Eduardo Castilla
Karl Von Clausewitz señala en el primer
capítulo del libro De la Guerra que
dos motivos impulsan a los hombres al enfrentamiento: los sentimientos hostiles
y las intenciones hostiles. Si los primeros pueden ser encuadrados en el orden
de las pasiones, los segundos deben buscarse en el orden de la razón. Si
resulta complicado imaginar cualquier conflicto bélico sin la concurrencia de
las pasiones, no son éstas sin embargo las que guían la guerra, sino la
política, estrechamente ligada a la intención hostil. Pero el papel de las
pasiones puede ser mayor en la medida en que grandes intereses se hallen en
juego. Eso y no otra cosa es lo que sostenía el militar prusiano cuando
escribía que “esa medida no depende del
grado de civilización, sino de la importancia de los intereses en conflicto y
de la duración del enfrentamiento”.
Clausewitz teorizaba la guerra entre
estados, donde la política de los mismos era su sustancia, base de la voluntad
que debía ser impuesta en el combate. Un sano intento de evitar las
traslaciones mecánicas obliga limitar los efectos de estas formulaciones en el
terreno de las relaciones entre clases sociales. Un marxismo que intente pensar
desde la predominancia estratégica tiene que tomar las
pasiones que se ponen en juego en los conflictos sociales. Cierto es que esas
pasiones hallan su base material en los intereses de las clases. Pero sólo un
materialismo estalinista (vale decir mecanicista) puede reducir la lucha de
clases al interés económico directo.
Si trazamos una línea por la historia reciente
de Venezuela, veremos que sentimiento hostil e intención hostil han estado
presentes entre las masas por las últimas décadas. Esos sentimientos hostiles
hacia el viejo régimen del Pacto de Punto Fijo se expresaron en las calles en el no
tan lejano Caracazo que creó un nuevo punto de partida
como toda gran acción de masas y “condujo” hasta el régimen chavista. Éste
reconfiguró las tendencias políticas creando las bases para un desarrollo nuevo
de sentimiento e intención hostil, dividiendo abiertamente a la nación y
exportando esa división a escala internacional.
Durante parte de la década que terminó la
oposición venezolana, de la mano del imperialismo, intentó una política
abiertamente golpista que fracasó y llevó al fortalecimiento del vínculo de las
masas pobres con el chavismo. Esto no implicó que desapareciera la profunda
división social que le daba origen a aquella política. El “golpismo” tenía
raíces sociales profundas no sólo en la vieja casta política sino en fracciones
de la misma burguesía, como lo mostró la presidencia de 47 horas de duración
del burgués nativo Carmona allá por el 2002.
La
emergencia de una fuerte crisis política
En estas horas de crisis que corren a paso
veloz desde la elección del domingo no ha hecho más que emerger el sentimiento
hostil de las masas. Sentimiento hostil que hoy se expresa claramente desde la
derecha, como se ha visto en los asesinatos brutales cometidos contra
trabajadores y militantes chavistas que defendían los CDI (Centro de Diagnóstico Integral) y las
sedes de la Comisión Nacional Electoral. Esto tiene una expresión que ponen de
manifiesto los 7 muertos y más de 60 heridos que se contabilizaban en la tarde
del martes. Que los asesinos de esas personas sean grupos fascistas reclutados
por la oposición como señala Elías Jaua, o que se trate de
sectores antichavistas militantes convencidos no altera más que los niveles del
fenómeno. Los grupos fascistas no podrían asesinar (e incluso intentar quemar viva a una persona) sino contaran
con los sentimientos hostiles de franjas amplias de la población. Franjas que,
en las elecciones del pasado domingo, intentaron torcer el rumbo del país por
medio de la boleta electoral pero que, al fracasar, se movilizan activamente
para imponer el recuento de los votos. Que el sentimiento hostil supera
claramente a la intención hostil lo ponen de manifiesto los llamados de
Capriles a movilizarse en paz. La suspensión de la marcha originalmente
convocada para este miércoles en Caracas se hizo en aras de “controlar las
emociones”.
