" Kote
Tsintsadze, antiguo bolchevique, preso en los campos de concentración de José
Stalin, envía, a León Davidovich Trotsky, en el papel que utilizaban los
detenidos para armar cigarrillos, la siguiente misiva: 'Muchos, muchísimos de
nuestros amigos y de la gente cercana a nosotros, tendrán que terminar sus
vidas en la cárcel o la deportación. Con todo, en última instancia, esto será
un enriquecimiento de la historia revolucionaria: una nueva generación
aprenderá la lección" (en Andrés Rivera, "La revolución es un sueño
eterno")
Paula Schaller
En un post
reciente, Agustín Santella, haciendo una particular relectura de
"Consideraciones sobre el marxismo occidental" de Perry Anderson,
plantea que "el" Trotsky "fundador de la IV
internacional" debe ser considerado como parte de los marxistas
occidentales. Nos dice "Los rasgos del marxismo clásico
evolucionaron hasta el último Trotski en cierta consonancia, o por lo menos en
cierto campo de la práctica política de la clase obrera. En cambio la
cristalización en la IV internacional viene a romper el criterio central de la
unidad entre teoría y práctica. Es un hecho sobresaliente que, a diferencia de
la historia de las internacionales anteriores, la IV se funde en 1938 en el
aislamiento completo respecto de la práctica organizada de la clase obrera.
Este contexto social objetivo informa las tesis de sus documentos
fundacionales. La relación entre la teoría (programa) y la práctica
(organización, acción) de la clase obrera se rompe en la IV internacional. En
su autorepresentación, la IV se erige en la síntesis de la tradición histórica
del movimiento obrero desde 1850. Esto da a lugar a la afirmación de que el
partido revolucionario se funda sobre la base de una experiencia sintetizada en
el programa transicional (...) Arribamos a la conclusión de que el último
Trotski se asemeja a los marxistas occidentales en cuanto trabaja en el
aislamiento político. Pero también con esto contradecimos a Anderson, quien ve
en los trotskistas a los últimos marxistas clásicos, quienes intentaron
'mantener la unidad marxista entre la teoría y la práctica'".
Recordemos que Anderson define
las coordenadas del marxismo occidental como un marxismo surgido de la derrota
y de la posterior ausencia de revolución, que quiebra la relación orgánica
estructural entre teoría y práctica política para refugiarse en el ámbito
académico o de los distintos aparatos culturales animados por los partidos stalinistas
que se hicieron de masas en la segunda posguerra. Es un marxismo centrado en la
reflexión sobre las superestructuras culturales, la estética, etc.,
pero abandonando la unidad orgánica con la lucha de clases y la reflexión
sobre los problemas relativos a la toma del poder por el proletariado. No es el
"aislamiento político" (en el caso de Trotsky, impuesto por la
represión de la burocracia stalinista, vale decir) lo que caracteriza al
"marxismo occidental" para Anderson sino el abandono de la reflexión
estratégica, de los grandes problemas relativos a las condiciones de la lucha
por el poder. La operación de identificar el marxismo de Trotsky con este
"marxismo de la derrota", por el hecho de que la IV permaneció
en el estadio de grupos de propaganda y no se hizo una internacional de masas, resulta
insostenible. Así como en nuestro país se terminó imponiendo entre la
intelectualidad una apropiación socialdemocratizada del pensamiento gramsciano,
haciendo una lectura reformista de éste donde la guerra de posición se presenta
en términos de una estrategia gradualista de conquista del poder, Santella
intenta negar la validez del pensamiento de Trotsky y el programa de la IV
internacional como herramientas para la acción política presente. Para esto,
recurre a una caricaturización de Trotsky donde éste, estando confinado, habría
perdido su talla de estratega y se habría dedicado a empresas políticas
marginales que no hicieron más que divorciar su pensamiento de la acción
política.
Pero si la aquella es una
operación que requiere forzar la lectura de la obra de Gramsci, ésta última se
plantea como prácticamente imposible si tenemos en cuenta que, aun considerando
exclusivamente el período de fines de los años '30 en el que Trotsky para
Santella habría trasmutado de "marxista clásico" a
"occidental", éste representaba para la burguesía imperialista el
espectro de la revolución. Es conocida aquella conversación del año ‘39 entre
Hitler y el embajador francés Coulondre, donde éste le plantea el temor a que,
como consecuencia de la guerra, "Trotsky sea el
ganador", refiriéndose con esto a una perspectiva revolucionaria
por parte de las masas. Lo mismo veía en el pensamiento y la acción política de
Trotsky la burocracia stalinista, que lo mandó a asesinar en el ‘40 no
precisamente por hacer el inofensivo marxismo "escindido de la
práctica" que se figura Santella.
