Eduardo Castilla
Los amigos Fernando Rosso
y Juan Dal Maso, en su recientemente inaugurado blog Las Ideas no caen del cielo vienen planteando un debate sobre la significación del concepto de
hegemonía y su relación con la estrategia del marxismo revolucionario.
Siguiendo con esa discusión y a partir de este post del amigo Fernando Aiziczon, vamos a indagar
sobre la práctica de Lenin y Trotsky para trabajar “en pos de la hegemonía
proletaria”.
Señalemos que la
definición de hegemonía está ligada a dirección y liderazgo y, desde un punto
de vista marxista, presupone elementos materiales que la hagan posible, es
decir, no puede sostenerse sólo sobre valores intelectuales o morales. Gramsci señala que “El hecho de la hegemonía
presupone indudablemente que se tienen en cuenta los intereses y las tendencias
de los grupos sobre los cuales se ejerce (…) que el grupo dirigente haga
sacrificios de orden económico-corporativo, pero es también indudable que tales
sacrificios y tal compromiso no pueden concernir a lo esencial, ya que si la
hegemonía es ético-política no puede dejar de ser también económica, no puede
menos que estar basada en la función decisiva que el grupo dirigente ejerce en
el núcleo rector de la actividad económica”.
Entonces, la “capacidad hegemónica”
de una clase está relacionada con las concesiones o conquistas que puede hacer
en relación a su “función decisiva” en la esfera económica. Tal es el “esencialismo
clasista” que Laclau criticara al revolucionario italiano.
Esto impone,
necesariamente, la pregunta. ¿La clase obrera aún conserva su “función decisiva”
en la vida económica actual? La respuesta es compleja. Por un lado, su
fortaleza objetiva se mantiene y se ha ampliado con la extensión de las
relaciones salariales al conjunto del planeta y a capas enteras de la población
que antes no estaban incluidas (profesionales universitarios como médicos,
abogados, ingenieros, etc.). Si lo que unifica es el Capital, como sostiene
Bensaïd, en el polo opuesto sigue estando presente el trabajo, salvo que se
vuelva a las “teorías” del fin del trabajo o de la extensión universal del
“trabajo inmaterial”. Esto, evidentemente, no niega el conjunto de los
“agravios” que sufren millones, por diversas razones (opresión de género, étnica,
cultural, sexual, etc.) en el marco de la sociedad burguesa, pero concretiza el
sujeto estructuralmente antagónico al capital en su conjunto.
Si la fortaleza objetiva
ha avanzando, la subjetiva se halla en un cruce de caminos, rompiendo la
inercia de décadas de derrotas que impusieron el conformismo y el escepticismo.
En ese sentido, la conciencia existente ha venido limitando la actividad de la
clase obrera. Sin embargo, la crisis internacional en curso enfrenta a las
masas con el fin de un período de dominación capitalista sin grandes crisis y
con enormes padecimientos. Esto empieza a reactualizar las tendencias más agudas que presenció el siglo
XX y abre el panorama a saltos subjetivos en el próximo período. Cambios de los
ya presenciamos fenómenos importantes en los países árabes del norte de África,
en los movimientos huelguísticos de Europa y las luchas de resistencia y en los
fenómenos políticos del movimiento obrero en América Latina como el paro del 20N
en Argentina o el lanzamiento de un instrumento político ligado a la COB en
Bolivia.
En ese marco, la
discusión sobre la necesidad de una política hegemónica, es decir dirigente del
conjunto de las masas pobres, por parte de la clase obrera, cobra importancia central.
Tanto en el pensamiento como en la práctica de Lenin y Trotsky, se puede
visualizar la dimensión de una política hegemónica para el movimiento obrero. Esto
es lo que vamos a ejemplificar.
