Hay muchas maneras de equivocarse. Una es, simplemente, ser
hombre. No hombre en el sentido genérico (cuestionable) de “humanidad”. Sino
hombre en el sentido de “macho”. Se puede decir que no es una “equivocación” en
el sentido estricto del término y no se faltará a la verdad.
Se puede decir que es una determinación social y tampoco se
faltará a la verdad. Pero la verdad es más que pura sociología. Muchas veces.
Otra es simple determinación. La noche que la botella de cerveza se estrelló
contra las vías de ese tren abandonado, no hubo determinación sino decisión.
La noche en que los vidrios estallaron violentamente contra los
pedazos de metal que hacía años no servían más que para acumular herrumbre no
había nada que pudiera justificar ese accionar, salvo el simple hecho (no tan
simple) de ser macho. Simplemente había que demostrar que uno podía hacer que
ese vidrio compacto estallara. Ahí estaba el poder, perdonando y apropiándose
de Foucault.
Esa noche, como ocurre cuando uno es hombre, hubo una
equivocación.
Esta noche, llegando a Mitre y Boulogne Sur Mer, me acordé
de cuando fui un boludo y de cuando fui un imbécil.
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