Eduardo Castilla
En estos días hemos visto el retorno,
un tanto degradado, de la Teoría de
los dos demonios. Si el libro de Ricardo Leis ya había logrado algunas
primeras discusiones (Horacio González aquí
y respuesta de Leis)
ahora se viene a agregar un nuevo
“arrepentido” y la salida del libro Eran
Humanos, no héroes de Graciela
Fernández Meijide que tiene por objetivo “criticar la violencia política de
los 70” .
En su edición de este domingo, La
Voz del Interior, entrevista
a Leis y Fernández Meijide sobre sus respectivos libros. ¿De dónde emerge este
retorno del debate que se dio hace un par de años con el No
Matarás? ¿Se expresa alguna novedad desde el punto de vista de los
argumentos? Intentemos delinear algunas respuestas a partir de las
entrevistas.
De kirchnerismo, oposición y batallas ideológicas
Estas discusiones emergen necesariamente
al calor del declive del kirchnerismo. Mientras sostuvo su hegemonía política
al interior del peronismo, el gobierno nacional impuso su relato de la
militancia juvenil setentista como fundamento ideológico propio, en la
actualidad, cuando empieza a debilitarse, surge un discurso alternativo desde el
peronismo opositor. Quién mejor expuso, en estos meses, ese discurso ideológico
fue De la Sota
con su defensa de la figura de Rucci y su reivindicación del Perón del tercer
gobierno, el de las Tres A. Junto al pedido de reducción de penas hacia los
genocidas a cambio de información, estos puntos constituyen ejes vertebradores
de un peronismo de derecha en el plano ideológico y de un discurso “anti-confrontación”
en el terreno más estrictamente político, ataque lanzado contra el
kirchnerismo. Es en este clima político donde renace la discusión sobre la
violencia política en los 70’ .
Como parte de ese intento de “reconciliación nacional”, los libros de Leis y
Meijide se inscriben en el panorama ideológico-cultural del momento.
Reconciliación y falsificación histórica
Héctor Leis viene defendiendo la
idea de realizar un monumento en el que conste el nombre de todas las víctimas,
hayan sido asesinadas por el terrorismo de estado o por las organizaciones guerrilleras.
En el reportaje que le realiza La
Voz , después de recurrir a la metafísica ahistórica más
absurda (hay “una admiración argentina
por la violencia que viene de la época de unitarios y federales”) pide la
reconciliación para terminar con la “cultura
política de la violencia” y afirma que “La
memoria se empobrece y falsifica cuando no se pone al servicio de la verdad y
la reconciliación”. Salvando la obviedad de que algo “se falsifica” cuando
“no se pone al servicio de la verdad” tanto el relato de Reis como el Fernández
Meijide se proponen construir una corriente de opinión contra la idea de que se
debió haber tomado las armas contra la democracia.
Hace pocas semanas, en su respuesta
a Horacio González, Leis escribía “Creer
que debíamos refundar la Nación
fue el error más grave de nuestra generación. A ese error le llamamos
“revolución” (…) No es errado levantarse en armas cuando los medios usados no
son terroristas y la revolución está dirigida a recuperar la democracia y las
libertades perdidas (…) Te recuerdo que me levanté en armas contra la dictadura
de Onganía, fui preso al inicio del gobierno de Lanusse y amnistiado por
Cámpora. Mi error fue no haber parado ahí, y haber ingresado en una
organización terrorista para construir la utopía socialista (…) lamento no
haber puesto todos mis anhelos revolucionarios en favor de la democracia y la Constitución , en vez
de hacer una opción por el totalitarismo socialista”.
Por su parte, Fernández Meijide
dice, este domingo, que “Se dice que
fueron héroes sin reconocer que eran militantes que habían idealizado su capacidad
de modificación de la realidad, y que no reconocían ni la idea de democracia ni
la de derechos humanos”.
Si definimos ideología como
“falsa conciencia” estamos ante una clara operación ideológica: poner a salvo a
la democracia (burguesa) de la lucha de clases simplificando y recortando la
historia. A pesar de que Leis se atribuya a sí mismo la “verdad”, en ambas
entrevistas faltan cuestiones históricas centrales, sin las cuáles es imposible
entender el origen del golpe militar de marzo del 76.
Los 70’ ,
el gobierno “democrático” y las Tres A
Como ya se ha señalado, la Teoría de los dos demonios
presupone un extremismo de derecha, expresado en las Fuerzas Armadas, y uno de
izquierda, en las organizaciones guerrilleras. Frente a ellos, la “democracia”
intenta ser presentada como el mecanismo que debió ser respetado a rajatabla y
no erosionado. Lo que todos los “arrepentidos” dejan de lado es que esa
democracia, contra la que “atentaron”, actuaba abiertamente contra los
luchadores obreros y populares, a través de la brutal represión que empezó bajo
el gobierno de Perón, tanto en el terreno legal como en el ilegal, y que se
agudizó con Isabel y López Rega. No está demás recordar (un poquito de “verdad”
no viene mal) que la “erosión” a la democracia vino de la derecha peronista que
llegó al poder de la mano del voto popular. ¿Paradoja? No. Peronismo.
Como escribimos
hace unos días, la Masacre
de Ezeiza fue el inicio de la acción contrarrevolucionaria abierta del
peronismo de derecha, al frente del cuál se pondría Perón a su llegada al país.