El "marxismo
estratégico" de Trotsky
Trotsky intervino en uno de los
momentos más convulsivos del s XX, que si de conjunto fue para Hobsbawm el
"siglo de los extremos", concentró en las décadas del 30-40 la
dialéctica de crisis, guerras y revoluciones connatural a la época
imperialista, donde estaba en el centro de la reflexión teórico-política la
perspectiva de grandes batallas de clases. Trotsky fue, en pleno choque entre
las tendencias a la revolución y la contrarrevolución, un estratega del
proletariado, y su marxismo fue un marxismo estratégico, en el sentido de
que el centro de su reflexión teórico-política estaba enfocado en las vías para
la toma del poder por el proletariado. A diferencia de la primera generación de
marxistas clásicos como Marx y Engels, o la segunda generación de Kautsky,
Mehring, Plejanov, Labriola, etc., el marxismo de Trotsky, Lenin y Luxemburgo
se caracterizó precisamente por asimilar la dialéctica de una nueva época que
generalizaba las premisas para la revolución proletaria. Es decir que no sólo
su marxismo está "unido a la práctica", como también lo estaba el de
Marx y Engels y el de los teóricos de la II Internacional, sino que elevó a un
nuevo nivel esa fusión, expresada en la unión entre la ciencia del
marxismo con el "arte" de la estrategia: “Todavía hay una
cuestión más importante. Aprender el arte de luchar. No puede aprenderse el
arte de la táctica y la estrategia, el arte de la lucha revolucionaria, más que
por la experiencia, por la crítica y la autocrítica” (“Una escuela de
estrategia revolucionaria”). Así lo plantea Brossat: “El horizonte
político de Lenin y Trotsky se encuentra pues, inmediatamente determinado por
la perspectiva de la actualidad de la revolución proletaria (...) Mientras
ellos tenían que responder a todos los problemas estratégicos y tácticos,
teóricos y prácticos, políticos y organizativos que plantea la perspectiva
inmediata de la revolución, Marx y Engels sólo se enfrentaban a
sus premisas, jalonadas por la sucesión de ofensivas y derrotas del
proletariado europeo”. ("En los orígenes de la revolución
permanente").
Esto explica que Trotsky haya
podido formular la más lúcida teoría de la revolución para la época
imperialista, aplicando a las relaciones económicas y políticas la ley del
desarrollo desigual y combinado para establecer la posibilidad de que la
revolución proletaria se dé en un país de desarrollo capitalista atrasado antes
de triunfar en el centro capitalista. Pero como la Teoría de la Revolución
Permanente no es una mera sociología sino, como bien dice Brossat, "una
teoría del sujeto", y por ende inescindible del factor consciente
organizado en partido revolucionario, el marxismo de Trotsky es inescindible de
su actividad práctica por la construcción de una dirección revolucionaria del
proletariado. Si algo distinguió su marxismo fue que supo "hablar en
el lenguaje de la época", distinción que el mismo explica al analizar el tránsito
de la II a la III internacional: "Entendemos por táctica en
política, por analogía con la ciencia bélica, el arte de conducir las
operaciones aisladas, y por estrategia el arte de vencer, es decir, de
apoderarse del mando. Antes de la guerra, en la época de la segunda
internacional, no hacíamos estas distinciones, nos limitábamos al concepto de
la táctica socialdemócrata; y no obedece al azar nuestra actitud, la
socialdemocracia tenía una táctica parlamentaria, una táctica sindical, una
municipal, una cooperativa, etc. En la época de la segunda internacional no se
planteaba la cuestión de la combinación con todas las fuerzas y recursos de
todas las armas para obtener la victoria sobre el enemigo, porque aquella no se
asignaba prácticamente la misión de luchar por el poder”. Trotsky fue
uno de los más brillantes exponentes de esa Tercera Internacional que, en sus
palabras, "restableció los plenos derechos a la estrategia
revolucionaria del comunismo". ("Stalin. El gran organizador de
derrotas")
La dialéctica de la relación
objetivo-subjetivo.
