miércoles, 3 de septiembre de 2014

Tomada miente (una jornada cargada en los cortaderos de ladrillos)


Leonardo Nesta
Obrero industrial
 


"Esto sigue siendo un trabajo de esclavos, lo fue y lo sigue siendo"

Eso que parece una aseveración de tono histórico no es más que el sentir de un hornero, como se los conocen por estos lares a los ladrilleros. Efectivamente hoy fuimos juntos a recorrer algunos lugares donde él trabajó, lo había hecho otras veces, no voluntariamente como hoy, con cierta impotencia, pero hoy fui yo a pedirle que me acompañe, y fuimos juntos, ahí donde la greda te llega a los tobillos, y la sequedad de las manos trabajadoras es tan profunda como la desolación que vive esa zona. En el camino le explique que, como respuesta al paro del pasado jueves, el gobierno había salido con "un plan" para "mejorar" las condiciones de los trabajadores ladrilleros, una reconversión productiva lo llaman ellos, un verso más detrás de una palabra de difícil interpretación concreta. “Son todas mentiras" me dijo, "ahora vas a ver, seguimos igual que 20 años atrás. Si digo eso digo mucho, la verdad que estamos peor"
Llegamos al primer cortadero y nos encontramos con Ramoncito. "Moncho!" Me dice "no engordás más vos". A simple vista Ramoncito tiene el mismo aspecto que cuando lo vi por última vez, hará unos 15 años atrás. Sus zapatillas cubiertas de barro seco, que dejan una huella continua en la greda, unas pilchas harapientas para no arruinar nada de valor en este terrible trabajo, pero luce cansado, menos veloz que otras veces.
Hay dos laburantes cortando (primera fase de la producción de ladrillos) "yo no quiero estar acá" me dice uno, "he buscado otras cosas pero no se consigue nada, esto te mata lentamente". El otro no pronuncia palabra, pero sonríe cuando le saco una foto. "Saque, saque, muestre todo mijo que acá solo vienen cuando hay una tragedia". Es verdad, hace unos años un niño murió ahogado en el tanque de agua que utilizan para laburar, una noticia que recorrió los diarios y abrió la discusión sobre el trabajo infantil en los cortaderos, algo común a la actividad.
Junto con el trabajo en negro y el empleo semi esclavo de inmigrantes bolivianos, son partes de la tragedia diaria que viven cientos de miles de trabajadores, las condiciones de extrema precariedad, la dura y agobiante vida bajo el sol, el frío, las heladas, todas esas enfermedades adquiridas por el insufrible desgaste del tiempo.
Ojos enrojecidos de cataratas, pieles astilladas, columnas retorcidas, encorvados, lastimados, todo recientemente “descubierto” por Tomada. Canallas insensibles, cobardes por sobre todas las cosas, el personal político de la burguesía, el gobierno K, tiene un número creciente de cínicos capaces de cualquier cosa.
Con los trabajadores conversamos un poco sobre mis ideas, lo que ando haciendo hoy por hoy, y les agrada. “Esas cosas estarían buenas, ojala alguien las pudiera llevar adelante”. Todavía la vida, cruenta vida, necesita abrirse paso. Experiencias, y procesos generalizados de luchas que ayuden a las ideas que llevamos adelante los marxistas. Pero sin duda coincidimos en algo, el gobierno es una mierda me dicen. Yo les prometo, en cuanto pueda, volver.
La visita continua, al principio tenía una cuota de nostalgia. Hacía mucho que no andaba por acá, pero a medida que caminamos me crece la ira, ciertamente no puedo hablar de estrategia, compartimos la bronca que irradian las charlas. Aunque hablamos de política, hay un justo deseo de venganza que nos recorre enteros. El camino es empedrado, difícil de andar, casas de adobe, precarias. No, eso es poco, mucho más que eso, un baño sin puertas, una letrina que nadie usa. "Es mejor cagar en los yuyos" me dice el rengo. Así lo llaman acá, trabaja con mi tío que no está.  "Anda en el carro, buscando zanahorias para el caballo", en estos días terminó de quemar así que ahora anda haciendo las cosas que dejó pendiente.

El quemado del ladrillo (última fase de producción) necesita una atención continua, ocho, diez y hasta 15 días, el horno arde, abastecido de gruesos y pesados troncos de árboles que el quemador manipula con sus propias manos, y con la única ayuda de su ser, no hay nada mecanizado en este tortuoso lugar.
Los quemadores atienden el horno día y noche, muchos (como uno que conozco) sufren de insomnio crónico, terminan con delirios, sin distinguir cual es el día y la noche, cual es su vida real y cual la ficticia porque la pesadilla que vive hace años se extiende y se extiende. 
El rengo lleva unas quinientas bovedillas (ladrillo fino) quizá menos, una y otra vez se ha inclinado con el molde cargado de barro para dejarlas en el suelo, donde secan al calor del sol. Le pagan 200 pesos por cada mil que corta. Hoy, si acelera un poco, quizá su paga llegue a esa meta. Le cuento que el gobierno quiere mil millones de ladrillos y no lo concibe. Está pensando en que aun, a su columna, le falta la mitad del día para llegar a 200 pesos, tomar una sopa, un vino, dormir y volver a arrancar, a pesar del dolor y de lo que sea.
Tomada miente. Nunca tuve duda de ello, no necesitaba comprobar nada, más bien quería, herramientas en mano, devolver un poco de esa savia que nos hace fuertes a los obreros. Es una bronca contenida y un deseo de romper cadenas que se va a propagar a miles, y aunque lo intenten por todos los medios, cuando ocurra, no van a conseguir separarnos porque seguimos siendo los mismos, pero mejor.
 


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