Foto: Enfoque Rojo
Eduardo Castilla
La lucha de los
trabajadores de Gestamp acaba de obtener un primer e importante triunfo contra
la Santa Alianza conformada por la
patronal, la burocracia sindical y el estado. Esta gran pelea pone en escena los
componentes de una nueva situación de la lucha
de clases, marcada por el giro de la derecha del gobierno y los golpes más
abiertos de la crisis internacional.
Lucha de clases, concepto
que, necesariamente, deberá volver a escena porque el indefinido “conflicto
social” poco dice de donde están los verdaderos poderes sociales y donde los
nudos que, al verse afectados, ponen en cuestión la hegemonía burguesa.
Heroísmo obrero
Algunas postales que publicamos
ayer graficaban la enorme acción que protagonizaron los trabajadores de Gestamp
en rechazo de los despidos. El heroísmo no necesita más explicaciones que la descripción
de 4 jornadas, en una grúa a decenas de metros del piso, asediados por cientos
de policías y gendarmes, con la patronal ejerciendo una presión extrema y la
conducción del SMATA abiertamente en contra. Cuatro jornadas de una enorme
resistencia física y moral, que contagiaba entusiasmo a los miles que lo seguían
desde fuera de los portones y desde todos los puntos del país y el extranjero. Una dura
resistencia que empieza a mostrar que despidos y suspensiones no son una consecuencia
“natural” de la situación, sino el resultado del ansia capitalista de más
ganancia.
La clase obrera, a lo
largo de sus casi 200 años de historia, demostró innumerables veces su heroísmo.
De estas acciones heroicas surge la moral de nuevas generaciones combativas, de
una clase que se proponga no sólo conseguir mejores salarios, sino avanzar en
enfrentar el poder del capital y derrotarlo. Una clase que aspire efectivamente
a “ser poder”, una clase que, con la misma inflexibilidad que tiene la
burguesía para defender sus intereses, defienda los propios.
El nivel de tensión
alcanzado, con la amenaza constante de la represión, la existencia de piquetes
en el exterior y, sobre todo, la gran resistencia de los trabajadores, les dio
un triunfo que constituye, simétricamente, una importante derrota de la
patronal y la burocracia del SMATA.
La primera se apresta,
como ya anuncia,
a incumplir la conciliación obligatoria y demostrar la impunidad del capital. El
derecho, en tanto derecho burgués, está para ser incumplido si ataca la
propiedad privada. Lo contrario implica que debe ser defendido de las “medidas
irracionales y violentas”. La duplicidad moral de la burguesía depende de la
afectación de sus ganancias.
A la izquierda de la pared y a
la derecha del país
Las referencias
de CFK a la “toma del Palacio de Invierno” entre otras perlas de un discurso más
gorila de lo habitual, son las referencias a la lucha de clase como tal, a las
acciones decididas de fracciones de la clase trabajadora. CFK, en una suerte de
paradoja lingüística, se propone enseñarnos que “cuidar el trabajo” equivale a
aceptar los despidos. Una referencia más clara debería decir, que “cuidar el trabajo”
es, en realidad, cuidar el capital y su rentabilidad. Para el peronismo,
combatir el capital fue sólo una frase de ocasión. Cuando la sociedad
capitalista entró en crisis, las palabras se convirtieron en su opuesto.
El discurso del
gobierno nacional desde Santa Cruz fue parte de la cadena que empezó en sus
ataques a los docentes hace ya cuatros años pero se fue radicalizando a
derecha, en una escalada continua. Ya la Ley anti-piquetes expresaba el
verdadero objetivo del gobierno frente al movimiento de masas en pos de pasar
el ajuste. Su discurso de hoy fue una intervención activa para avalar la acción
represiva.
En una sola jornada,
el gobierno se encontró en el arco extremo de la derecha política nacional. Primero,
mediante el aval directo a la represión por parte del discurso presidencial.
Más tarde, criticando la conciliación obligatoria establecida por Scioli.
De la unidad a las divisiones por
arriba
La patronal, el
gobierno nacional y la burocracia del SMATA alentaron la salida represiva, por
la vía legal o por el método de las patotas, desde el instante en que el paro
de la producción afectó a VW y la Ford. En ese momento, la unidad por arriba tendió
a garantizar una salida a la situación que evitara una victoria parcial de los
trabajadores. Este parecía ser el consenso establecido entre todos los actores
del régimen.
La Conciliación
dictada por la provincia de Buenos Aires rompió ese acuerdo. Así lo evidenciaron
las declaraciones
de la ministra Débora Giorgi y la subsecuente respuesta
del gobierno provincial, defendiendo lo hecho.
Esta gran acción
obrera ocasionó una verdadera crisis política en las alturas. Lejos de ser una
lucha aislada, cada día que pasaba, la simpatía de la población de las zonas cercanas
y de sectores de trabajadores crecía como lo testimonian cientos de anécdotas en
las redes sociales. La represión, en estas circunstancias, dado el dramatismo
de la situación, podía significar un altísimo costo político que entró en el
cálculo de Scioli y su ministro Cuartango. Podía
equivaler a una suerte de suicidio político.
La carga simbólica de la represión no era menor. Implicaba atacar brutalmente
a trabajadores que exigían, simplemente, seguir trabajando. Si la última
bandera del kirchnerismo -la defensa del empleo - era pisoteada por las botas
de Gendarmería y la policía provincial, era un mensaje para millones. Pero ese
mensaje no necesariamente ocasionaría miedo.
Olor a setentismo
En una especie de
retorno al pasado vimos aparecer cientos de efectivos policiales en el interior
de una planta. Justo en los días del aniversario del Cordobazo, el gobierno
nacional y el provincial hicieron gala de seguir la tradición de Lacabanne.
Peronismo derechista del más puro surgió en aquellas palabras sobre “tomar el Palacio de Invierno”. Sólo faltó la
mención del “sucio trapo rojo”, aunque la conducción del SMATA atacó con nombre
y apellido a la izquierda.
Precisamente el accionar
del SMATA -con un discurso que volvió a evidenciar la ajenidad de la burocracia
sindical en relación a la clase trabajadora- estuvo impregnado del tufillo de
los ‘70, cuando la conducción del Gordo Rodríguez entregaba a trabajadores a
las fuerzas represivas, además de engrosar las filas de las Tres A.
Volvió a quedar en
evidencia su carácter de casta parasitaria que, en momentos de crisis capitalista
como el actual, implica el rol de correa de transmisión de la política patronal
en un grado máximo. Burocracia en estado químicamente puro, refinada.
Pero las similitudes
con los ’70 pueden llevar a amplificar la reflexión. Por un lado el peso
creciente de la izquierda en franjas importantes de la vanguardia obrera constituye
un elemento de la situación. Los ataques de la burocracia sindical o el mismo
gobierno contra la izquierda tienen sustento en la realidad, como lo evidencia
el “teatro de operaciones” donde se dio esta gran pelea: la zona norte del Gran
Buenos Aires. Allí avanzan las corrientes antiburocráticas del movimiento
obrero, avanza la izquierda partidaria y, particularmente, influye el PTS.
Eso y no otra cosa es
lo que se vio en el paro del 10A, cuando los trabajadores y la izquierda
derrotaron a la gendarmería y lograron ocupar la panamericana. La tarea estratégica de la izquierda
obrera y socialista pasa esencialmente por profundizar ese camino. La gran
batalla de los trabajadores de Gestamp ya aportó un enorme grano de arena en el
camino del avance subjetivo de la clase trabajadora. Esa perspectiva está
abierta, al igual que la lucha de los trabajadores por su reincorporación. Esa
lucha sigue
este lunes.
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