lunes, 1 de julio de 2013

Violencia y política en los 70'. El retorno tardío de la Teoría de los dos demonios


Eduardo Castilla

En estos días hemos visto el retorno, un tanto degradado, de la Teoría de los dos demonios. Si el libro de Ricardo Leis ya había logrado algunas primeras discusiones (Horacio González aquí y respuesta de Leis) ahora se viene a agregar un nuevo “arrepentido” y la salida del libro Eran Humanos, no héroes de Graciela Fernández Meijide que tiene por objetivo “criticar la violencia política de los 70”. En su edición de este domingo, La Voz del Interior, entrevista a Leis y Fernández Meijide sobre sus respectivos libros. ¿De dónde emerge este retorno del debate que se dio hace un par de años con el No Matarás? ¿Se expresa alguna novedad desde el punto de vista de los argumentos? Intentemos delinear algunas respuestas a partir de las entrevistas.

De kirchnerismo, oposición y batallas ideológicas

Estas discusiones emergen necesariamente al calor del declive del kirchnerismo. Mientras sostuvo su hegemonía política al interior del peronismo, el gobierno nacional impuso su relato de la militancia juvenil setentista como fundamento ideológico propio, en la actualidad, cuando empieza a debilitarse, surge un discurso alternativo desde el peronismo opositor. Quién mejor expuso, en estos meses, ese discurso ideológico fue De la Sota con su defensa de la figura de Rucci y su reivindicación del Perón del tercer gobierno, el de las Tres A. Junto al pedido de reducción de penas hacia los genocidas a cambio de información, estos puntos constituyen ejes vertebradores de un peronismo de derecha en el plano ideológico y de un discurso “anti-confrontación” en el terreno más estrictamente político, ataque lanzado contra el kirchnerismo. Es en este clima político donde renace la discusión sobre la violencia política en los 70’. Como parte de ese intento de “reconciliación nacional”, los libros de Leis y Meijide se inscriben en el panorama ideológico-cultural del momento.

Reconciliación y falsificación histórica

Héctor Leis viene defendiendo la idea de realizar un monumento en el que conste el nombre de todas las víctimas, hayan sido asesinadas por el terrorismo de estado o por las organizaciones guerrilleras. En el reportaje que le realiza La Voz, después de recurrir a la metafísica ahistórica más absurda (hay “una admiración argentina por la violencia que viene de la época de unitarios y federales”) pide la reconciliación para terminar con la “cultura política de la violencia” y afirma que “La memoria se empobrece y falsifica cuando no se pone al servicio de la verdad y la reconciliación”. Salvando la obviedad de que algo “se falsifica” cuando “no se pone al servicio de la verdad” tanto el relato de Reis como el Fernández Meijide se proponen construir una corriente de opinión contra la idea de que se debió haber tomado las armas contra la democracia.
Hace pocas semanas, en su respuesta a Horacio González, Leis escribía “Creer que debíamos refundar la Nación fue el error más grave de nuestra generación. A ese error le llamamos “revolución” (…) No es errado levantarse en armas cuando los medios usados no son terroristas y la revolución está dirigida a recuperar la democracia y las libertades perdidas (…) Te recuerdo que me levanté en armas contra la dictadura de Onganía, fui preso al inicio del gobierno de Lanusse y amnistiado por Cámpora. Mi error fue no haber parado ahí, y haber ingresado en una organización terrorista para construir la utopía socialista (…) lamento no haber puesto todos mis anhelos revolucionarios en favor de la democracia y la Constitución, en vez de hacer una opción por el totalitarismo socialista”.
Por su parte, Fernández Meijide dice, este domingo, que “Se dice que fueron héroes sin reconocer que eran militantes que habían idealizado su capacidad de modificación de la realidad, y que no reconocían ni la idea de democracia ni la de derechos humanos”.
Si definimos ideología como “falsa conciencia” estamos ante una clara operación ideológica: poner a salvo a la democracia (burguesa) de la lucha de clases simplificando y recortando la historia. A pesar de que Leis se atribuya a sí mismo la “verdad”, en ambas entrevistas faltan cuestiones históricas centrales, sin las cuáles es imposible entender el origen del golpe militar de marzo del 76.

