Eduardo Castilla
El conflicto entre el gobierno y las patronales del campo dejó en la
historia reciente –historia que se superará a sí misma- algunas frases
célebres. Entre ellas estaba aquella pregunta que hacía referencia al “nerviosismo”
de cierta corporación mediática.
A pesar del crecimiento el gobierno en los índices de popularidad, como
resultado de la épica “anti-buitres”, podría hacerse la misma pregunta a
algunos funcionarios que se desencajan antes las
preguntas y debates que la izquierda trotskista presenta en el Congreso o ante
los reclamos y las acciones de sectores combativos de la clase trabajadora, en defensa
de sus puestos de trabajo.
Un intento de “bonapartismo”
senil
La batalla contra los holdouts que, finalizado diciembre, seguramente se
convertirá en un nuevo acuerdo antinacional que profundizará el endeudamiento,
sirvió a los fines de la recuperación de la imagen presidencial y dio bases a
una revitalización parcial del gobierno.
Desde esa fortaleza el gobierno intenta recrear su política de confrontar
con todos los sectores sociales, ubicándose en defensa de “todos los argentinos”.
De allí se entienden las duras discusiones con la UIA, la continuidad de una política
que denuncia a Griesa y al mismo EEUU -expresada en la denuncia en La Haya-, la
dureza frente al reclamo del impuesto a las Ganancias que hace –o hacía para
ser más precisos- la CGT Balcarce y, sobre todo, la dureza contra la vanguardia
obrera y la izquierda trotskista, contra la que se ha lanzado una campaña
macartista.
Pero esta fortaleza es relativa y está mediada por las limitaciones propias
del agotamiento de un ciclo político. Agotamiento que responde al fin de las
variables que lo hicieron posible durante poco más de una década. Que, en la
coyuntura, el gobierno haya ocupado el centro de la escena política, no soluciona
los problemas estructurales que son los límites al resurgir del “modelo”.
El país buitre y sus
consecuencias
A lo largo de la década que pasó, el peso del capital extranjero en la
economía nacional lejos estuvo de revertirse. Argentina siguió siendo un país
dominado por las patronales de EEUU y europeas. Esta fracción del capital continuó así con un
enorme peso en grandes decisiones políticas y económicas.
Esta es la explicación estructural a la forma en que han actuado la
autopartista Lear y la gráfica Donnelley, ambas de origen norteamericano,
dejando en la calle a cientos de trabajadores. Bien por despidos, en complot abierto
con el SMATA, bien con un cierre absolutamente ilegal, ambas patronales han dejado
en claro que sus intereses económicos se hallan por encima de la legislación
nacional.
Esto peso de las grandes multinacionales extranjeras constituye un talón de
Aquiles de cualquier gobierno de un país semicolonial. Los intereses de esas multinacionales
se rigen a escala global o por sus cotizaciones en la Bolsa de Nueva York. La soberanía
o la estabilidad política del gobierno local
son un valor de undécimo orden para las mismas. Menos valor aún tiene entonces
la vida de los trabajadores y sus familias.
El gobierno kirchnerista -como lo evidencia la represión constante a los
trabajadores y trabajadoras de Lear- lejos está de recurrir a la misma épica de
la que hace gala contra los buitres financieros. Frente a las patronales
norteamericanas que despiden, el cipayismo menemista vuelve a emerger.
Desempleo y “caos social”
El problema del crecimiento del desempleo es ya un factor político-social
de primer orden. Desde los datos brindados por el mismo gobierno, pasando por
analistas y consultores de todo tipo, hasta la misma Iglesia, todos confirman
el crecimiento del desempleo.
Como bien se señaló aquí,
la conflictividad social emerge a la luz del crecimiento de despidos y las
suspensiones. La respuesta de sectores de la clase trabajadora es un cuestionamiento
a la “libertad” que tienen las patronales de prescindir de la fuerza de trabajo
obrera cuando las ganancias “no cierran”. Este mecanismo, presente en el
corazón del capitalismo desde sus inicios, es lo que ponen en cuestión las
acciones de resistencia de sectores de trabajadores como ocurre en Lear,
Donnelley, Emfer y otras luchas.
El verdadero “caos social” no es el que Capitanich denuncia atacando a la
izquierda, sino el que se produce como resultante del crecimiento de despidos,
suspensiones, pobreza y crisis social. No hay “agitadores” sino condiciones
sociales que implican resistencia obrera. En este sentido, se podía decir que
el verdadero propugnador del “caos” ha sido el gobierno que, lejos de dar
solución a las demandas obreras y populares, permite el accionar impune de las patronales.
Aquí, en el crecimiento de desempleo, radica uno de los principales topes
ante los que se encuentra la recuperación política del gobierno. Si la
desocupación sigue aumentando, el relato contra los buitres dejará de surtir
efecto y abrirá paso a un nuevo y mayor cuestionamiento en su contra.