El análisis de Santella abreva en
la tesis sostenida entre otros por IsaacDeutscher o el menos conocido I. Craipeau de que la fundación de la IV
Internacional en el '38 habría sido una empresa voluntarista por estar los
oposicionistas aislados del movimiento de masas y darse en un marco en el que
primaban las derrotas que allanaron el camino a la Segunda Guerra Mundial. Más
específicamente, Santella parece moverse en las coordenadas de la
crítica teórica formulada por Deutscher, que señalaba que el marxismo
de Trotsky sufrió un quiebre con el exilio que lo llevó a la ruptura de relaciones
intelectuales con sus pares, aislando su pensamiento.
Otros, como Jean Baechler,
realizaron análisis más sofisticados, haciendo eje en la "tensión
intrínseca" del marxismo entre el "determinismo fatalista" y el
"subjetivismo voluntarista", señalando que en el pensamiento de
Trotsky este equilibrio se mantuvo durante los períodos de ascenso de la
revolución, pero fue mucho más inestable en los últimos años veinte,
rompiéndose de forma definitiva en los treinta. Así, "aunque Trotsky habría conservado su extraordinaria capacidad
como analista crítico de la realidad objetiva, perdió definitivamente su
talla como político y fue víctima de un voluntarismo utópico: de la
esperanza absurda de que un par de cientos de personas, inspiradas en sus
ideas, conseguirían llegar a cambiar el curso de la historia". (Ver
"El
pensamiento de León Trotsky")
Pero, como bien destaca Mandel, "lo que inicialmente aparecía como dos
polos opuestos que desgarran al marxismo (“el determinismo fatalista”, “el
subjetivismo voluntarista”) se integra crecientemente en una unidad
superior (unidad-y-lucha, unidad-y-contradicción, si se quiere) entre el
análisis teórico objetivo y la praxis revolucionaria. Sin teoría
científica, la praxis revolucionaria está condenada a la inefectividad de
la utopía: la realidad no puede ser transformada de forma consciente a
menos que sea comprendida en toda su profundidad. Pero sin praxis
revolucionaria, la teoría científica se hace más y más estéril en un doble
sentido: tiende a la observación pasiva, y al hacerlo así escapa al
criterio último de la verdad, la verificación práctica". (Mandel, "El
pensamiento de León Trotsky")
Ahora bien, precisamente la época
imperialista, donde el capitalismo ha pasado a ser un sistema
"reaccionario en toda la línea", permite una nueva relación entre lo
objetivo y lo subjetivo, donde objetivamente están maduras las premisas para la
revolución proletaria y el factor subjetivo pasa a ser la clave del
proceso histórico, lo cual, desde ya, no quiere decir que haya una
inminencia absoluta de la revolución: “El carácter de la época no consiste en que
permite realizar la revolución, es decir, apoderarse del poder a cada momento,
sino en sus profundas y bruscas oscilaciones en sus transiciones frecuentes y
brutales (...) “si no se comprende de una manera amplia,
generalizada, dialéctica, que la actual es una época de cambios bruscos, no es
posible educar verdaderamente a los jóvenes partidos, dirigir juiciosamente
desde el punto de vista estratégico la lucha de clases, combinar exactamente
sus procedimientos tácticos ni, sobre todo, cambiar de armas brusca, resuelta,
audazmente ante cada nueva situación.” (Trotsky,
“Stalin, el gran organizador de derrotas”).
Ni subjetivismo voluntarista ni
fatalismo político.
Y esto nos conduce al problema de
fondo: ¿Fue un acto de mero voluntarismo político-organizativo, carente
de fundamentos objetivos, la fundación de la IV Internacional?
En un sentido
general, todas las internacionales surgieron al calor de procesos
de recomposición subjetivos del movimiento obrero y expresaron sus
distintos niveles de desarrollo a lo largo de su experiencia histórica;
cuestión que a su manera toma Novack
cuando, recogiendo las definiciones de Trotsky y Lenin, define a la Iª
Internacional como la "Internacional de la anticipación", a la IIª
como la "Internacional de la organización" y a la IIIª como la
"Internacional de la acción". ("La Primera y Segunda
Internacionales") La Iª surgió al calor de la crisis capitalista
de 1857, en el marco de un despertar político de la clase obrera francesa e
inglesa en la lucha por la conquista de sus derechos políticos y sindicales, y
de hecho "murió", aunque formalmente lo haría más tarde, tras la
derrota de la Comuna de París; la IIª surgió, en un marco general
de ascenso capitalista, al calor del vigoroso desarrollo del
movimiento sindical y la socialdemocracia en Alemania en particular y en Europa
en general; la IIIª surgió al calor del ascenso revolucionario de la primera
posguerra, apoyada sobre la fortaleza del naciente estado proletario ruso, y
aunque sería liquidada por Stalin en el ‘43, políticamente se había convertido
en un factor de retraso y derrota de la revolución mundial ya
desde la década anterior. En síntesis, cada internacional nació ligada a
fenómenos de masas en el movimiento obrero.
