El post que colgamos ayer sobre
la relación entre Soria y el kirchnerismo disparó una respuesta un tanto
ofuscada en el Blog
de Abel Fernández. Acá queremos responder a algunas cuestiones que nos
parecen centrales. Por la extensión de la respuesta vamos a dividir el tema en
dos post. En esta ocasión es preciso agradecer la importante colaboración de Fernando Rosso en esta respuesta.
Abel finaliza
su post señalando que “Sucede que el
peronismo ejerce el poder estatal, y se plantea, como toda fuerza política en
serio, seguir haciéndolo. El troskismo no tiene ese problema, y por eso puede
dedicarse, sin contradicciones, a cuestionarnos. Eso sí, creo que a nosotros
nos viene bien cuestionarnos a nosotros mismos. Ayuda a nuestra vigencia” (resaltado mío)
La vigencia del peronismo como
movimiento político no es sólo el resultado de su capacidad para incorporar las
“alas disidentes” o para la rosca interna. Este es un atributo fundamental que,
posiblemente, el resto de los partidos políticos patronales de la Argentina no tengan en
igual medida.
La cita de James del post
anterior (y que Abel reivindica) tenía el objetivo de mostrar las tensiones en
la “vigencia” del peronismo. Pero la misma definición esconde una contradicción
que no es tal. El peronismo, como forma de “poder estatal” y como “movimiento
social” tiene una unidad estratégica.
En el poder o en el llano, el
peronismo sustenta la conciliación de clases, la unidad entre el movimiento
obrero y los sectores de la burguesía que defienden los intereses de la nación
frente al imperialismo y las oligarquías locales que son sus aliadas. Desde
esta concepción, el peronismo en su conjunto no se propone superar los límites
de la sociedad capitalista sino apostar a su “humanización”.
“Buscamos suprimir la lucha de clases suplantándola por un acuerdo
justo entre obreros y patrones al amparo de la justicia que emana del estado”
(James, Pág. 51)
De ahí que, en tanto “forma
estatal” como “movimiento social” el peronismo se haya sostenido y perpetuado
sobre la base de evitar tendencias más revolucionarias y hacia la independencia
de clase que se expresaban entre los trabajadores pudieran desarrollarse.
El “primer peronismo” ante el golpe gorila del ‘55
El primer peronismo llegó al
poder como resultado de una combinación de circunstancias. Una parte
fundamental estuvo en el rol del Partido Laborista fundado por Cipriano Reyes,
Luis Gay y otros dirigentes. Como señalan Murmis y Portantiero en un trabajo
clásico “en el proceso de génesis del
peronismo tuvieron una intensa participación dirigentes y organizaciones
gremiales viejas, participación que llegó a ser fundamental a nivel de los
sindicatos y de la Confederación
General de Trabajo y muy importante en el Partido Laborista”
(Pág. 132)
El papel político que cumplió Perón
fue preventivo: el de evitar que la
crisis social y política que se continuaba desde la “Década Infame”, acuciada
por las consecuencias de la posguerra desembocara en “el
resurgimiento del comunismo adormecido”. Para lograrlo se vio “obligado a
hablar el lenguaje de la revolución”. Una
vez en el gobierno, inclinó la balanza hacia la centralización del poder,
intentando liquidar las tendencias independientes. No está demás recordar que
Cipriano Reyes fue a parar con los huesos a la cárcel por negarse a la subordinación.
James
señala que “gran parte de los esfuerzos
del Estado peronista desde 1946 hasta su deposición en 1955 pueden ser vistos
como un intento de institucionalizar y controlar el desafío herético que había
desencadenado (…) el peronismo fue en cierto sentido, para los trabajadores, un
experimento social de desmovilización pasiva” (Pág. 51).
El “desafío herético” tuvo como
fin evitar la irrupción independiente del movimiento obrero en la escena
nacional en una situación de crisis. El peronismo convirtió a la clase
trabajadora en un actor de la vida política a costa de liquidar su independencia,
borrando las tradiciones más anticapitalistas del proletariado y estableciendo
un rígido sistema de control sobre ella, mediante la regimentación del
Ministerio de Trabajo y el poderoso control de la burocracia sindical.
Pero cuando las condiciones políticas
y económicas cambiaron, el peronismo en el poder tuvo que empezar a atacar a la
clase trabajadora. Su incapacidad para llevar adelante la tarea de imponer nuevas
condiciones de explotación a una clase obrera que resistía esos intentos, fue
lo que condujo a su caída. Frente al golpe del 55’, Perón prefirió “rendirse
para evitar un baño de sangre” (que los trabajadores igual sufrieron), la
dirección de la CGT
negoció con el gobierno de facto y la burocracia política del “estado
peronista” huyó raudamente. La clase obrera resistió en soledad el golpe
militar, mientras que el “peronismo oficial” escapaba.
