viernes, 12 de febrero de 2016

Horacio González y el relato después del Relato

Foto: Anfibia


Eduardo Castilla

“Entonces el peronismo para mediar toma la palabra revolución y ésa es una de sus alas semánticas; y al mismo tiempo que la toma la quiere como conjurar, contener, explicar que no es tan así a sus otros interlocutores que son empresarios, personajes de la Bolsa. El discurso de la Bolsa es un discurso que muchos intentamos ponerlo en el lugar de un discurso de ocasión para contener lo que una revolución legítima provoca en el sector reaccionario, llamado así por la reacción a la revolución. No tengo la tendencia a pensarlo, aunque siempre me originó ciertas dudas, como una expresión de lo que era la verdad del peronismo. Para mí la verdad del peronismo era como un vacío de los que hoy habla la historia política, como núcleo de indeterminación o de indecibilidad” (Horacio González, Historia y pasión)

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Por estos días Horacio González (HG) ensaya una suerte de balance del período kirchnerista. Pero, al igual que lo afirma en la cita que antecede, parece poco dispuesto a querer pensarlo a fondo.

Lejos de un intento de dilucidar algunas claves que permitan explicar la derrota electoral del pasado 22 de noviembre y el declive político que por estas horas exhibe el kirchnerismo más concentrado, HG se propone ser el vocero de una repetición talmúdica. Repetición del relato o de aspectos centrales del mismo.

El ex director de la Biblioteca Nacional y uno de los referentes de la ya extinta Carta Abierta, sostiene los tópicos comunes que fueron construidos desde el vértice del poder estatal, en aras de la “gobernabilidad”.

Muy lejos de Clausewitz, muy cerca de Laclau

HG ha publicado hasta el momento 5 de las 10 entregas prometidas para realizar un balance del kirchnerismo. Se trata de una suerte de ensayo en cuotas, presentado bajo el título Derrota y esperanza: un folletín argentino por entregas y se puede leer en la página La Tecl@ Eñe.

En la primera de las entregas HG se centra en la llamada “batalla cultural”. No se trata de una elección arbitraria o infundada, sino que el conjunto de su esquema –por lo menos hasta la última presentación- está orientado a pensar los límites del “proyecto” desde la batalla contra Clarín y desde los discursos puestos en circulación.

Dice allí que “lo que se definió como “batalla cultural” tenía varias piezas centrales (…) una de las cuales era una formidable pieza legislativa, finalmente aprobada pero a la vez neutralizada luego por distintos medios (esencialmente jurídicos), que se llamó ley de servicios de comunicación audiovisual, nombre técnico de un conjunto de disposiciones tendientes a desmonopolizar el control de audiencias (…) Esta ley apuntaba especialmente al grupo Clarín (…) Esta batalla cultural, implicaba necesariamente la posesión de “fierros propios”, en un modelo de lucha que no era de cuño tradicional, extraña a los “manuales clausewitzianos” (…) dentro de lo necesario del tratamiento de la monopolización mediática, se pasó por alto, lo que de alguna manera era inevitable, la configuración de Clarín como un ente histórico o poseedor de una evidente historicidad. No se tuvieron en cuenta, con la repentina fustigación del “Clarín miente”, las diferentes fases que atravesó la ideología y la metodología del grupo (…) Clarín es el testigo privilegiado de numerosos fracasos políticos de la Argentina, no solo el del desarrollismo frondizista, sino el de las diversas izquierdas y peronismos de izquierda.

La popularmente llamada Ley de medios no dio pasos sustanciales en aquello que se asignaba como su tarea central. La desmonopolización se transfiguró en pelea de dos monopolios mediáticos. Clarín como co-director de la ofensiva contra el gobierno por un lado y, frente a ellos, un conglomerado de medios sostenidos desde el poder estatal. Una tropa que, por estos días, se diluye con la consecuencia de una oleada de despidos contra los trabajadores.
Pero la configuración histórica de Clarín –es decir su rol central en el dominio capitalista nacional- no se pasó por alto “de manera inevitable”. Por el contrario, como es ampliamente conocido, en el final de su mandato Néstor Kirchner prorrogó todas las licencias del grupo. Así, el mismo kirchnerismo que lanzó una ley para “desmonopolizar”, creó y alentó monopolios mediáticos a diestra y siniestra por años.

