Eduardo Castilla
La crisis política argentina discurre por un universo que contiene varios
canales, donde los fenómenos políticos se entrelazan con la crisis económica. Los “factores” de la economía,
luego de un periodo de una “estabilidad asediada”, sufren los embates de los
problemas estructurales no resueltos e implican un ajuste sobre el nivel de
vida de las masas. Por el contrario, el proceso de crisis política “por arriba”
tiene un historial más amplio, cubriendo prácticamente los últimos dos años.
La discordancia entre los tiempos
de la política y economía expresa la no linealidad de los procesos sociales en
su conjunto, dando un mentís (una vez más) a las tendencias del pensamiento
mecanicista que ven catástrofes y crisis por todos lados, cada día y cada hora. En el marco de un salto en la crisis económica,la crisis política mantiene su propia dinámica y sus propias contradicciones.
Crisis política, sucesión y
después
Lo que hemos definido en varias ocasiones como “fin de ciclo” viene implicando
el rápido desgaste de los actores que entran en la escena de la política nacional
como resultado de su incapacidad para gestionar la crisis social y los
problemas estructurales.
Es esto lo que llevó al fracaso del intento de montar un gobierno “ministerialista”
de la mano de Capitanich como Jefe de Gabinete todoterreno, cuya función era salvaguardar
la vapuleada figura presidencial. Pero los motines policiales primero y la
devaluación reciente en segundo lugar, lo arrastraron por el piso, debilitando
tanto su figura como al gobierno en su conjunto.
En este marco, la configuración de camarilla del gobierno nacional implica limitaciones
para gestionar salidas a la crisis. Trotsky escribía en La lucha contra el fascismo en Alemania que “el gobierno mismo está hecho de carne y hueso. Es inseparable de
ciertas clases y de sus intereses”. A la inversa podríamos decir que hay
figuras políticas que no son claramente identificables con los intereses de
determinadas clases. La figura de Kicillof negociando con el Club de París tiene
el límite en que el ministro “marxista” no es “del palo”. Si el kirchnerismo,
en su conjunto, no pertenece “orgánicamente” a las fracciones más concentradas
del capital, la figura del “ex TNT”, desentona aún más negociando con el
capital imperialista. Esto no constituye un límite absoluto pero la política la
hacen individuos en nombre de clases o fracciones de las mismas. Si esos
individuos no están a la altura de las necesidades de “su clase”, suelen entrar
en el cono de sombras de los fracasos.
Todas las manos, todas…
El pedido
de “convocar a todos los sectores” para no terminar como en el 2001 -lanzado
por el oligárquico gobernador de Misiones- expresa la debilidad profunda de un
gobierno en declive. Fue esa debilidad la que lo obligó a romper, parcialmente,
la vieja camarilla imponiendo a Capitanich (y la liga de los gobernadores) como
sostén del poder ejecutivo. Pero en el marco del declive del “Coqui” la variante
de reserva podría ser una vuelta a Scioli como opción “potable” para la
transición. Eso es lo que afirmó el gobernador mesopotámico, al decir que
Scioli es “el camino más corto” para suceder a CFK.
Pasivización y lucha de clases
Berni, secretario de Seguridad, disparó
que estaba “asqueado” de que una minoría cortara las calles todo el tiempo. Amén
del profundo gorilismo que entraña la afirmación, la primera falsedad radica en
que no se trata de una minoría, sino de “muchas minorías” que expresan la
situación de franjas importantes de masas: cortes por los cortes (valga la
redundancia) de luz y agua, luchas contra los despidos (como la gran pelea
de los y las trabajadoras de Kromberg & Schubert), luchas contra la
tercerización laboral, entre otras.
Ese conjunto de movilizaciones y acciones expresan el agotamiento de la política de
pasivización por arriba que impulsó el kirchnerismo desde el gobierno. Este
proceso se produce en el marco de una relación
de fuerzas doblemente condicionada: por el quiebre del régimen de partidos,
producto de la acción de las masas en diciembre del 2001 y por el enorme crecimiento
(y fortaleza social) de la clase trabajadora en los años recientes. Parte
integrante de esa relación de fuerzas es el creciente peso de la izquierda
obrera y socialista (y en particular el PTS) en franjas de la vanguardia
obrera.