Alejandro Horowicz dice en Los
cuatro peronismos “el peronismo resultó el camino defensivo
del movimiento obrero (…) a condición de que las diferencias se dirimieran
parlamentariamente, pero mostró su incapacidad de defenderse eficazmente
cuando la oposición política abandonó el terreno de la legalidad constitucional” (Pág. 116)
Cuando la lucha de clases
desbordó abiertamente los marcos de la legalidad burguesa, la clase obrera se
halló incapacitada para responder a la altura de la circunstancias. Combatió
heroicamente a la
Libertadora, pero el peso de la dirección peronista, de su
aparato y de la burocracia fue un gigantesco elemento limitante.
73-76: peronismo en el poder y represión a gran escala.
En los años 70, el peronismo en
el poder cumplió el papel de liquidar las tendencias más revolucionarias de las
masas que progresivamente iban cuestionando la dominación capitalista en
Argentina.
Perón retornó al país después de
18 años de exilio de la mano de un formidable proceso de lucha de clases, donde
los trabajadores, la juventud y los sectores populares fueron protagonistas. A
partir de mayo del ‘69 se abrió un momento de crecientes luchas sociales que
incluyeron semi-insurrecciones locales, durísimas luchas de la clase
trabajadora con métodos radicalizados como las tomas con rehenes, el
surgimiento de corrientes combativas y clasistas en el movimiento obrero y una
creciente radicalización de la juventud y de los trabajadores. Perón fue la
carta que tuvo que jugar la burguesía argentina, a su pesar, para intentar
darle un cauce a este poderoso ascenso. Ese retorno tenía por objetivo liquidar
las tendencias de creciente autonomía que se expresaban en la clase trabajadora
y que podían conducir a la independencia política.
El peronismo en el estado fue el
responsable de armar a la Triple A,
imponer la Ley de
Prescindibilidad, la reforma del Código Penal y la Reforma de la Ley de Asociaciones Profesionales.
El difícil equilibrio que intentó con el Pacto Social, se complementaba con un
ataque abierto a los sectores de avanzada: el sindicalismo clasista, las
comisiones internas y cuerpos de delegados que no respondían a la burocracia,
los sectores de trabajadores que salían a luchar desafiando de esa forma el
Pacto Social.
En ese marco, la vigencia del
peronismo se sostuvo en la liquidación de esas tendencias más avanzadas. Esto
incluyó golpes brutales sobre el ala izquierda de su propio movimiento: Atilio
López y Julio Troxler,
peronistas asesinados por la Triple A
armada por Perón. La masacre de Ezeiza:
una masacre hecha por peronistas contra peronistas. Lorenzo Miguel, Victorio Calabró
y el Gordo Rodríguez, dirigentes sindicales peronistas asesinando y entregando
obreros peronistas. El Navarrazo,
golpe policial contra el gobierno cordobés peronista “de izquierda” encabezado
por Obregón Cano y Atilio López.
En este marco, las tendencias más
avanzadas a la ruptura del movimiento obrero con el peronismo se expresaron en
las Jornadas de Junio y
Julio del 75, donde la clase obrera paralizó el país por primera vez en
contra de un gobierno peronista al mismo tiempo que se movilizaba activamente
desconociendo a sus direcciones sindicales. Las debilidades y la ausencia de
una estrategia clara por parte de las corrientes que dirigían las Coordinadores
Interfabriles fue el mayor límite que tuvo esta gran acción de la clase
obrera para avanzar aún más.
El peronismo como “movimiento social” también fue un freno
a las tendencias más radicales del movimiento obrero. Como se evidencia acá la
burocracia sindical fue un freno central. Actuó primero frenando y traicionando
las luchas, para luego directamente ser parte de la represión paraestatal,
integrando las bandas de las 3A.
La izquierda sindical peronista,
a pesar de su oposición a la burocracia, no fue capaz de estructurar una
corriente política-sindical independiente. Como señalamos en este post,
Atilio López fue parte de la “restauración peronista” en el movimiento obrero,
aportando a liquidar las tendencias más radicales, como los clasistas de
SiTrAC-SiTraM.
La izquierda peronista organizada
alrededor de la Tendencia
revolucionaria mostró sus enormes limitaciones estratégicas al privilegiar una
guerra de aparatos contra las Fuerzas Armadas, al mismo tiempo que intentaban
una presión “in extremis” sobre el propio Perón para obligarlo a ir más allá,
hacia la “Patria Socialista”.
Tanto en cuanto “poder estatal”
como en cuanto “movimiento social” el peronismo cumplió el papel de freno de
esas tendencias más radicales. La “vigencia” del peronismo se basó en la
derrota del movimiento obrero. Un parte central de su continuidad estuvo
asegurada por la presencia de los políticos y burócratas sindicales que fueron
“admitidos” por la dictadura de Videla.
En el post que acompaña a éste
intentaremos señalar las condiciones de actualidad que permiten hablar o no de
esa vigencia.
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