Rusia del 17’
y “la cuestión hegemónica”
La gran revolución rusa
de 1917 es un magnífico ejemplo de cómo una clase, minoritaria desde el punto
de vista social, puede convertirse en dirigente del conjunto de las masas
pobres y hacerse del poder político. Pero esto no es un proceso automático,
sino el resultado de una conjunción de elementos. Allí, la primera cuestión, al
decir de Lenin en las Tesis de Abril, era no hacer “la más pequeña concesión al
"defensismo revolucionario", que sostenían mencheviques y Socialistas
Revolucionarios (SR), así como proponer un programa que, mientras “explica
pacientemente” el carácter imperialista del gobierno y la superioridad de la
democracia soviética sobre la parlamentaria, muestre a las masas una salida a
sus padecimientos más urgentes (tierra, hambre, paz y el problema de las
nacionalidades).
Siete meses después, la
clase obrera se convertirá en clase dominante, contando con el apoyo de una
fracción importante del campesinado, a través del acuerdo con los SR de
izquierda. El hecho de levantar el programa de esta corriente de reparto individual
de la tierra (que será criticado por Rosa Luxemburgo) permitió afianzar la alianza
política que sostendrá al naciente gobierno soviético.
¿Cuál es la relación
entre el peso social (función decisiva) del movimiento obrero y la actividad
política del Partido Bolchevique? Sólo el proletariado, por su peso en la estructura
económica del país, podía jugar ese rol. El campesinado, por una serie de
elementos (explicados por Trotsky en La revolución permanente) como la importante diferenciación interna o la
dispersión por todo el territorio, era impotente para resolver la cuestión
agraria por sí mismo. Sobre esta base, el bolchevismo pudo imponerse
levantando un programa que tomaba en cuenta ese conjunto de reivindicaciones de
las masas. Sin la actividad política
consciente del partido dirigido por Lenin, esto hubiera sido imposible.
España y la ausencia de un partido revolucionario
La imposibilidad del
movimiento obrero de actuar de manera independiente, tiene por resultado que sean
otras clases las que impongan su hegemonía o dirección, como lo demuestra el proceso
revolucionario en España en los Treinta. Allí la ausencia de un partido
revolucionario, con un programa para ganar al conjunto de las masas pobres, impidió
que el proletariado pudiera actuar de manera hegemónica.
Trotsky, discutiendo en
1931 contra la falsa caracterización de la IC en su “tercer período”, afirmaba que “Constituiría un
doctrinarismo lamentable y estéril oponer escuetamente la consigna de la
dictadura del proletariado a los objetivos y divisas de la democracia
revolucionaria (república, revolución agraria, separación de la Iglesia del
Estado, confiscación de los bienes eclesiásticos, libre determinación nacional,
Cortes Constituyentes revolucionarias). Las masas populares, antes de que
puedan conquistar el poder, deben agruparse alrededor de un partido proletario
dirigente (…) admitiendo que la vanguardia proletaria se haya
dado cuenta claramente de que sólo la dictadura del proletariado puede salvar a
España de la descomposición, sigue
planteada en toda su amplitud la tarea preliminar de reunir y cohesionar
alrededor de la vanguardia a los sectores heterogéneos de la clase obrera y a
las masas trabajadoras del campo, todavía más heterogéneas” (resaltado propio).
La ausencia un partido
que levantara esa perspectiva, impidió que el proletariado ejerciera un papel
dirigente. Por el contrario, quedó subordinado al enfrentamiento político-militar
entre republicanos y nacionalistas, lo que llevó a la derrota de la revolución
y la guerra civil así como a 40 años de dictadura franquista.
La lucha antiimperialista
A fines de los treinta,
ya en el exilio mexicano, Trotsky señala que el proletariado de los países
latinoamericanos está obligado a tomar la lucha contra la opresión imperialista
en sus manos. Afirmará que “La clase obrera de México
participa y no puede más que participar
en el movimiento, en la lucha por la independencia del país, por la
democratización de las relaciones agrarias, etc. (…) La independencia del
proletariado, incluso en el comienzo de este movimiento, es absolutamente
necesaria, y oponemos particularmente el proletariado a la burguesía en la
cuestión agraria, porque la clase que
gobernará, en México como en todos los demás países latinoamericanos, será la
que atraiga hacia ella a los campesinos”
(resaltado propio).