La formación de las Tres A se hizo bajo la supervisión de López Rega en el
Ministerio de Bienestar Social. Las mismas empezaron a actuar “oficialmente” en
Noviembre de 1973, a
poco más de un mes de las elecciones que habían consagrado la fórmula
Perón-Perón. La reforma del Código Penal se hizo a inicios del 74’ , no sólo fortaleciendo las
penas contras las organizaciones guerrilleras, sino también contra las formas
de lucha que la clase obrera llevaba adelante, como las tomas de fábricas. La
reforma de la Ley
de Asociaciones Sindicales se hizo a favor de una podrida burocracia que estaba
abiertamente cuestionada y, precisamente por eso, fue parte operativa de la
Triple A. La “democracia” se erosionó bajo
el impulso del gobierno más votado de la historia nacional.
Como afirmaba León Trotsky en La
Lucha contra el fascismo en Alemania, libro de próxima aparición, reeditado
por el CEIP y el Instituto del Pensamiento Socialista Karl Marx “en el desarrollo de la lucha de clases,
llega un momento en que es necesario decidir la cuestión de quién es el amo del
país: el capital financiero o el proletariado. Las disertaciones sobre la nación y sobre la democracia en general
constituyen, en tales condiciones, el embuste más descarado. Delante de
nuestros propios ojos, una pequeña minoría está organizando y armando, por así
decirlo, a la mitad de la nación para aplastar y estrangular a la otra mitad.
No es cuestión ahora de reformas secundarias, sino de la vida o la muerte de la
sociedad burguesa. Tales cuestiones nunca se decidieron mediante el voto. Quien
recurra en la actualidad al Parlamento o al Tribunal Supremo de Leipzig, está
engañando a los obreros y, en la práctica, está ayudando al fascismo”.
Si bien Trotsky analiza el
surgimiento del fascismo, la analogía es utilizable hasta cierto punto.
Mientras el Ministerio de Bienestar Social armaba las Tres A junto a la
burocracia sindical de la CGT
de Rucci y Lorenzo Miguel más tarde, la “disertación” sobre la democracia
carecía de sentido. Es por eso que el “atentado” contra la democracia que acusa Reis no era tal y la “cultura de la violencia política” que
critican ambos entrevistados fue el resultado del accionar del propio estado
capitalista que se amparaba en la “elección democrática” de Perón.
El límite de Montoneros radicaba
en su concepción estratégica que negaba el papel activo de las masas en la
lucha revolucionaria, sustituyendo su accionar por una guerra de aparatos
contra las fuerzas represivas. Precisamente eso le imposibilitaba ver que era
necesario ganar a las masas para la lucha revolucionaria y esto requería un
proceso que permitiera la experiencia con el gobierno peronista, no
con la “democracia en general”. Lo verdaderamente revolucionario del período
abierto a partir de mayo del 73’
no radicaba en la transformación “desde arriba” por parte del gobierno
peronista, sino en el choque que se preparaba entre las masas obreras y el peronismo
en el poder que había retornado al país a imponer orden. Es decir, la “democracia”
estaba destinada a saltar por los aires en la medida en que el gobierno fuera incapaz de frenar el ascenso revolucionario en curso. Esta es la razón final del Golpe militar de marzo del 76'.
La democracia en cuestión
De conjunto estas entrevistas van
dirigidas a enfrentar políticamente al kirchnerismo, pero además a intentar
imponer un clima de reconciliación “entre argentinos”, lavando la cara de las
reaccionarias instituciones represivas del estado y de esta democracia que, en
estos 30 años, causó brutales estragos en la vida de millones de pobres y
trabajadores. De la hiperinflación a la híper-desocupación, para luego sufrir el
brutal golpe de la devaluación. De los muertos en los saqueos del 89’ a los muertos en los Crímenes
Sociales de Once y Castelar, pasando por los asesinados en Plaza de Mayo en
Diciembre de 2001, por Mariano Ferreyra y por los miles de jóvenes ultimados o
desaparecidos por la policía como Luciano Arruga. Bajo el kirchnerismo, la “democracia”
fue ampliamente generosa con los grandes empresarios nacionales y extranjeros,
pero no lo fue con los asesinados por pedir tierra y vivienda en el Parque Indoamericano
y Ledesma. Fue generosa con los
empresarios asesinos como Cirigliano pero no con los pasajeros de los trenes.
Hoy, al igual que bajo el
peronismo de los 70’ ,
la democracia sigue siendo un régimen político al servicio de los explotadores,
un régimen de opresión, control y dominación sobre los trabajadores y el pueblo
pobre, donde las verdaderas decisiones se toman en los pasillos de las grandes
empresas o en los ministerios donde se aloja la casta política que se enriquece mientras les sirve.
Si hace treinta años la Teoría de los dos demonios
pudo ganar adhesión social, hoy tiene sus días contados. Como lo demuestran las
movilizaciones en Brasil, la democracia abstracta, carente de contenido social,
empieza a verse cuestionada por medio del ataque a la casta política que dirige el estado. Sobre esas tendencias que recorren el mundo y abren la posibilidad de
una nueva y extendida militancia juvenil, hay que apoyarse para avanzar en la lucha revolucionaria por imponer una democracia verdaderamente generosa que permita decidir a las masas
trabajadoras sobre todas y cada una de las grandes cuestiones de la vida
nacional.
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