Cuando éramos chicos, con mis
hermanos habíamos improvisado una modesta cancha de futbol en la puerta de la
casa. Era la casa de mis abuelos para ser precisos. La geografía y la vida nos habían
llevado a vivir justo en la calle paralela a la ruta que va desde Alta Gracia a
Carlos Paz, destino turístico por excelencia.
Ese mismo designio del destino -o
elección de mis abuelos, o decisión del gobierno peronista de construir un
barrio obrero en esa zona- imponía una suerte de maldición cada verano.
Estábamos condenados a tener que
cortar jugadas, partidos, maniobras y demás, por el incesante flujo de turistas
que pasaban buscando “la ruta a Carlos Paz”. Los porteños y porteñas (la
familia porteña podríamos decir con más precisiones) eran de los que más interrumpían.
Los odiábamos. Muchas veces elegimos mandarlos a cualquier lado. Era nuestra
venganza anta tanta interrupción odiosa.
En Córdoba, se odia a los
porteños. El cordobés (los cordobeses y las cordobesas) crecen odiando a los
porteños. En ellos ven al pedante por antonomasia. El porteño es el arquetipo
del cagador. Es casi un enemigo por naturaleza.
Cuando uno es chico no hay explicación.
Solo hay bronca porque sí. Cuando uno crece le encuentra alguna racionalidad a
ese odio. Entre muchas otras cosas, “los porteños se quedan con todo”. “Todo”
son los recursos del país. La pedantería del porteño se complementa con que,
encima, te chorea.
Los chistes en Córdoba se hacen
contra el todo el mundo. Eso es algo difícil de entender para muchos/as que no
pasaron por ahí o pasaron y conocieron poco. Si no hacen un chiste sobre vos es
que no te registran. El chiste o la cargada son la confirmación de que no estás
condenado al ostracismo, de tu existencia.
Los chistes contra los porteños
tienen un sabor especial. Si el humor en general puede ser hiriente, al porteño
hay que hacerlo sangrar, hay que lastimarlo.
El porteño es tonto, no vivo como
el cordobés. Es el que pide que le vuelvan a llenar el marlo de choclo cuando
terminar de comerlo, el que dice “que lindo loignorito” cuando nadie sabe cómo
se llama un ave. La creatividad cordobesa trabaja tiempo completo para hacer
chistes contra los porteños.
Cuando De la Sota, hace un par de
años, habló del “cordobesismo”, no inventó nada. Simplemente utilizó a escala un
sentido común instalado en la conciencia de cientos de miles de personas.
Si ese odio puede resultar
reaccionario, tiene también sus contornos progresivos.
Los cordobeses y las cordobesas hicieron
el Cordobazo. No uno, hicieron dos, uno en 1969 y otro en 1971. Si lo hacemos,
lo hacemos bien.
Parte de esa posibilidad se debió
a esa autonomía política, social y cultural que permite un desarrollo
parcialmente propio. Córdoba fue la urbe que rivalizó con la capital desde el interior.
José Aricó la definiría como una “ciudad de frontera”, que unía lo cosmopolita
de una gran urbe con los rasgos atrasados del interior.
El porteño, hasta donde lo
entiendo, no odia al cordobés. Simplemente lo desprecia. Como desprecia a todo
el interior. Para el porteño es “natural” encontrarse en Rivadavia y Acoyte. En
Córdoba, la calle Acoyte, hasta donde recuerdo, no existe. Mirar “más allá de
la General Paz” es un buen recurso metafórico para decir que el mundo no se
agota en esa ancha avenida que circunda la ciudad.
Como una suerte de paradoja
social, porteños y cordobeses se unieron en 2015 para consagrar a Macri como
presidente de la Nación. La CEOcracia que ajusta, despide e intenta imponer su
agenda neoliberal es hija de una relación imposible.
Cordobeses y porteños, porteñas y
cordobesas, todos encumbrando a un hijo dilecto del gran capital nacional, ese
que vive a costa de los recursos del Estado.
¿Explicación? Muchas. Tomemos
solo dos aspectos. El primero es esa marejada de clase media que habita las dos
ciudades. El “ciudadano”, tan de moda por estos tiempos, es el vocablo que
define a esas amplias capas de la sociedad que prefiere (o eligen definirse
como) no ser pobres ni ricos. Ese estrato medio que vive de su esfuerzo, según
su propia visión. Si hay algo que sobra en Córdoba y la CABA es clase media.
Como escribió hace poco Pablo Semán, Macri es un buen “jefe espiritual” para
esas clases medias.
Pero, ¿Cómo pudo afanar en votos
un porteño en Córdoba? ¿Dónde quedó el odio y el desprecio? La explicación es
política. El kirchnerismo fue, en el poder, una suerte de “porteñismo recargado”
hacia Córdoba. Los aprietes fiscales y las limitaciones en el envío de
recursos, fueron la excusa perfecta para que los gestores del Estado cordobés,
peronistas no K, radicalizarán el sentido común contra el Gobierno nacional. Si
“los porteños se quedan con todo”, en este caso CFK era el emblema, la figura
icónica del porteño.
Con esto no se pretende exculpar
a la casta política cordobesa que, con Angeloz, Mestre (padre e hijo), De la
Sota y Schiaretti ha demostrado gestionar el Estado provincial siempre en
función del gran empresariado.
La ventaja de un blog radica en
la posibilidad de escribir más libremente, sin tanta norma ni precepto. Eso no
elimina el siempre problemático problema de cerrar un artículo, una nota o un
post.
Una amiga muy querida escribe
siempre primero el inicio y el final de cada artículo. Luego rellena. Parece un
buen método para la próxima vez.