Eduardo Castilla
Diciembre. Hace pocos días decíamos
que diciembre rememora el “caos”, la miseria o el estallido social. El mes que
cierra 2013 no parece ser la excepción, sino la confirmación de una suerte de
regla implícita, casi como un fatalismo del almanaque.
Pero diciembre del 2013 no es
igual a los diciembres anteriores. Incluso a aquellos que lo han precedido, estos
años recientes. Para cientos de miles de habitantes del país, especialmente
para quienes viven en Capital Federal -pero también en Córdoba, Santa Fe o
Tucumán, por citar sólo un par de ejemplos- diciembre termina con una brutal
sensación de abandono. A los cortes de luz les suceden los cortes de agua. Una quincena
de calores brutales -reflejo de la caotización del clima por la destrucción del
planeta que empuja la clase capitalista- es insoportable sin la energía que
alimenta heladeras, ventiladores o aires acondicionados.
Desde los lujosos salones donde
la luz no se corta, funcionarios y empresarios acusan a los consumidores. La “década
ganada” viene con reproches. El cinismo de una clase social -y la casta
política que gestiona en su nombre- mide más alto que los termómetros de todo
el país.
Irracionalidad y saqueo. La crisis de los apagones no es fortuita. Los
servicios públicos, bajo la lógica del capital, pueden convertirse en
verdaderos flagelos para el pueblo trabajador. Ya lo mostró la masacre de Once
en el sector del transporte. La ganancia es el motor puro de la actividad
capitalista. Como lo denuncia muy bien mi amigo Nicolás Del Caño, en esta
entrevista, las privatizaciones están en la base de la brutal degradación de
los servicios a simples negociados en el corto plazo. No hay planificación
(como pide Cobos en la misma entrevista, haciendo de cuenta que la UCR no
gobernó nunca Argentina) porque la entrega al capital extranjero y sus socios
locales se hizo bajo una lógica de saqueo rápido, de la mano de una clase
capitalista y un estado, que entregaron las últimas “joyas de la abuela” para
ser parte del ciclo neoliberal.
La sumatoria de “neoliberalismo +
desechos de Estado” (FR dixit)
se diferencia poco, en lo sustancial, del estado al servicio de los “capitanes
de la industria” alfonsinista, que llevó a una crisis brutal a las empresas
públicas. De allí que la única salida realista implique la estatización de los
servicios públicos bajo control de los trabajadores y comités de usuarios, como
se señala aquí.
El control capitalista sobre los servicios públicos, sea de manera directa, sea
a través de su personal político, implica caos e irracionalidad que terminan,
muchas veces, en la pérdida de vidas del pueblo trabajador (ver acá).
Sujetos I. ¿Puede el estado burgués nacional convertirse en el
sujeto actuante de la modernización nacional? Los apagones, paradójicamente,
echan luz sobre la utopía de dicha estrategia. Sin haber tocado los intereses
de los grandes sectores del imperialismo que controlan la economía nacional,
sin haber re-nacionalizado los resortes fundamentales de la economía, sin haber
abandonado el papel de “pagadores seriales” de la Deuda Externa, era imposible
convertir al estado en sujeto de una transformación social duradera.
La intelectualidad kirchnerista apostó
al rol del estado como sujeto de la
reconstrucción nacional. Pero la creencia de que el estado argentino podría “recrear
una burguesía nacional” o, imponer la soberanía como norma, sólo podía basarse
en la más abierta de las ingenuidades o en una ceguera autoimpuesta.
Lejos de transformaciones
duraderas que permitieran mejorar el nivel de vida de las masas, el estado
burgués bajo gestión del kirchnerismo gira, progresivamente, hacia el
fortalecimiento de sus funciones coercitivas. Milani, Granados, Proyecto X son
los nombres de un giro político conservador, donde la “banda de hombres armados
al servicio del capital” ocupa, crecientemente, el lugar de los derechos
humanos.
Sujetos II. Si el sujeto de una transformación duradera de las
relaciones sociales no está arriba,
en el estado al servicio de los capitalistas ¿está abajo, entre las clases oprimidas y explotadas? La respuesta es un
sí, a condición de ver la marejada de contradicciones que tal definición
implica. Señalemos sólo algunas.
La clase obrera es el sujeto maldito de la burguesía, presente
a lo largo de la historia argentina, desde la conformación de lo que podemos
llamar estado-nación. Bajo la forma política y organizativa representando por
anarquistas y sindicalistas revolucionarios, bajo los sindicatos rojos del PC,
bajo el peronismo, en tanto columna vertebral de un proyecto de conciliación de
clases, el movimiento obrero está ahí, parado como el verdugo en el umbral. Señalemos
al margen que la forma política no debe opacar el contenido social. Para ser
precisos, igualar peronismo a movimiento obrero (como lo hizo una franja enorme
de la izquierda en los 70’) implica el desarme estratégico.
La fuerza social de la clase
trabajadora se reconstituyó al calor del crecimiento de la última década. Si,
como reza el manifiesto comunista, “la burguesía crea a sus propios
sepultureros”, ésta fue la verdadera "ganancia" de la década.
La potencialidad revolucionaria
de la clase obrera (su rol de sepulturero del capital) está dada por su
capacidad de golpear sobre el poder burgués, pero esa potencialidad está atada a
la posibilidad de la independencia política en relación a las fracciones
políticas de la clase dominante. Esa independencia “no puede ser un estado
pasivo. Solamente se expresa mediante actos políticos, o sea mediante la lucha
contra la burguesía. Esta lucha debe inspirarse en un programa claro, que
requiere una organización y tácticas para su aplicación” (Trotsky). Dicha
lucha no puede librarse sólo desde la arena parlamentaria, supone la
organización real de las fuerzas obreras, la conquista de sus sindicatos de manos
de la correa de transmisión de la burguesía que es la burocracia sindical, para
convertirlos en herramientas de la lucha de clases.
Fin de ciclo. La emergencia de un partido revolucionario de vanguardia
de la clase trabajadora deviene, cada vez más, posibilidad histórica real. El agotamiento de las condiciones internacionales
y nacionales que dieron su fuerza al ciclo kirchnerista, la debilidad de las
variantes políticas de oposición burguesa y la crisis histórica de la
burocracia sindical son parte de los eslabones de una cadena que permite que
dicha perspectiva no sea un abstracción.
La concreción de esa posibilidad
está atada, en parte, al desarrollo de condiciones objetivas de mayor crisis
capitalista y mayor lucha de clases. Las tendencias al retorno de la política a
las calles se confirman aquí.La crisis intenacional es una espada de Damocles que pende sobre el curso de la economía argentina. La inestabilidad parece ser el signo que marcará el 2014.
En ese marco, la maduración subjetiva de la clase trabajadora es un problema de índola estratégica. Pero el desarrollo de la
misma no puede observarse sólo en los fenómenos de superficie. Como
se pudo verificar aquí,
una tendencia profunda, recorre el movimiento obrero argentino.
Desarrollar esa
tendencia, ampliarla, convertirla en fuerza política propia con capacidad de
golpear al poder burgués es una tarea central para la izquierda revolucionaria. La conquista de los sindicatos y la utilización revolucionaria de las bancas conquistadas por el FIT son herramientas que deben ser puestas en ese objetivo. Son posiciones conquistadas que deben preparar el camino de la "maniobra".