En
anteriores números de LVO reflejamos algunas de las principales
discusiones en torno a las jornadas revolucionarias de diciembre del
2001. Intentamos dar cuenta allí de la intervención del movimiento
obrero, los movimientos piqueteros y las tendencias políticas que se
habían expresado en esta crisis.
Al
mismo tiempo discutimos los límites que tuvieron esas jornadas para
imponer una salida propia de los explotados, lo que permitió que el
proceso terminara siendo encarrilado por la burguesía de la mano del
peronismo, primero con Duhalde y después con los Kirchner.
Sin
embargo, la clase dominante se vio obligada a recurrir a distintos
mecanismos políticos y sociales e ideológicos para poder canalizar la
situación, al tiempo que intentaba reconstruir la autoridad estatal,
fuertemente cuestionada por la acción de masas.
Crisis de autoridad y restauración
El
2001 expresó un momento de “escisión” (al decir de Antonio Gramsci)
entre las masas y sus representantes políticos tradicionales. Tal
escisión con el régimen político y sus instituciones - la justicia, el
parlamento, los grandes medios de comunicación y la burocracia sindical -
se manifestó en el lema de cientos de miles: “que se vayan todos”.
Las
jornadas del 19 y 20 dejaron establecida una relación de fuerzas a
favor de las grandes masas que no podía ser obviada por quienes tomaron
las riendas del poder estatal. Así, se vieron obligados a capear el
temporal recurriendo a toda clase de “promesas demagógicas”[1]
en la búsqueda de recomponer la autoridad y evitar que la crisis se
siguiera llevando puesto al personal político del estado. Esa fue la
tarea que el kirchnerismo (bajo el gobierno de Néstor y luego con
Cristina Fernández) vino a realizar.
Hace poco definíamos: “Es
evidente el rol restaurador de la coalición gobernante (…). Tuvo su
primera fase ("kirchnerista pura") donde la propia burguesía tuvo que
aceptar "compromisos y limitaciones" para ocultar el elemento
restaurador: paritarias, discurso "setentista", de "no represión" a la
protesta social, demagogia en DDHH, ocultamiento de los impresentables
del peronismo; y la nueva fase ("cristinista") donde se propone realizar
la restauración hasta el final: pérdida de peso y poder de los
sindicatos y ataque a la izquierda sindical clasista en particular,
discurso contra los piquetes, alianza más fuerte con los empresarios,
Boudou como la "gran figura" del "nueva" coalición, apoyo abierto en y
al aparato pejotista” [2].
Hoy,
con el evidente giro a la derecha, podemos agregar que el acercamiento
abierto a los empresarios y la condena a las acciones de lucha de la
clase obrera y a sus organizaciones son nuevos elementos que reafirman
esa sentencia.
La
recuperación económica, que comienza en el año 2003, fue un elemento
esencial el asentamiento del proyecto restauracionista. Y esta
recuperación tuvo dos motores centrales: la devaluación duhaldista, que
significó un saqueo al salario e hizo relativamente “competitiva” a la
economía argentina, y el crecimiento internacional que favoreció
especialmente a las materias primas que exportaba el país.
Hay
un debate sobre el carácter del kirchnerismo, donde los partidarios del
gobierno argumentan que éste es la respuesta política legítima y
“progresista” a la crisis del 2001. Hay algo de verdad en esta lectura,
no puede entenderse el kirchnerismo sin el 2001. Pero para nosotros más
que una respuesta histórica progresiva, fue el emergente de una
ausencia: la de la clase obrera ocupada y su representación política, es
decir su propio partido revolucionario. Esta ausencia, como describimos
en los artículos anteriores, fue producto del rol traidor de la
burocracia sindical y de las derrotas que habían minado estructuralmente
la fuerza de los trabajadores, durante los años 90 (con la desocupación
como máxima expresión). Sobre la base de esta debilidad de “los de
abajo” pudo montarse el proyecto restaurador. Los cuestionamientos y las
demandas expresadas en las calles en las jornadas del 2001 y durante
los meses siguientes no obtuvieron respuestas bajo el ciclo
kirchnerista. Se tomaron, sobre todo en el discurso, demandas parciales y
se cambiaron las formas, pero la sustancia de la estructura del
capitalismo semicolonial argentino quedó, hasta hoy intacta. Las salidas
que propone Cristina, ante el nuevo episodio de la crisis
internacional, constatan esta realidad.
Las relaciones de fuerza y un nuevo “espíritu de época”, legados del 2001
Si
esta fue la salida política “por arriba” a la crisis del 2001, la
experiencia de las jornadas revolucionarias y el proceso que abrió,
dejaron tendencias profundas “por abajo” y un nuevo “espíritu de época”
en la experiencia de las clases.
En primer lugar, las tendencias asamblearias y a la acción directa.