Si tomamos una definición amplia de guerra
civil, como la que esboza León Trotsky aquí, donde la lucha de clases rompe los
marcos de la legalidad, podríamos decir que vimos elementos embrionarios de
guerra civil en estas horas y que la suspensión de la movilización buscó evitar
una escalada. Desde ese punto de vista, el enfrentamiento físico, basado en la
profunda polarización social, está inscripto en la dinámica del conjunto de la
situación. Evitarlo ha sido el objetivo de Capriles, pero eso no asegura que
los sentimientos hostiles no emerjan por otros poros de la sociedad.
Las opciones políticas están acotadas.
Capriles ha retrocedido momentáneamente para evitar enfrentamientos mayores,
pero se halla en una encrucijada. Es el verdadero ganador de la jornada del
domingo, el candidato único e indiscutido de la oposición. Pero si retrocede en
esta pelea puede perder su lugar de mariscal. Maduro, y el conjunto del
chavismo, se hallan asimismo sobre el filo de la navaja. De ahí el
adelantamiento el intento de cerrar la crisis por adelantado con las
declaraciones del pasado lunes 15/4. De ahí también la extrema dureza de
impedir la movilización proyectada para el miércoles. Permitir el recuento
implicaba abrir una crisis política de larga duración con la legitimidad
cuestionada. Negarlo y presentar el hecho consumado ha desatado otra crisis de
las mismas características. Oposición y oficialismo están atados por la
profundidad del antagonismo social. De ahí sus estrechos márgenes para
retroceder. El sentimiento hostil impone su fuerza a la intención.
La
reemergencia de la derecha
En estos días que pasaron, la
reivindicación del éxito electoral chavista ha sido repetida hasta el hartazgo
por la intelectualidad autodenominada progresista. Al mismo tiempo, la crisis detonada por la
negativa de Capriles a aceptar los resultados de la elección ha sido condenada
por antidemocrática. Pero donde los intelectuales resaltan las puras formas
democráticas y la ausencia de respeto
hacia ellas, se encuentran poderosos intereses materiales. No sólo locales sino
a nivel internacional. Es esa la explicación de la “presión diplomática” de EEUU en el sentido de pedir que se realice
el recuento.
Capriles siguió siendo el candidato de la
derecha pro-imperialista. Su “chavización”, como bien señala Fernando Rosso, fue un homenaje a la
relación de fuerzas más general. Pero fue la forma táctica de intentar volver al
poder que tuvo esa derecha. Cambiaron los medios pero no los fines. Si no
cambiaron los fines quiere decir que la “voluntad” (en el sentido
clausewitziano del término) que se mueve hacia esos fines tampoco desapareció.
Por el contrario, la derecha imperialista siguió anidando en las grandes
empresas multimedia, en los negocios ligados al petróleo, donde la creación de
empresas mixtas le permitió seguir explotando los recursos del país y
quedándose con parte de los activos de esas empresas. El Socialismo del Siglo
XXI se presentó como una panacea que implicó una limitada redistribución de la
riqueza. Importante para las masas pobres marginadas de la vida social y
política por décadas, pero impotente para derrotar el poder capitalista atado
al capital financiero internacional. La ideología del régimen chavista se
presentó como socialista pero las bases materiales sobre las que se montó esa
ideología pertenecen a una nación capitalista semicolonial atada
estructuralmente al petróleo. Desde ese punto de vista, la continuidad del
poder material de la derecha es terreno fértil para su emergencia política en
esta coyuntura. En ese marco deben ser inscriptas las dos devaluaciones que
llevó adelante Maduro y su impacto sobre el nivel de vida de las masas que,
seguramente, abrieron la posibilidad del cambio de tendencia electoral y la
fuga de votos hacia Capriles, incluso entre los mismos trabajadores, como
señalan los compañeros de la LTS aquí.