Los 70’, el gobierno “democrático” y las Tres A

Como ya se ha señalado, la Teoría de los dos demonios presupone un extremismo de derecha, expresado en las Fuerzas Armadas, y uno de izquierda, en las organizaciones guerrilleras. Frente a ellos, la “democracia” intenta ser presentada como el mecanismo que debió ser respetado a rajatabla y no erosionado. Lo que todos los “arrepentidos” dejan de lado es que esa democracia, contra la que “atentaron”, actuaba abiertamente contra los luchadores obreros y populares, a través de la brutal represión que empezó bajo el gobierno de Perón, tanto en el terreno legal como en el ilegal, y que se agudizó con Isabel y López Rega. No está demás recordar (un poquito de “verdad” no viene mal) que la “erosión” a la democracia vino de la derecha peronista que llegó al poder de la mano del voto popular. ¿Paradoja? No. Peronismo.
Como escribimos hace unos días, la Masacre de Ezeiza fue el inicio de la acción contrarrevolucionaria abierta del peronismo de derecha, al frente del cuál se pondría Perón a su llegada al país. La formación de las Tres A se hizo bajo la supervisión de López Rega en el Ministerio de Bienestar Social. Las mismas empezaron a actuar “oficialmente” en Noviembre de 1973, a poco más de un mes de las elecciones que habían consagrado la fórmula Perón-Perón. La reforma del Código Penal se hizo a inicios del 74’, no sólo fortaleciendo las penas contras las organizaciones guerrilleras, sino también contra las formas de lucha que la clase obrera llevaba adelante, como las tomas de fábricas. La reforma de la Ley de Asociaciones Sindicales se hizo a favor de una podrida burocracia que estaba abiertamente cuestionada y, precisamente por eso, fue parte operativa de la Triple A. La “democracia” se erosionó bajo el impulso del gobierno más votado de la historia nacional.
Como afirmaba León Trotsky en La Lucha contra el fascismo en Alemania, libro de próxima aparición, reeditado por el CEIP y el Instituto del Pensamiento Socialista Karl Marx “en el desarrollo de la lucha de clases, llega un momento en que es necesario decidir la cuestión de quién es el amo del país: el capital financiero o el proletariado. Las disertaciones sobre la nación y sobre la democracia en general constituyen, en tales condiciones, el embuste más descarado. Delante de nuestros propios ojos, una pequeña minoría está organizando y armando, por así decirlo, a la mitad de la nación para aplastar y estrangular a la otra mitad. No es cuestión ahora de reformas secundarias, sino de la vida o la muerte de la sociedad burguesa. Tales cuestiones nunca se decidieron mediante el voto. Quien recurra en la actualidad al Parlamento o al Tribunal Supremo de Leipzig, está engañando a los obreros y, en la práctica, está ayudando al fascismo”.
Si bien Trotsky analiza el surgimiento del fascismo, la analogía es utilizable hasta cierto punto. Mientras el Ministerio de Bienestar Social armaba las Tres A junto a la burocracia sindical de la CGT de Rucci y Lorenzo Miguel más tarde, la “disertación” sobre la democracia carecía de sentido. Es por eso que el “atentado” contra la democracia que acusa Reis no era tal y la “cultura de la violencia política” que critican ambos entrevistados fue el resultado del accionar del propio estado capitalista que se amparaba en la “elección democrática” de Perón.
El límite de Montoneros radicaba en su concepción estratégica que negaba el papel activo de las masas en la lucha revolucionaria, sustituyendo su accionar por una guerra de aparatos contra las fuerzas represivas. Precisamente eso le imposibilitaba ver que era necesario ganar a las masas para la lucha revolucionaria y esto requería un proceso que permitiera la experiencia con el gobierno peronista, no con la “democracia en general”. Lo verdaderamente revolucionario del período abierto a partir de mayo del 73’ no radicaba en la transformación “desde arriba” por parte del gobierno peronista, sino en el choque que se preparaba entre las masas obreras y el peronismo en el poder que había retornado al país a imponer orden. Es decir, la “democracia” estaba destinada a saltar por los aires en la medida en que el gobierno fuera incapaz de frenar el ascenso revolucionario en curso. Esta es la razón final del Golpe militar de marzo del 76'. 

La democracia en cuestión

De conjunto estas entrevistas van dirigidas a enfrentar políticamente al kirchnerismo, pero además a intentar imponer un clima de reconciliación “entre argentinos”, lavando la cara de las reaccionarias instituciones represivas del estado y de esta democracia que, en estos 30 años, causó brutales estragos en la vida de millones de pobres y trabajadores. De la hiperinflación a la híper-desocupación, para luego sufrir el brutal golpe de la devaluación. De los muertos en los saqueos del 89’ a los muertos en los Crímenes Sociales de Once y Castelar, pasando por los asesinados en Plaza de Mayo en Diciembre de 2001, por Mariano Ferreyra y por los miles de jóvenes ultimados o desaparecidos por la policía como Luciano Arruga. Bajo el kirchnerismo, la “democracia” fue ampliamente generosa con los grandes empresarios nacionales y extranjeros, pero no lo fue con los asesinados por pedir tierra y vivienda en el Parque Indoamericano y Ledesma.  Fue generosa con los empresarios asesinos como Cirigliano pero no con los pasajeros de los trenes.
Hoy, al igual que bajo el peronismo de los 70’, la democracia sigue siendo un régimen político al servicio de los explotadores, un régimen de opresión, control y dominación sobre los trabajadores y el pueblo pobre, donde las verdaderas decisiones se toman en los pasillos de las grandes empresas o en los ministerios donde se aloja la casta política que se enriquece mientras les sirve.

Si hace treinta años la Teoría de los dos demonios pudo ganar adhesión social, hoy tiene sus días contados. Como lo demuestran las movilizaciones en Brasil, la democracia abstracta, carente de contenido social, empieza a verse cuestionada por medio del ataque a la casta política que dirige el estado. Sobre esas tendencias que recorren el mundo y abren la posibilidad de una nueva y extendida militancia juvenil, hay que apoyarse para avanzar en la lucha revolucionaria por imponer una democracia verdaderamente generosa que permita decidir a las masas trabajadoras sobre todas y cada una de las grandes cuestiones de la vida nacional.  

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