La IVª se fundó en
el marco de un retroceso subjetivo de la vanguardia revolucionaria (brutalmente
golpeada por la persecución stalinista que ya había ejecutado los
Juicios de Moscú) y de duras derrotas del proletariado mundial (ascenso del
fascismo en Alemania, derrota de la revolución española, etc.) que habían
revelado por la negativa la importancia crítica de la dirección en momentos de
aguda lucha de clases. Trotsky era perfectamente consciente del peso político
de estas derrotas, y basta ver sus elaboraciones sobre Alemania, Francia o
España a lo largo de los '30 para comprobar que él más que nadie insistió en
que allanaban el camino a la burguesía imperialista para arrastrar a las masas
a la carnicería de la Segunda Guerra Mundial. El fundamento para la creación de
la IV en una coyuntura tan desfavorable estaba en las perspectivas
revolucionarias que Trotsky preveía (y que la historia posterior confirmó) que
desataría la guerra, lo cual hacía necesario forjar un armazón teórico-político-programático,
expresado en partidos y en cuadros sólidos que pudiesen empalmar con lo más
avanzado que dieran estos ascensos para conducirlos al triunfo de la revolución
proletaria. El punto es que, a diferencia de los fatalistas,
Trotsky no vio en estas derrotas una regresión definitiva, sino que, basado en
el análisis de las condiciones objetivas que empujarían nuevamente a las masas
a la acción, planteó la posibilidad de su reversión.
Dice Trotsky "los
escépticos se preguntan: ¿Pero ha llegado el momento de crear una nueva
Internacional? Es imposible, dicen, crear 'artificialmente' una internacional.
Sólo pueden hacerla surgir los grandes acontecimientos, etc... La IV
Internacional ya ha surgido de grandes acontecimientos; de las grandes derrotas
que el proletariado registra en la historia. La causa de estas derrotas es la
degeneración y traición de la vieja dirección. La lucha de clases no tolera
interrupciones. La III Internacional, después de la II, ha muerto para la
revolución. Viva la IV Internacional!" ("El Programa de
Transición")
Y es que, tal como dice Mandel,
"para facilitar el surgimiento de esta nueva vanguardia y de esta nueva
dirección, era necesario defender la continuidad programática del
comunismo, que el estalinismo amenazaba con destruir completamente. Una
continuidad que no podía asegurarse solamente con libros, panfletos
o artículos, que tenía que encarnarse en una nueva generación de cuadros y
militantes". ("El pensamiento de León Trotsky")
Y éste es un aspecto central que
la lógica de Santella directamente niega como problema, que es la
cuestión de cómo sostener la continuidad histórica de un programa y una
tradición en momentos de reacción. Desde su óptica, esta posibilidad está
excluida porque en momentos de retroceso político e ideológico, donde la
actividad de los revolucionarios no empalma con el movimiento de masas, el
"aislamiento" es sinónimo de alejamiento de los principales problemas
políticos de la hora.
Pero entonces, nos preguntamos si
acaso estuvieron alejados de las necesidades políticas los "aislados"
participantes de las Conferencias de Zimmerwald y Kienthal que, ante la
traición de la Segunda Internacional apoyando la guerra imperialista, formaron
un reducido grupo de revolucionarios internacionalistas que, al decir de Lenin,
"cabían en un sillón". Estas conferencias forjaron contra la
corriente la continuidad del programa del marxismo revolucionario, sobre
cuyos hombros se alzó la Tercera Internacional.
Pese a que el pronóstico de
Trotsky para la posguerra se demostró acertado sólo parcialmente, en lo
relativo al ascenso revolucionario que desató la guerra, pero equivocado en
cuanto a que la IVª se haría de masas ante la debacle de la burocracia
soviética, estratégicamente, la tarea de la IV Internacional fue de una enorme
envergadura histórica que se correspondió con las tareas de la hora y que aún
hoy condensa la continuidad del programa del marxismo revolucionario.
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