Los
límites del chavismo como movimiento político
El sentimiento hostil de las masas
populares hacia la derecha se ha expresado en múltiples formas y ocasiones. Los
resultados de las elecciones durante estos casi 15 años dieron cuenta de su identificación
con Chávez como defensor de sus intereses frente a las agresiones de la
burguesía opositora aliada al imperialismo. Pero ese sentimiento hostil no ha
estado acompañado de una intención hostil clara del chavismo hacia los que son
considerados los enemigos de la revolución bolivariana y el Socialismo del
Siglo XXI.
En la
década que terminó las masas populares demostraron dos veces heroicamente que
estaban dispuestas a enfrentar los golpes de la derecha: en Abril del 2002,
cuando por decenas de miles marcharon en defensa de Chávez y lograron derrotar
el golpe orquestado por el imperialismo, los empresarios de Fedecámaras y
sectores de las Fuerzas Armadas. Luego, enfrentando el durísimo lockout
patronal en el petróleo que llevó a una enorme crisis de la finanzas del país a
fines de ese año e inicios del siguiente. Esos dos triunfos de la acción de
masas configuraron una relación de fuerzas a su favor.
Pero el chavismo,
lejos de utilizarla para dar nuevas estocadas, prefirió actuar como Von
Clausewitz afirmaba no debía hacerse en la guerra: de manera benevolente. La
amnistía a muchos de los golpistas de abril del 2002 fue una señal de esa
benevolencia política que mostraba la intención de negociar con las viejas
clases dominantes. El chavismo, al igual que el conjunto de los movimientos
nacionalistas burgueses (algunos de los cuáles pueden ser tipificados como bonapartismos
sui generis de izquierda) fue incapaces de desarrollar hasta el
final el enfrentamiento con el imperialismo. Los finales de ese tipo de
regímenes se reparten, grosso modo, entre la capitulación o el derrocamiento
golpista. La respuesta de las masas a esos retrocesos siempre necesitó emerger
desde abajo, rompiendo los diques de contención puestos por esas direcciones
burguesas. El caso del peronismo es ilustrativo. Como hemos señalado alguna otra vez, citando a
Alejandro Horowicz “el peronismo resultó el camino defensivo del movimiento
obrero (…) a condición de que las diferencias se dirimieran parlamentariamente,
pero mostró su incapacidad de defenderse eficazmente cuando la oposición política
abandonó el terreno de la legalidad constitucional”. En estas horas
hemos visto la emergencia de tendencias, aún muy incipientes, a la ruptura de
la legalidad constitucional construida bajo el chavismo. Así, frente a una
nueva situación que pondrá a prueba la capacidad de resistencia y acción de las
distintas capas de la política y las clases de Venezuela, se abre una tarea
urgente para las masas pobres y la clase trabajadora: superar los límites
impuestos por la dirección política burguesa del chavismo.
Una de las paradojas del Socialismo de
Siglo XXI es la limitada capacidad de acción autónoma que el chavismo permitió
a las masas. El conjunto de las instituciones que durante años han sido
propagandizadas como desarrollo de las tendencias a la autonomía de masas
(milicias populares, consejos comunales, etc.) tiene más de intención y deseo
que de realidad material. Es que las tendencias bonapartistas son incompatibles
con el desarrollo de instituciones que tiendan hacia la autonomía. Algo sobre
eso hemos reflexionado aquí.
La clase trabajadora y el pueblo pobre
necesitarán poner de pie su propia organización política para intervenir en el
desarrollo de esta crisis. Eso implica, como se señala en esta
declaración la inmediata organización de formas de autodefensa frente a los
ataques de la derecha, así como dar pasos en la organización de instancias
propias de la clase trabajadora, capaces de permitir aglutinar sus fuerzas,
tensarlas y prepararlas para los combates por venir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario