Eduardo Castilla
Recientemente se
conocieron las declaraciones públicas que anuncian divisiones en el seno de la
izquierda independiente en función de la participación en las elecciones. Sobre
esta cuestión salió a la luz, hace pocos días, este artículo de Aldo Casas. Además se puede leer algo
sobre el mismo tema en este otro artículo, publicado por Claudio Katz, y del
cual el amigo Fernando Rosso, hace una buena crítica en este post.
Aquí vamos a debatir con
aspectos del artículo de Casas publicado en la revista Herramienta. Lo
“novedoso” del artículo radica en el intento de teorizar sobre el estado, redefiniendo
además, de manera radical lo político.
Si durante la década que pasó, el estado fue una palabra maldita para gran
parte de la izquierda independiente ahora, ante lo que parece ser una
estancamiento político, el giro hacia la participación electoral se hace modificando
los argumentos teóricos del ayer. A pesar de que se aclara al pasar que “construir poder popular no tiene nada que
ver con dar la espalda al Estado”, en la nueva formulación, el estado se
convierte en “terreno en disputa” por parte de las clases populares.
El estado “en disputa”
Tratando de sembrar una
nueva idea, dice Aldo Casas “El orden del
capital es indisociable del Estado como estructura política de mando, que
asegura su reproducción y evita que las contradicciones y antagonismos lo hagan
estallar. Pero el Estado no es una cosa ni se reduce a un aparato de Gobierno.
No es un artefacto externo a la sociedad. El Estado es una forma de relación social o, mejor dicho, un proceso
relacional, dinámico,
que se teje en interacciones recíprocas de los seres humanos, que se
realiza en el conflicto y en cuya configuración participan también las clases
subalternas” (resaltado del autor)
Esta definición deja más
preguntas abiertas que certezas. ¿Qué quiere decir exactamente que las clases
subalternas “participan” de la configuración del estado? La definición en sí
misma es abstracta. Suponemos que no se está reivindicando aquí el mecanismo
del sufragio que, a lo sumo, puede permitir un “recuento globular de fuerzas” (Engels) o la conquista de posiciones parlamentarias que
sirvan para “llamar a la movilización extraparlamentaria” (Lenin) ¿o sí?
Que la burguesía puede
cambiar su régimen de dominación, alterando las formas políticas, por ejemplo,
pasando de un régimen democrático-burgués a una dictadura policial o militar y viceversa,
para frenar un ascenso de masas, es un dato ineludible de la historia. De
hecho, es lo ocurrido en Argentina entre 1973 y 1976 cuando la dictadura de la
llamada Revolución Argentina es suplantada por el tercer gobierno peronista y
luego éste, a su vez, por la dictadura genocida de Videla. Esa sucesión de
regímenes obedece a la imposibilidad de frenar el ascenso revolucionario
abierto a partir del Cordobazo. El mismo kirchnerismo como expresión particular
del régimen democrático burgués tiene su origen en una acción del movimiento de
masas como fueron las Jornadas de Diciembre del 2001. No como su expresión
directa, sino como su negación en función de la reconstitución del régimen
burgués como se explicó acá.
Como lo señaló Trotsky,
en términos históricos “La burguesía creó
y destruyó toda suerte de regímenes. Se desenvolvía en la época del más puro
absolutismo, de la monarquía constitucional, de la monarquía parlamentaria, de
la república democrática, de la dictadura bonapartista, del estado ligado a la
iglesia católica, del estado ligado a la Reforma, del estado separado de la
iglesia, del estado persecutor de la iglesia, etc. Toda esta experiencia, de lo
más rica y variada, que penetró en la sangre y en la médula de los medios
dirigentes de la burguesía, le sirve hoy para conservar a todo precio su poder.
Y se mueve con tanta mayor inteligencia, finura y crueldad cuanto mayores
peligros reconocen sus dirigentes”.
Pero en la forma que lo plantea
Aldo Casas, parece referirse a la actividad
cotidiana de las clases subalternas, no a grandes procesos revolucionarios
o acciones históricamente independientes de las masas. De hecho, el artículo
continúa en ese sentido, diciendo “la
política está relacionada con esa cualidad humana que es la capacidad de actuar
para construir las normas que regulan la convivencia”. Pero precisamente, en
la construcción de las “normas de convivencia” el estado cumple un papel
abiertamente coercitivo hacia las masas populares. La clase dominante tiene en
sus manos la potestad de dictar las leyes, reformar los códigos (Penal, Civil,
etc.) y utilizar el aparato represivo en función de regular su aplicación y
continuidad.