“Voluntad
de vencer”
Todos los ejemplos que hemos señalado
muestran que le lógica de Trotsky y de Lenin apunta a que el movimiento obrero
se convierta en clase dirigente del conjunto de las masas oprimidas. Pero esto
no puede ocurrir sin que el proletariado confíe en sus propias fuerzas. Discutiendo
en Francia contra los estalinistas que aseguraban que las clases medias temían
a la revolución, Trotsky plantea que “para
atraer a su lado a la pequeña burguesía, el proletariado debe conquistar su
confianza. Y para ello debe comenzar él mismo por tener confianza en sus
propias fuerzas. Necesita tener un
programa de acción claro y estar dispuesto a luchar por el poder por todos los
medios posibles” (Adonde va Francia. Resaltado propio)
Es decir, para que una clase pueda
conquistar hegemonía sobre el conjunto de las capas oprimidas de la sociedad,
además de levantar un programa correcto, debe demostrar en la práctica, que
está dispuesta a luchar por ese programa, mediante la utilización de todos los
medios que conduzcan a ese objetivo, así como a través de la ruptura abierta con
la legalidad burguesa, actuando dentro de las posibilidades que impone la
relación de fuerzas existente. Sólo así podrá conquistar la confianza, en la
lucha revolucionaria, del conjunto de las capas oprimidas y explotadas.
Hegemonía,
programa y partido
Pero, tal como lo señala Trotsky, la clase obrera
no es una entidad homogénea, sino que está atravesada por diferencias internas
y por la acción de las corrientes que actúan en su seno. Para estar dispuesta a
luchar por el poder, la clase trabajadora debe haber superado a sus direcciones
burocráticas y reformistas, así como a todas los agrupamientos políticos que sostienen
o impulsan una estrategia de colaboración de clases. A eso se refiere Trotsky
cuando afirma que las clases llegan a sus fines por la lucha de sus tendencias
internas.
Precisamente, la historia
del bolchevismo es el resultado de múltiples peleas al interior de la clase
trabajadora. En El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo, Lenin
señala que “el bolchevismo (…) pasó por
15 años de historia práctica
(1903-1917), sin parangón en el mundo por su riqueza de experiencias (…) en
ningún país se concentró, en un tiempo tan breve, tal riqueza de formas,
matices y métodos de lucha de todas
las clases de la sociedad moderna, lucha que, debido al atraso del país y al
rigor del yugo zarista, maduró con excepcional rapidez”. Así, la existencia
del Partido Bolchevique y su delimitación con el conjunto de las corrientes de
la izquierda en Rusia, no es el resultado de la casualidad histórica sino de la
labor paciente de Lenin y una generación de revolucionarios, entre los cuáles
es preciso contar a Trotsky.
Resumiendo, en la tradición marxista la
lucha por una política que haga hegemónico al movimiento obrero está ligada a
la pelea por un programa que tome el conjunto de las demandas de las masas
oprimidas, así como a una ubicación políticamente independiente del movimiento
obrero. Esto necesariamente implica la construcción de una organización propia
que aporte a desarrollar las tendencias más combativas que existan en su seno y
que actúe tanto en los momentos de ascenso de masas, como en los momentos de
reflujo desde el punto de vista de la acción de las clases subalternas. Como bien
señala Trotsky en Clase, partido y dirección “Sin duda durante la revolución, es decir, cuando los acontecimientos
cambian rápidamente, un partido débil puede volverse poderoso rápidamente,
siempre que interprete correctamente el curso de la revolución y cuente con
cuadros sólidos, que no se mareen con frases ni los aterrorice la represión.
Pero este partido tiene que existir antes de la revolución, ya que el proceso
de selección de cuadros requiere de un tiempo considerable del que no se
dispone durante la revolución”. Es decir, la pelea por que la clase
trabajadora puede actuar de manera hegemónica está ligada a la construcción de
su propio partido revolucionario de vanguardia.
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