Si la consigna “Clarín miente” se convirtió en una de las claves de la edificación del relato en los años posteriores, fue porque permitió simplificar los antagonismos casi hasta el absurdo. Por años, la “Corpo” fue solo Clarín. Su demonización iba paralela a políticas que permitían ganancias siderales al conjunto del gran capital, incluido el “agro-power”, aquel enemigo “mortal” de 2008.

“Clarín miente” fue la clave de una batalla discursiva donde el enemigo no era nunca alcanzado por los golpes. El relato se sostenía mientras se abandonaba toda confrontación real.



Relato y la realidad

En la segunda de las entregas HG aborda “la compleja noción de “relato” al decir de los presentadores de la revista. Dice el ex Carta Abierta que “relato era aquí sinónimo de impostura, de falsedad, de fingimiento, de “invención de tradiciones”, en suma, una superchería de Estado para contarle a los crédulos una historia apócrifa sobre los gobernantes, sus orígenes y propósitos”.

Pocos renglones después agrega que “su empeño anti-corporativo, que desde luego se dirigía privilegiadamente contra el grupo Clarín, aunque ciertamente mucho menos contra otras corporaciones “no mediáticas” (pero a las que de una manera u otra Clarín articulaba: Monsanto, Barrick Gold, Chevron, etc.) no lograba interesar a las izquierdas ni a una parte sustancial de la vida popular, que en el “gran monopolio mediático”, no veía sino la posibilidad de saber cómo se resolvían los misterios de amor y los prodigios de la ilusión en una telenovela que recreaba “las mil y una noches””.

Precisamente el relato se cimentó sobre la base de presentar una vocación de lucha contra las “Corporaciones” que no era tal.  La pelea con Clarín se redujo a una “guerra de medidas cautelares”, que fueron esencialmente favorables al “gran diario argentino”.

Pero en relación a otras “corpos”, la política del gobierno fue abiertamente favorable. Fue la misma CFK quien impulsó la radicación de plantas de Monsanto y permitió el florecimiento de sus negocios, de la mano de una creciente sojización que solo era combatida en las palabras. Lo mismo aconteció con las grandes mineras, que siguieron gozando de beneficios siderales gracias a un Código Minero heredado del menemismo y nunca puesto en cuestión. De Chevron se puede recordar que fue la beneficiaria de la reprivatización del minoritario porcentaje de YPF que había sido nacionalizado. Otra beneficiada fue la española Repsol, primero catalogada como “saqueadora” y luego premiada con una indemnización de miles de millones de dólares.



La raíz de que la izquierda no “se interesase” por estas peleas debe buscarse precisamente en la ausencia de toda epicidad. La “batalla cultural” seguía desarrollándose sobre todo en la superestructura y los discursos, sin tocar nunca la estructura social –excepto y muy parcialmente- con la nacionalización de las AFJP. La guerra se libraba según los conceptos de Ernesto Laclau y Chantal Mouffé.

Por otra parte, la crítica a la “vida popular” no deja de sorprender viniendo de un intelectual que revindica el peronismo. Precisamente el desinterés de las masas populares en esas “batallas” contra las corporaciones radicó en la nula influencia de las mismas en la vida cotidiana de aquellas. Si el primer peronismo podía construir su propio “relato” a partir de las profundas transformaciones en la vida de la clase trabajadora –logradas con luchas pero a costa de la integración política al movimiento fundado por Juan Perón- el kirchnerismo careció de credenciales sólidas en ese terreno.

La enorme continuidad del trabajo precario en un tercio de la clase trabajadora, la ausencia de derechos sindicales en amplias capas, los más que insuficientes recursos destinados a jubilaciones y AUH si se compara con los pagos de la deuda externa o a los Fondos buitres; todos determinantes de los límites que el kirchnerismo tenía entre capas profundas de las masas.