Bajo el régimen de la
democracia burguesa, el conjunto de las decisiones que hacen a la vida estatal
en su conjunto, las toma una minoría y se concentran en las manos del poder
ejecutivo del estado. Incluso el parlamento mismo es, como decía Lenin, un lugar donde se juntan a charlar para engañar
al pueblo mientras las verdaderas decisiones se toman en el poder ejecutivo.
Los intentos de “participación popular” en el estado terminaron en estrepitosos
fracasos porque su única posibilidad era administrar y decidir sobre las
migajas que el estado capitalista dejaba, una vez deducidas las partidas
principales. Así, en lo cotidiano, no hay una construcción común de las “normas
de convivencia”, sino imposición desde el vértice superior del aparato del estado.
Pero volvamos al
argumento de Casas. ¿Qué significa que el estado se teje en interacciones recíprocas de
los seres humanos? ¿De qué clase de
reciprocidad estamos hablando? ¿Y de qué clase de interacciones? Las interacciones
más comunes existentes entre las clases dominantes y el conjunto del pueblo
trabajador están ligadas a la explotación y la opresión en sus múltiples y
disímiles formas. Sobre esas bases, que tiene un punto nodal en la búsqueda del
lucro capitalista, se constituyen las relaciones entre las clases. El conjunto
del aparato estatal está destinado a perpetuar esa “estructura de interacciones”.
La historia demuestra que
la “influencia” de las clases subalternas sobre el estado sólo puede ser el
resultado de verdaderos procesos de masas que obliguen a la burguesía a cambiar
el régimen de conjunto o modificar aspectos sustanciales en función de una amenaza
severa a su dominio. Esto no implica que el estado y los gobiernos no puedan
dar concesiones progresivas parciales, pero las mismas tienen la función de
desactivar la actividad independiente de las masas o adquirir algún tipo de
prestigio, aprovechando las demandas de sectores explotados y oprimidos. Leyes
como la del Matrimonio Igualitario son importantes conquistas, pero presentarlas
como un “aporte” de las masas a la configuración del estado, implica embellecer
un conjunto de instituciones que, mientras otorgan estas conquistas parciales,
siguen legislando en lo esencial al servicio de la clase dominante.
Política y economía (y la relación entre ambas)
Dice Casas “Habiendo bajado del pedestal “metafísico”
en que suele colocarse al Estado, podemos intentar una redefinición radical de
lo político (…) La política
está relacionada con esa cualidad humana que es la capacidad de actuar para
construir las normas que regulan la convivencia. Así como hay actividades
orientadas a la reproducción material de la vida y la satisfacción de
necesidades, la política es el ámbito de la confrontación activa en el que se
decide cómo organizamos –y no sólo “ellos”, la clase dominante, sino también nosotros- la vida colectiva”
Esta parece ser una
“redefinición radical” pero en relación al marxismo, ya que se insinúa una
discontinuidad entre política y economía, propia de una definición liberal. Los
términos “confrontación activa” sólo cumplen el papel de atenuar esa discontinuidad.
Esa “confrontación” debe ser concretada histórica y socialmente, porque las “actividades
orientadas a la satisfacción de las necesidades” se hacen en un modo de
producción determinado, bajo ciertas formas de propiedad, lo que define el carácter
concreto de la confrontación. Bajo el capitalismo, los intereses que emergen en
la “esfera de las necesidades” tienen un carácter antagónico y desembocan en la
lucha de clases. Cuando esta pelea asume un carácter generalizado, entra en el “terreno
de la política”. León Trotsky señalaba
que “cuando las tareas, intereses y
procesos económicos adquieren un carácter consciente y generalizado (es decir,
"concentrado"), entran, en virtud de este mismo hecho, en la esfera
de la política, y constituyen su esencia. En este sentido, la política como
economía concentrada, surge de la actividad económica diaria, atomizada, inconsciente
y no generalizada”. Es decir, desde un punto de vista marxista (materialista)
la política como tal “sintetiza” contradicciones que se expresan en el plano
económico y no pueden resolverse en el mismo.
Si estos intereses tienen carácter
antagónico, las políticas que se deriven de los mismos, deberán tener el mismo
carácter aunque éste no se manifieste de manera inmediata y directa. Precisamente
porque la esfera política tiene una autonomía relativa en relación a la
económica, ésta no se refleja de manera mecánica en aquella. Pero la definición
abstracta que hace Casas, termina permitiendo una “libre movilidad” de la
política, más allá de sus determinaciones materiales.
La “transición socialista” dentro de la democracia
capitalista
Precisamente esa
indeterminación de la relación entre lo económico y político, le permite
plantearse una serie de “tareas” de la construcción de una nueva sociedad, sin
expropiar a los grandes capitalistas. Dice Casas que “la construcción del poder popular incluye prever y prepararse para el
momento en que deba afrontarse un momento de ruptura radical con el Estado
capitalista y asumir la incierta conformación de un Estado radicalmente diverso
(…) Pero digo también que ninguna “ley” histórica o “principio” teórico impone
creer que todo cambio revolucionario queda supeditado a ese momento (…) la
Historia y la vida misma muestran que es posible y necesario desafiar desde
ahora el orden del capital y poner en marcha al menos rudimentos de un nuevo
metabolismo económico social. El “Socialismo del siglo XXI” debe asumir que la
revolución no consiste sólo en la expropiación del gran capital”
La “Historia” demuestra muchas
cosas. En primer lugar que allí donde subsiste el gran capital, no hay ni
rudimentos de socialismo. Los ejemplos de los estados de Venezuela y Bolivia,
reivindicados abiertamente por la izquierda independiente son paradigmáticos.
En Venezuela, la continuidad del llamado Socialismo del Siglo XXI, depende del
ciclo vital de Hugo Chávez. En estos momentos de incertidumbre, todas las
decisiones sobre la continuidad o no del régimen, se toman entre bastidores,
por parte de dirigentes como Maduro y Diosdado Cabello sin que las masas ni las
organizaciones populares tengan parte. En Bolivia, la discusión sobre la
fundación de un Partido de Trabajadores impulsado por la COB, como se señala acá, expresa una
oposición creciente del movimiento obrero al gobierno de Evo Morales que, por
otra parte, también enfrentó la oposición de sectores campesinos en estos años.
Así, donde aún subsiste el gran capital, a pesar del desarrollo de tipos de estado
“modelos” para la izquierda independiente, “las clases subalternas” no tienen
ningún papel en la “construcción” del mismo. Sobre esta cuestión hemos escrito más
ampliamente acá.
La “Historia” también demuestra
que estas reivindicaciones de la “transición socialista” dentro de los marcos
de la democracia capitalista, reaparecen cada tanto, con diversos ropajes
políticos, pero con la misma lógica al fin. A fines de los 70’, en el exilio, José
Aricó escribía
que “transformar una sociedad capitalista
en socialista no significa planificar la producción, quitarle los medios de
producción a los burgueses para entregárselos al estado (…) el socialismo puede
lograrse con el consenso, con la democracia, con el autogobierno de las masas”
(pág. 277). Es decir, se trata de argumentos que tienen poco de novedosos.
En esta redefinición
radical del estado y su papel, Casas y este sector de la izquierda
independiente terminan coincidiendo con la llamada “izquierda” kirchnerista.
Diego Tatián, en el último número del Ojo Mocho, escribe a propósito del estado que “más bien (hay que) lograr que su institución ininterrumpida sea contigua a la potencia
instituyente de los movimientos civiles, sociales intelectuales,
sexuales-siempre en plural-a los que reconoce como su causa inmanente; es decir
lograr que sea mínima la distancia con esos movimientos” (pág. 38). Así, franjas
de la izquierda independiente así como la “izquierda” kirchnerista terminan en una
lógica de “disputar el estado” mientras se “amplían derechos” sin que esto
obligue a luchar por liquidar el dominio del gran capital.
Lo que podría ser sólo una
discusión teórica, tiene ya expresiones políticas concretas. Los limitados objetivos de la política electoral
de Marea Popular están
a la vista. Como se dice acá,
se trata de un “discurso vacío con adornos bonitos” y nada más. Lo que pone en
evidencia esta presentación es que los “argumentos” no van precisamente para la
izquierda.
La búsqueda de ocupar un lugar en ese obscuro objeto llamado estado, parece
estar “confundiendo” a esta fracción de la izquierda independiente.
Muy bueno. Creo que más allá de si reivindican la táctica electoral o no, distintos tipos de reformismo apelan a esta "participación popular" en el estado, o a ejercer presión sobre el estado. Ya sea en su variante política parlamentaria como la centroizquierda K o no K tipo FAP a través de proyectos de ley, etc., como en su variante más populista de militancia territorial (por ejemplo) con administración de distintas prebendas del estado (planes, comedores, subsidios). Me parece acertado haber puesto en el centro de la discusión la concepción sobre el Estado y no únicamente el debate sobre la política electoral. Saludos.
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