Las asambleas populares surgidas al calor de las jornadas de diciembre
sentaron una tradición que se continuó en distintos sectores del
movimiento de masas. Tradición que se enlazó y combinó con las
tendencias a la acción directa como medio de solución a diversos
reclamos. El periodista José Natanson señala: “Así como el burbujeo
asambleario pos 2001 tenía antecedentes remotos (…), sus secuelas no se
limitan a tres o cuatro meses de entusiasmo: desde el movimiento
ambientalista de Gualeguaychú a –guste o no– los cortes de ruta
decididos en asambleas por los productores rurales durante el conflicto
del campo, con su conato de cacerolazo incluido, parece evidente que la
dinámica de autoorganización ha dejado una marca y un aprendizaje.
Quizás el resultado más significativo de la crisis del 2001 sea el haber
consolidado una sociedad en estado de alerta permanente (…)”. (Diez años después, ahora. Le Monde Diplomatique. Diciembre de 2011)
Estas
tendencias tuvieron una expresión particular en el movimiento obrero,
donde vimos el desarrollo extendido de la ocupación de empresas y luego
el fenómeno del sindicalismo de base, como emergente de un
cuestionamiento a la burocracia sindical. La base objetiva de este
proceso estuvo en la recuperación económica y en el crecimiento de la
ocupación en las filas obreras. Los rasgos de desarrollo subjetivo
tuvieron su origen en la continuidad de una burocracia sindical mafiosa y
propatronal que contradictoriamente, en estos años, pudo sostener una
ubicación negociadora gracias a las enormes ganancias capitalistas, pero
que generó el surgimiento de fracciones importantes a su izquierda.
La
experiencia de Zanón bajo gestión obrera, que está cumpliendo 10 años y
la corriente organizada alrededor del periódico Nuestra Lucha, ayudaron
a poner en pie una tendencia clasista en el movimiento obrero a nivel
nacional, como parte de ese sindicalismo de base. Una corriente que
desarrolle este elemento “democrático” que emergió en el 2001 e incluso
de un salto a dar batalla también en el terreno político. Quizá ésta sea
la marca más importante, incluso más que la gestión obrera misma, que
dejará en la Historia, la enorme epopeya ceramista. El intento de
ubicarse como un “nexo” entre lo más avanzado que dieron las jornadas y
las experiencias actuales de la clase obrera.
Asímismo las tendencias a la autoorganización y la acción directa emergieron en grandes luchas estudiantiles. En Córdoba y la UBA
se desarrollaron las Asambleas Interfacultades en el 2005. En estas
mismas ciudades surgieron asambleas “interestudiantiles” el año pasado,
agrupamiento que dirigió la grandes movilizaciones y tomas de
establecimientos por las mejoras edilicias y contra la reforma
educativa.
Otra
expresión de esas tendencias a la acción directa, combinadas con
elementos de guerra civil, se vieron en los grandes combates que
libraron los hermanos inmigrantes por tierra y vivienda y que culminaron
con la salvaje represión del Parque Indoamericano; o la lucha del
pueblo de Ledesma en Jujuy, también brutalmente reprimida por el
gobernador kirchnerista Barrionuevo y la patronal del “cristinista”
Pedro Blaquier.
El segundo aspecto central que emergió en los últimos años y expresa la relación de fuerzas existente desde el 2001, es lo que definimos como “aires igualitarios”,
que expresaron el profundo sentimiento de millones de hacer valer en la
realidad la presunta “Igualdad ante la ley”. El 2001 fue un golpe
fenomenal y una reversión de una parte de las rémoras culturales e
ideológicas de la década de los 90. La juventud que creció al calor de
aquellas jornadas pudo superar, en parte, el individualismo reinante en
los años menemistas, mucho de esos jóvenes entraron a las fábricas y
empresas y son parte de una nueva generación obrera y estudiantil que
todavía tiene mucho para decir.
Un ejemplo nítido de estas aspiraciones se vio en la conquista de la Ley
de Matrimonio Igualitario que se discutió ampliamente en los lugares de
trabajo y que contó con un consenso generalizado, derrotando el intento
reaccionario de la Iglesia
de impedir la sanción de la ley. Otro gran ejemplo de esta tendencia
fue la lucha de los tercerizados del ferrocarril Roca, que logró el pase
a planta permanente de 3000 trabajadores. (Ver Entre los aires de igualitarismo y los proyectos de restauración, LVO 384).
Sacar
lecciones del proceso de conjunto, las grandes maniobras que la
burguesía tuvo que llevar adelante, así como retomar las mejores
experiencias legadas por el 2001, es una tarea central para dotarse de
una programa, una estrategia y un partido que se prepare para vencer.
[1] “La
clase dirigente tradicional que tiene un numeroso personal adiestrado,
cambia hombres y programas y reasume el control que se le estaba
escapando con una celeridad mayor de cuanto ocurre en las clases
subalternas; si es necesario hace sacrificios, se expone a un porvenir
oscuro cargado de promesas demagógicas, pero se mantiene en el poder, lo
refuerza por el momento y se sirve de él para destruir al adversario y
dispersar a su personal directivo que no puede ser muy numeroso y
adiestrado” (http://www.gramsci.org.ar/)
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