Sobre esos límites jugó el macrismo para imponerse. Concentró su fuego en el “estilo” prometiendo sostener las medidas que contaban con aceptación social. Precisamente el desplazamiento por medios electorales habla de la debilidad del vínculo político entre kirchnerismo y amplios sectores de las masas. HG no se propone realizar ese análisis. El resultado es terminar condenando una telenovela.  

Injurias, corrupción y denuncias

Los límites que se autoimpone HG para analizar el ciclo político que terminó hace pocos meses lo llevan por laberínticos caminos. El motor de la caída política del anterior gobierno debe buscarse en las calumnias que se repitieron sin cesar.

Leemos que “con el matrimonio Kirchner (…) crecieron hasta proporciones gigantescas los ataques donde el pasado de la pareja presidencial era examinado por peritos en detectar supuestas falsedades y mascaradas”. Antes habíamos leído que esa “campaña de una dimensión (…) de la que no se tenía acabada noción en el país. Sin duda, superaba a lo que se había visto en la época de Perón –aunque en especial luego de caído este gobierno en el 55- y a la larga persistencia del diario Crítica para deteriorar durante los finales de los años 20 al gobierno de Yrigoyen”.

En el mismo sentido, y ya en la tercera entrega de su folletín, HG afirma que “no hay concepto más escurridizo e inaprensible que el de corrupción (…) La inevitable carga moral que subyace en él, su poder agraviante y desestabilizador (…) tienen una fuerza capaz de  resquebrajar cualquier andamiaje gubernativo”.

Campaña de injurias y acusaciones de corrupción se convierten así en los elementos que definen el clivaje social que llevó a la caída por vía electoral del kirchnerismo.

Que la casta judicial haya operado y opere en pos de golpear al kirchnerismo, no objeta que muchos de esos casos son reales. Tan reales como lo fueron bajo el menemismo, la Alianza y lo serán bajo el macrismo. Esa corrupción es inherente a la estructura de una casta política que gestiona el Estado burgués al servicio de una mayor rentabilidad para el capital. La contraparte son salarios millonarios que permiten un nivel de vida cercano al de los mismos capitalistas.

A pesar de sostener que “lo que hay que hacer no es situarse en una hipótesis de rechazo indignado de estas incómodas situaciones (…) todos los que estuvimos en esa situación, debamos explicarnos y su vez reclamar explicaciones”, Horacio González emprende una defensa de uno de las más cuestionadas  figuras del kirchnerismo.

En su quinta entrega, a pesar de que desde el título propone “reflexionar sobre la figura de Cristina”, HG nos habla de “la inclemencia de las peores adjetivaciones, totalmente contaminadas con el afán de enviar cabezas propiciatorias al cadalso. Una de ellas: la rubia testa de uno de los ex-ministros de economía de Cristina, guitarrista ocasional del grupo la Mancha de Rolando, acusado ahora de todas las manchas posibles que puedan tener el tal  Rolando o cualquier otro hombre, llámese como se quiera, pero al que fundamentalmente no se le perdona la estatización de los fondos de pensión, entre los que se hallaban papeles accionarios de empresas cruciales, entre ellas, Clarín

Así, Amado Boudou, nacido en la liberal UCeDé y poseedor de un lujoso departamento en Puerto Madero -entre otros bienes no menores-, es elevado al rango de una suerte de jacobino moderno, enemigo del poder económico. La “guillotina” que hoy cae sobre él no es más que la venganza de los poseedores por su espíritu “expropiador”.

Horacio González cierra así el círculo de su propio relato, que empieza en absolutizar el poder de Clarín -aunque dejando sin explicación el origen del mismo- para terminar defendiendo a Amado Boudou.  




Relato y metafísica

Hegel escribía al inicio de su Lógica que “el dogmatismo de la metafísica del entendimiento consiste en mantener las determinaciones exclusivas del pensamiento en su aislamiento”. Podríamos recurrir a Marx o a cualquiera que nos  presente un enfoque dialéctico de las cosas pero el nudo de la cuestión seguiría siendo el mismo.  