El mundo según Berni
Ayer Capitanich volvió a reiterar los ataques contra la izquierda. El
peronismo facho
emerge en la escena nacional como parte de las “soluciones” que el gobierno
tiene para ofrecer ante los reclamos de la clase trabajadora.
En el universo político la figura del Secretario de Seguridad Berni viene
siendo central. Es la cara visible de la verdadera política frente al “reclamo
social”. Política que no es más el endurecimiento constante de la represión a
las luchas obreras, como pudo verse
la semana pasada en la Panamericana, cuando usando gas pimienta y destrozando
la puerta de un auto, Gendarmería se llevo detenida, entre otros, a Victoria
Moyano Artigas, nieta recuperada y militante del PTS. A menos de 48 horas de la
aparición de Guido Carlotto, la verdadera cara del gobierno nacional volvía a
asomar a través de la represión estatal.
Es en ese marco que tiene que entenderse la nueva avanzada del gobierno
nacional con la Ley Antipiquetes, con la que se propondrá, a tono con la oposición
patronal, ponerles límites a las acciones de la clase trabajadora y los
sectores populares que se encuentran respondiendo frente a la crisis.
Donnelley, Lear y una
perspectiva para la clase obrera
El escenario nacional está marcado así por la unidad creciente entre tres
fuerzas: las grandes patronales, el gobierno nacional y la burocracia sindical
peronista. Unidad no absoluta ni completa, pero que comparte el objetivo estratégico
de liquidar la influencia que, al interior de la clase trabajadora, ha venido
conquistando el Frente de Izquierda y, en particular, el PTS.
Los ataques de Capitanich, Berni y Pignanelli demuestran que la verdadera
oposición política y sindical al gobierno y las patronales está protagonizada
por la izquierda trotskista, referenciada en la independencia política de la
clase trabajadora, una concepción opuesta por el vértice al peronismo y a las
diversas lógicas políticas que, dentro de la misma izquierda, apostaron a la
colaboración con el mismo en diversos momentos de la historia (maoístas y
stalinistas).
Esa fusión entre los sectores combativos de la clase trabajadora y la izquierda
trotskista es lo que se halla en la base de la actual resistencia a los ataques
en curso. Es lo que permite además que las luchas sindicales se eleven a un
plano político, en el que las mismas sirven como ejemplo para el conjunto de la
clase trabajadora.
La conquista de la opinión pública mediante campañas para hacer conocido el
conflicto, la utilización de diversos métodos de lucha, combinando las acciones
en las calles con la utilización de recursos legales -como los fallos judiciales-
permitieron a los trabajadores de Lear sortear no sólo un ataque feroz, resistir
las constantes represiones de Gendarmería y la Bonaerense, sino además haber
avanzando en imponerle la burocracia y el gobierno la reincorporación parcial
de trabajadores y el retorno de los delegados a la planta.
Ayer martes, la puesta en producción de la gráfica Donnelley, a pesar de la
ausencia de la patronal, es un ejemplo de cómo los trabajadores son los únicos
verdaderamente interesados en la continuidad de las fuentes de trabajo. Esta
acción, al mismo tiempo, permitió empezar a mostrar el carácter parasitario de
la patronal. Los obreros hicieron producir la empresa sin necesidad de
gerentes. Los verdaderos productores demostraron que la fábrica funciona
gracias a ellos. Frente a los cierres patronales, que pueden ser un factor en
la crisis por venir, la acción obrera muestra una salida opuesta a quedar en la
calle desocupado.
A fines de la década del 90’ la crisis capitalista golpeó brutalmente sobre
la clase trabajadora y el pueblo. La década menemista –en la que los Kirchner,
Capitanich y muchos integrantes del actual gobierno fueron oficialistas- dejó
un tendal de desocupación y pobreza.
La clase trabajadora venía de sufrir enormes golpes y, debido a ello, fue
incapaz de una respuesta que le permitiera frenar esos ataques. Las conducciones
sindicales burocráticas fueron parte de los engranajes que aplastaron la
capacidad de resistencia obrera.
Hoy, en el fin de ciclo kirchnerista, y cuando la crisis avanza sobre el
país, la fusión entre la izquierda trotskista y sectores combativos del
movimiento obrero es una realidad. Una realidad que, al mismo tiempo que permite evitar que suspensiones y despidos
pasen sin ningún obstáculo, pone en cuestión abiertamente el carácter del
gobierno y sus recursos discursivos de tinte progresista, así como el control totalitario
de los gremios por parte de la burocracia sindical peronista.
Precisamente por eso, las luchas de Lear y Donnelley marcan una perspectiva
para el conjunto de la clase trabajadora. Frente al país de las patronales, sus
cómplices como Pignanelli o Caló y sus políticos serviles, la posibilidad de
evitar nuevas catástrofes para el pueblo trabajador recae en la lucha, la
organización y la extensión de la unidad de la clase trabajadora.
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