Casi neutra, la temperatura transmite poco y nada. Insípido y aburrido, el plástico parece casi mudo al tacto; mínima información sobre un objeto que está ahí para ser utilizado con un fin tan banal como calentar agua.
Los sentidos, en cambio, se alteran desde adentro. Desde algo parecido al cerebro. O de una zona inexistente, donde el cerebro y el corazón parecieran enredarse como una magnífica autopista. La imagen elige asaltar el pensamiento: una pava eléctrica marca Spica; una asa templada tirando a caliente; un tacto que recuerda eso como parte de recordar un todo. Una sensación que se extiende por todo el cuerpo como tenue cosquilleo, como susurro de leves movimientos, que espasmódicamente se trasladan de la cabeza a los pies. Una pava eléctrica Spica dice todo eso. O, para ser precisos, transmite todo eso.
“Eso” es el recuerdo de esos rulos cayendo sobre los hombros más hermosos. “Eso” son esos hombros coronando una espalda desnuda, apenas vestida por un tatuaje. “Eso” son dos ojos castaños brillando a media luz. Los ojos de Vera Lisboa.
Los objetos son más que objetos. Son sensaciones. Intensas o más tenues. Dispersas a lo largo del día. Recorriendo la geografía de Buenos Aires o parte de ella. Los objetos son la imagen brillante de Vera.