La crítica esencial radica en que HG abstrae una serie de elementos y los convierte –hasta el momento- en la explicación única de la derrota electoral. Clarín, las calumnias contra los Kirchner, las denuncias de corrupción son los arietes de una reflexión que no se propone llegar hasta las causas últimas del declive kirchnerista.

La “verdad” del kirchnerismo –término al que resulta difícil adherir de manera incondicional- debe buscarse en una conjunción de factores económicos, políticos y sociales. Cuando aún el kirchnerismo entraba y salía por las puertas de la Casa Rosada, escribimos esta suerte de balance parcial que buscaba analizar más en profundidad el período. En un sentido similar -ya finalizada la “década ganada”- se escribió aquí, dando cuenta de los múltiples momentos de giro a la derecha del kirchnerismo que, como ya es sabido, terminaron encumbrando a Scioli como candidato único del “modelo”.



Aunque los elementos de un balance más acabado del periodo kirchnerista todavía se sigan escribiendo, ya es bastante lo dicho para entender las razones de su fracaso. Su épica se estrelló contra los límites de su propia esencia de movimiento político burgués restauracionista. Esa “verdad” es la que HG prefiere no pensar. 

3 comentarios:

  1. Quien prefiere "no pensar (algo)" obvio que lo ha pensado para ser denegado.

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  2. "La izquierda" argentina siempre se queda corta.
    Se puede coincidir con cada una de las críticas que se le haga al anterior gobierno, pero lo cierto es que en sus límites, quienes aquí critican no han podido capitalizar nada como sí lo hizo el macrismo. ¿Y nunca se preguntarán por qué?
    ¿Por qué pudo capitalizar el macrismo y no "la izquierda" a la masa popular en aquellos límites del 'relato' de HG? Se quedan cortos, siempre... Nada costaba evitar la llegada del macrismo con militancia proactiva en vez de mantenerse en el sectarismo virginal de no ser nunca gobierno y así no tomar responsabilidades reales y mantenerse siempre en "la crítica"; pero no, "el estado burgués" y "el pueble trabajador (que dicho y sea de paso nunca sigue a "la izquierda", que se presume es quien mejor puede representarlo)" -cual Batman y el Guazón, "el bueno" y "el malo"- son los únicos conceptos que manejan y desde ese similar absurdo, con que pueden criticar al anterior gobierno pero que "la izquierda" se pretende no tener, no pueden nunca llegar a nada concreto ni tener clivaje más o menos sólido o duradero.
    Hoy la derecha más recalcitrante que no tiene base social que la critique y a la cual deba rendir cuenta, maneja el país. ¿De qué sirvió -o sirve, porque todavía continúa-, entonces, toda la crítica de "la izquierda" al anterior gobierno? Pura charlatanería. Los hechos demuestran que, como mínimo, no han hecho nada positivo.

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  3. Me he estado preguntando mucho, luego del escaso porcetaje de votos en blanco que hubo en el balotage, votos en blanco que era nuestra manera de marcar una diferencia con el "relato oficial y el relato para-oficial", si la izquierda que se apoya en la doctrina marxista no hemos perdido la brújula. No se si la tuvimos en algún momento. Me refiero a que necesito alguna explicación de porqué aún hoy, el FIT, o sea a quien voto, no dispone de una sola intendencia, municipalidad, que permita mostrar en actos de qué hablamos cuando hablamos de enfrentar creativamente a las corporaciones aliadas al capital. Tenemos lugares parlamentarios, pero con eso no alcanza. Los votantes también y sobre todo, buscan quien se haga cargo de la dirección de los recursos del estado. ¿No tenemos deseo de conducir? Preguntémosle al Frente Amplio del Uruguay cómo se va ganando realmente un espacio de poder. A lo mejor nos dicen algo que no sabemos o tal vez nos digan algo que sí sabemos de nosotros mismos pero que no queremos enterarnos. Sin gestión a cargo de políticas públicas, no vislumbro nada bueno para la izquierda argentina.¿Será por eso que nos acusan de charlatanería?

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