combate de manera constante.
En la reunión del plenario de
solidaridad de PepsiCo, Eduardo Jozami, que fue o es parte del espacio Carta
Abierta, dijo que ahí se forjaba parte de la posibilidad de empezar a desandar
el camino del ajuste que venía impulsando el Gobierno. El legislador presente
de Nuevo Encuentro planteó algo que iba en el mismo sentido. Pareciera como si
PepsiCo pudiera ser una suerte de bisagra para estos sectores.
Esa mirada implica que, hasta cierto
punto, es una fracción de la clase trabajadora y el trotskismo, la que
“encabeza” la resistencia al ajuste macrista. En cierto sentido, muestra la
potencialidad que éste tiene para volverse una corriente de peso en esa
resistencia.
La lucha de clases en los próximos años
es casi una cuestión objetiva. Lo evidencia el mismo programa del macrismo como
expresión concentrada de la política del conjunto del capital, que es avanzar
sobre las condiciones de vida de la clase trabajadora.
Desde el peronismo en adelante, la
izquierda trotskista argentina fue incapaz de hacer una corriente con fuerza
propia, capaz de sostenerse con una posición independiente. Alternó entre ser
una secta con un “programa correcto” (que muchas veces tampoco era tan
correcto) y una corriente que se adaptaba a todas las modas políticas e
ideológicas.
En ese marco, el trotskismo no puedo
emerger en los años 70 como fuerza de peso en la vanguardia porqué le cedió a
las dos oleadas de corrientes con estrategias opuestas por el vértice a los
métodos de organización independiente de la clase trabajadora. Al populismo
guerrillerista, cuyo método era ser de ultraizquierda para imponer una política
de conciliación de clases, y al peronismo de izquierda como corriente política
con influencia de masas que militaba el terreno de la lucha sindical, al tiempo
que imponía un férreo límite en el terreno político, al sostener la
conciliación con las fracciones mercado-internistas del capital y, más
precisamente, tener una política de “presionar” sobre Perón.
El morenismo, la corriente de mayor
peso en ese período, cedió a ambos parcialmente, en condiciones más que
difíciles como para hacer un polo propio. Se puede leer un balance ampliamente
desarrollado en Insurgencia Obrera.
Toda época tiene sus condiciones
profundamente contradictorias. Si los años 70 fueron los años de una
radicalidad enorme desde el punto de vista de las acciones y, en gran parte, de
la conciencia, al mismo tiempo fueron los de una subjetividad moldeada por
poderosos aparatos políticos como el peronismo y el stalinismo.
La nuestra es una época con aparatos
“desgastados” y en gran parte corrompidos. Eso no quiere decir que no pueden
actuar por la coacción y la represión, pero su capacidad de conseguir consenso
y “convencer” es infinitamente menor a la de aquellos años.
Si la burocracia sindical de los años
70 era brutalmente totalitaria, al mismo tiempo estaba apañada en el “espíritu”
de ser parte del movimiento que Perón continuaba reciclando. No ocurre lo mismo
en la actualidad, donde es una casta desprestigiada, completamente ajena y
separada de la única figura de masas con alguna raigambre popular, que es CFK.
Pero si uno mira al kirchnerismo, también
tiene enormes limitaciones. Si la izquierda peronista podía ser un factor de
fuerza capaz de construir un espacio de “contrapoder” al interior de ese
movimiento y proponerse buscar disputar su dirección, eso se debía en
parte las condiciones de radicalidad y en parte a ser los voceros
más combativos del propio Perón, que supo utilizarlos con destreza política.
Nada de eso ocurre con el kirchnerismo
y con Cristina que tiene sus propias limitaciones estructurales como para
imponer su hegemonía. No es la creadora de un nuevo status o ciudadanía para
el movimiento obrero o para sectores populares. Los enormes límites de su
arraigo en sectores de masas tienen que ver con que continuó el trabajo en
negro, precario, impuestos al salario y un largo etcétera. No fue ni por asomo
algo parecido a las conquistas obtenidas por el primer peronismo. Ahí radica el
primer aspecto. No hay nadie que “dé la vida” por Cristina.
En segundo lugar, en términos de
política más coyuntural, la misma Cristina se ofrece de manera permanente como
una figura moderada y moderadora. Lo último fue el pedido de levantar la marcha
por San Cayetano.
La “elección populista” que ahora
critican todos de ir por fuera del peronismo es repetir el 2011 solo hasta
cierto punto. Ese giro implicaba radicalizar el discurso para construir un
movimiento propio, fortaleciendo su propia camarilla, aun a riesgo de
“desafiar” hasta cierto punto al sector más poderoso del capital. El momento
actual es de una subordinación completa al capital hasta en la forma. El “movimiento
ciudadano” busca atenuar cualquier contradicción y antagonismo. Hasta el
mecanismo de la “política agonística” (conflicto sin antagonismo irreductible)
queda fuera de escena.
En ese marco, el trotskismo puede
cobrar una fuerza importante como factor actuante en la escena política
nacional. No hablamos solo en términos de espacios políticos,
sino en términos de lucha de clases.
En términos políticos lo es, pero no al
punto de poder ser un factor actuante más que en determinadas cuestiones. En el
Congreso Nacional el dietazo fue una, sobre la base de un fenómeno profundo con
arraigo de masas, que es el desprestigio de la casta política. Pero aun es,
esencialmente, una organización política de denuncia, todavía débil para
impugnar la política burguesa.
En términos de lucha de clases puede
ser la corriente que empiece a ganar peso sobre la vanguardia obrera y popular
en la medida en que se desarrollen tensiones más abiertas en la lucha de
clases. Que el Gobierno y la patronal avancen dando golpes para cambiar la
relación de fuerzas no quiere decir que esta puede ceder hacia la derecha sin
grandes tensiones y crisis políticas en el medio.
¿Puede ser el trotskismo la corriente que tenga un peso central en la
vanguardia obrera, popular y juvenil de los próximos años? Una pregunta a
hacerse.
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