Decíamos en el anterior post
que la “vigencia” del peronismo tuvo un punto de apoyo en la liquidación de las
tendencias más radicales al interior de la clase obrera y los sectores
populares. Esas tendencias, que alcanzaron un punto muy alto en las jornadas de
junio y julio del 75, fueron abortadas no ya por el peronismo en el poder, sino
por la dictadura militar del 76 que aplastó al movimiento obrero secuestrando, torturando
y desapareciendo a miles de compañeros y compañeras.
Los años del neoliberalismo, como
ocurrió en todo el mundo, implicaron cambios en la estructura del peronismo, en
la clase trabajadora y en la relación entre ambos. Como dice Daniel
James “la diferencia está en la forma
en la que el peronismo se relaciona con la clase obrera (…) a nadie se le
ocurriría hablar del sindicalismo como la columna vertebral de peronismo
actual. La forma de relacionarse con la masa es a través de los aparatos
políticos. O del clientelismo. Hoy la unidad básica juega un papel que no tenía
en el peronismo clásico. Y esto es un cambio en la sociedad, surgido del
impacto de la ofensiva neoliberal de los últimos 30 años (…) Los sindicatos
existen, claro, pero piense en una fuerza de trabajo en la que todavía hay más
del 30 por ciento de trabajadores en negro”. Esto es señalado por los
mismos blogueros peronistas como lo hace Abel acá.
Pero el peronismo en el poder fue
parte de esa ofensiva contra el movimiento obrero. El menemismo fue el
peronismo en la época de la restauración
burguesa, aplicando los planes neoliberales, atacando la salud y la
educación públicas, avanzando en las reformas del mercado laboral, permitiendo
un avance fenomenal de la desocupación y el trabajo precario. Este ataque
contra las condiciones de vida de las masas fue acompañado y avalado por todo el
peronismo en el poder político.
El peronismo como “forma de poder
estatal” cumplió esta función, mientras que el peronismo como “movimiento
social”, expresado en la dirección de la clase trabajadora en manos de la
burocracia sindical, se convirtió en garante de estos ataques paralizando las
fuerzas de la clase trabajadora, traicionando las grandes peleas contra las
privatizaciones y permitiendo el aumento constante de la desocupación.
El peronismo y su vínculo orgánico con la clase trabajadora
El peronismo actual, en su
versión cristinista-kirchnerista (una coalición como lo hemos definido) no
escapa a la crisis de representación de los partidos políticos que hizo
eclosión en el 2001. El modelo “nac&pop” no ha sido suficiente como para
recomponer una relación orgánica profunda entre peronismo y clase trabajadora.
Si el peronismo de los orígenes
pudo crear un vínculo duradero con la clase trabajadora, las bases sociales y
económicas que dieron nacimiento
a esa relación no se sostienen en la actualidad y tienen pocas posibilidades de
recrearse, en el marco de la crisis internacional en curso y de las primeras
respuestas que está dando el gobierno nacional a la misma.
Hoy no existe en el amplio abanico
peronista, alguien que simbolice para las masas trabajadoras, grandes
conquistas o el ingreso a la “ciudadanía política y social”. La “fuerza” de
Perón derivaba de lo que el viejo líder representaba para las masas obreras que
lucharon por su retorno. Era el símbolo de las conquistas logradas contra las
patronales y que los gobiernos de la Libertadora intentaban arrancar.
La huida tras el golpe del 55’ evitó que la clase
trabajadora procesara una experiencia con ese “primer peronismo”. Los ataques
de la burguesía reforzaban ese vínculo ya que el peronismo había logrado
instalar en la conciencia de las masas obreras la confianza en el accionar
paternalista del estado burgués.
Pero en las actuales condiciones,
las conquistas perdidas en los años de neoliberalismo no fueron “devueltas” por
el kirchnerismo. A pesar de la grandilocuencia de los discursos sobre la “igualdad”,
el salario de amplias franjas de trabajadores se mantuvo al mismo nivel de los últimos
años de la convertibilidad. La creación de gran cantidad de puestos de trabajo
se hizo a costa de una enorme porción de trabajo en negro e inestable
(precarizados/contratados), el problema de la vivienda siguió sin resolverse y
ante los reclamos surgió la represión contra el pueblo trabajador, como en
Ledesma o Soldatti.
Aunque para millones de
trabajadores y jóvenes, al lado de los terribles años del menemismo y De la Rua esta situación es mejor,
no hay grandes conquistas bajo los gobiernos kirchneristas comparables en
magnitud a lo obtenido bajo Perón. Hoy es altamente improbable que la clase
trabajadora dé “la vida por Cristina”, aunque el peronismo siga siendo la
opción política más votada por la clase trabajadora y los sectores populares.
Cristina no es Perón y Moyano no es Vandor
De esos mismos límites deriva la
incapacidad de CFK para ejercer un control más real sobre la burocracia
sindical. Si Perón pudo disciplinar a Vandor e imponer sus líneas directrices desde
el exilio, el cristinismo tiene enormes límites para cumplir un papel similar. Como
señala la revista El Estadista“el sindicalismo como corporación,
funciona de una manera orquestadamente eficaz, ya que, a diferencia de lo sucedido en los gobiernos de Juan Domingo Perón, la CGT tiene un mayor grado de
autonomía no sólo respecto al Estado sino también en relación a los partidos
políticos (…) el movimiento sindical argentino no puede ser fácilmente
controlado desde arriba”. Es precisamente de esa situación que surge la imposibilidad
para el gobierno de crear una fracción propia dentro del sindicalismo.
Pero si CFK no tiene la
legitimidad que tenía Perón, la burocracia sindical actual tampoco goza de un gran
prestigio. Si durante los años de la Resistencia Peronista
y los años 60’,
las conducciones sindicales gozaron de una cierta legitimidad, la misma estuvo
en consonancia con tomar el reclamo de la vuelta de Perón.
Hoy, luego del retroceso de los
años 90 y de la transformación de sectores de la burocracia en empresarios, las
conducciones sindicales tienen un alto grado de cuestionamiento en la base de
la clase trabajadora.
La actual burocracia sindical
carga en sus espaldas las traiciones de los años neoliberales. Ese derrotero
entreguista y mafioso ha dado los Daer, Zanola, Venegas o Moyano: dirigentes
millonarios al frente de sindicatos hace décadas y que no permiten expresiones
disidentes u opositores a su interior y que, durante las dos últimas décadas
incluso avanzaron en convertirse en empresarios. Esta burocracia se sostiene
por medio de métodos mafiosos como lo demostró cabalmente el asesinato de
Mariano Ferreyra por parte de la patota de Pedraza, ejemplo extremo de un modus
operandi altamente repetido. Expresión de esta crisis de legitimidad es el uso
de las barrabravas por
parte de la burocracia sindical para actuar contra los conflictos obreros que
desafían su control.
Esta es la base del proceso de
desarrollo del llamado sindicalismo de base que se viene expresando en
importante luchas y se reforzará a la luz de las respuestas a los ataques
capitalistas.
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