Sindicatos, vanguardia obrera y el rol de la izquierda
El principal elemento que impide que la relación de fuerzas creada estructuralmente pese como relación de
fuerzas política (Gramsci),
respondiendo a los ataques del gobierno y la clase dominante, está dado por la gigantesca
traba que implica la burocracia sindical -tanto oficialista como opositora-
que, mediante el freno a las medidas de lucha, se encuentra en un “pacto social
de hecho”. Como lo definió
el mismo Micheli “Si es por el ánimo de
la gente, ya habría un paro nacional, pero los paros los decidimos los
dirigentes”. Un cinismo mayúsculo que no admite más comentarios.
Mientras la burocracia opositora busca denodadamente aportar a la conformación
de una alternativa política burguesa -como lo evidencian los llamados de Moyano
y Barrionuevo a Massa, De la Sota y Scioli o las reuniones con Macri- la
burocracia oficialista hace malabares para no romper
definitivamente con el gobierno. Esta negativa a la ruptura política es un
indicador de los límites que tiene la reconfiguración del campo político dentro
del amplio espectro del peronismo. La ausencia de un claro “presidenciable”
limita el salto de la CGT Balcarce al campo opositor.
En 1935 Trotsky afirmaba
(A donde va Francia) que “La situación es tan revolucionaria como
puede serlo con la política no-revolucionaria de los partidos obreros (…) Para
que esta situación madure, hace falta una movilización inmediata, fuerte e
incansable de las masas en nombre del socialismo. Esta es la única condición
para que la situación prerrevolucionaria se vuelva revolucionaria”. Tomando
esa lógica (y respetando los límites históricos de la analogía) se puede
afirmar que, en una situación de tipo transitoria con rasgos prerrevolucionarios
como la argentina, la situación está tan
a la izquierda como lo permite la política traidora de la burocracia sindical
peronista. La ausencia de cualquier llamado a la acción para responder al
ataque contra el salario impide que la situación se convierta claramente en
pre-revolucionaria.
Pero la inacción de la burocracia al mismo tiempo debilita las posiciones
de la clase trabajadora. Pocos años antes y a propósito de Alemania, Trotsky
escribía que “prolongando la agonía del régimen
capitalista, la socialdemocracia sólo conduce a la decadencia continua de la
situación económica, a la desorganización del proletariado y a la gangrena
social” (La lucha contra el fascismo…).
Con la misma lógica reformista, la burocracia sindical peronista, al no
permitir respuesta a los ataques de la clase capitalista, colabora a la desorganización
de la fuerza social, política y moral de la clase trabajadora. Esta
descomposición y podredumbre de la burocracia ya la vimos a fines de los 90’ y,
anteriormente, en las privatizaciones. Los elementos señalados refuerzan,
concretamente, la urgente tarea estratégica de conquista los sindicatos, planteada
acá.
La política de un Encuentro
Nacional de organizaciones obreras combativas y antiburocráticas puede ser
un paso efectivo en ese objetivo, en la medida en que permita actuar como polo
de agrupamiento de la vanguardia obrera. Pero al mismo tiempo, de darse este
reagrupamiento, plantearía la posibilidad efectiva de la irrupción de los sectores más avanzados de la clase obrera en la
escena nacional.
En la mejor de las dinámicas, esto podría implicar una crisis para la
burocracia sindical que podría estar obligada a poner en cuestión el “pacto
social de hecho”. En la perspectiva menos dinámica, implicaría una relación más
estrecha entre la vanguardia obrera y amplias franjas de las masas, hoy
encuadradas en los sindicatos dirigidos por la burocracia. Ahí radica la
importancia estratégica actual de dicha política.
No hay comentarios:
Publicar un comentario