Leonardo Nesta
Obrero industrial
"Esto
sigue siendo un trabajo de esclavos, lo fue y lo sigue siendo"
Eso que
parece una aseveración de tono histórico no es más que el sentir de un hornero,
como se los conocen por estos lares a los ladrilleros. Efectivamente hoy fuimos
juntos a recorrer algunos lugares donde él trabajó, lo había hecho otras veces,
no voluntariamente como hoy, con cierta impotencia, pero hoy fui yo a pedirle
que me acompañe, y fuimos juntos, ahí donde la greda te llega a los tobillos, y
la sequedad de las manos trabajadoras es tan profunda como la desolación que
vive esa zona. En el camino le explique que, como respuesta al paro del pasado
jueves, el gobierno había salido con "un plan" para "mejorar"
las condiciones de los trabajadores ladrilleros, una reconversión productiva lo
llaman ellos, un verso más detrás de una palabra de difícil interpretación
concreta. “Son todas mentiras" me dijo, "ahora vas a ver, seguimos
igual que 20 años atrás. Si digo eso digo mucho, la verdad que estamos
peor"
Llegamos
al primer cortadero y nos encontramos con Ramoncito. "Moncho!" Me
dice "no engordás más vos". A simple vista Ramoncito tiene el mismo
aspecto que cuando lo vi por última vez, hará unos 15 años atrás. Sus
zapatillas cubiertas de barro seco, que dejan una huella continua en la greda,
unas pilchas harapientas para no arruinar nada de valor en este terrible
trabajo, pero luce cansado, menos veloz que otras veces.
Hay dos
laburantes cortando (primera fase de la producción de ladrillos) "yo no
quiero estar acá" me dice uno, "he buscado otras cosas pero no se
consigue nada, esto te mata lentamente". El otro no pronuncia palabra,
pero sonríe cuando le saco una foto. "Saque, saque, muestre todo mijo que
acá solo vienen cuando hay una tragedia". Es verdad, hace unos años un
niño murió ahogado en el tanque de agua que utilizan para laburar, una noticia
que recorrió los diarios y abrió la discusión sobre el trabajo infantil en los
cortaderos, algo común a la actividad.
Junto con
el trabajo en negro y el empleo semi esclavo de inmigrantes bolivianos, son
partes de la tragedia diaria que viven cientos de miles de trabajadores, las
condiciones de extrema precariedad, la dura y agobiante vida bajo el sol, el
frío, las heladas, todas esas enfermedades adquiridas por el insufrible
desgaste del tiempo.
Ojos
enrojecidos de cataratas, pieles astilladas, columnas retorcidas, encorvados,
lastimados, todo recientemente “descubierto” por Tomada. Canallas insensibles,
cobardes por sobre todas las cosas, el personal político de la burguesía, el
gobierno K, tiene un número creciente de cínicos capaces de cualquier cosa.
Con los
trabajadores conversamos un poco sobre mis ideas, lo que ando haciendo hoy por
hoy, y les agrada. “Esas cosas estarían buenas, ojala alguien las pudiera
llevar adelante”. Todavía la vida, cruenta vida, necesita abrirse paso. Experiencias,
y procesos generalizados de luchas que ayuden a las ideas que llevamos adelante
los marxistas. Pero sin duda coincidimos en algo, el gobierno es una mierda me
dicen. Yo les prometo, en cuanto pueda, volver.
La visita
continua, al principio tenía una cuota de nostalgia. Hacía mucho que no andaba
por acá, pero a medida que caminamos me crece la ira, ciertamente no puedo
hablar de estrategia, compartimos la bronca que irradian las charlas. Aunque
hablamos de política, hay un justo deseo de venganza que nos recorre enteros. El
camino es empedrado, difícil de andar, casas de adobe, precarias. No, eso es
poco, mucho más que eso, un baño sin puertas, una letrina que nadie usa. "Es
mejor cagar en los yuyos" me dice el rengo. Así lo llaman acá, trabaja con
mi tío que no está. "Anda en el
carro, buscando zanahorias para el caballo", en estos días terminó de
quemar así que ahora anda haciendo las cosas que dejó pendiente.
El
quemado del ladrillo (última fase de producción) necesita una atención
continua, ocho, diez y hasta 15 días, el horno arde, abastecido de gruesos y
pesados troncos de árboles que el quemador manipula con sus propias manos, y
con la única ayuda de su ser, no hay nada mecanizado en este tortuoso lugar.
Los
quemadores atienden el horno día y noche, muchos (como uno que conozco) sufren
de insomnio crónico, terminan con delirios, sin distinguir cual es el día y la
noche, cual es su vida real y cual la ficticia porque la pesadilla que vive
hace años se extiende y se extiende.
El rengo
lleva unas quinientas bovedillas (ladrillo fino) quizá menos, una y otra vez se
ha inclinado con el molde cargado de barro para dejarlas en el suelo, donde secan
al calor del sol. Le pagan 200 pesos por cada mil que corta. Hoy, si acelera un
poco, quizá su paga llegue a esa meta. Le cuento que el gobierno quiere mil
millones de ladrillos y no lo concibe. Está pensando en que aun, a su columna,
le falta la mitad del día para llegar a 200 pesos, tomar una sopa, un vino,
dormir y volver a arrancar, a pesar del dolor y de lo que sea.
Tomada
miente. Nunca tuve duda de ello, no necesitaba comprobar nada, más bien quería,
herramientas en mano, devolver un poco de esa savia que nos hace fuertes a los
obreros. Es una bronca contenida y un deseo de romper cadenas que se va a
propagar a miles, y aunque lo intenten por todos los medios, cuando ocurra, no
van a conseguir separarnos porque seguimos siendo los mismos, pero mejor.
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