Fotos: Enfoque Rojo
Eduardo Castilla
Hoy los Indomables de Lear volvieron a entrar a la planta. La patronal se
vio obligada a permitir el ingreso de la totalidad de los trabajadores que estaban
en la medida cautelar. Junto a los 61 que habían sido reincorporados como
resultado de las acciones de luchas previas, suman 77 trabajadores que vuelven
a la planta después de más de 7 meses de durísima lucha.
En el medio de una
enorme alegría van algunas líneas de reflexión política. Líneas que pretenden “responder”
a algunos debates que en estos meses hemos leído y, por momento, tenido que
sufrir. Líneas que, injustamente, dejan afuera muchos aspectos y a muchos de los protagonistas de esta gran lucha.
Lear como escuela de guerra.
En 1899 Lenin escribió
que “la huelga enseña a los obreros a comprender cuál es la fuerza de los
patrones y la de los obreros: enseña a pensar, no sólo en su patrón ni en sus
camaradas más próximos, sino en todos los patrones, en toda la clase
capitalista y en toda la clase obrera (…) abre los ojos, no sólo en lo que se
refiere a los capitalistas sino también en lo que respecta al gobierno y a las
leyes (…) comienza a comprender que las leyes se dictan en beneficio exclusivo
de los ricos, que también los funcionarios defienden los intereses de los
ricos” (Lenin, Tomo uno, p. 65-66).
Las huelgas devienen así verdaderas escuelas de guerra para franjas o fracciones
de la clase trabajadora. Allí se conoce
la fuerza del enemigo y sus debilidades; se conocen sus aliados y los propios;
se aprende a luchar con nuevos métodos y a resistir en los momentos de
debilidad.
Lear tiene todos los componentes de una escuela de guerra: siete meses de
lucha contra un enemigo extremadamente poderoso. Quien no sopese este elemento
en el análisis de la lucha y sus resultados actuales (vale decir parciales) peca
de simplismo o superficialidad.
Una huelga y sus resultados no se pueden medir por una simple operación
matemática -como pretenden hacer ciertos militantes de izquierda- restando reincorporados
de despedidos (echaron 240, volvieron 28) y de ahí concluir (si esto se puede definir
como conclusión) que hubo una derrota.
La desigualdad de los adversarios fue manifiesta. Mientras la patronal tuvo
de su lado a los gobiernos nacional y de la provincia de Buenos Aires, los
trabajadores contaron con la alianza de sectores de trabajadores combativos la izquierda,
esencialmente del PTS que se jugó el todo por el todo, aportando como partido más
de la mitad del fondo de lucha nacional.
La patronal contó con una aliada de hierro en la burocracia sindical de Pignanelli,
tanto al interior de la planta como en el conjunto de los trabajadores
metalmecánicos. Dentro de la planta, con el hostigamiento constante y las
patotas contra los delegados. Afuera, sembrando el temor entre los trabajadores
del conjunto de la rama con el chantaje de los despidos por la crisis. Dicho
sea de paso esto vuelve a demostrar la necesidad estratégica de luchar por
recuperar los sindicatos como herramientas de la lucha de clases, tarea que
cierta izquierda tendió a dar por “perimida” ante el ascenso electoral del FIT.
Si “toda lucha de clases es una lucha política”, la lucha de Lear se convirtió
en una verdadera batalla política contra la santa alianza de patronal, gobierno nacional y burocracia sindical,
aliados estratégicos en garantizar que la crisis en curso sea pagada por la
clase trabajadora y los sectores populares. Contra esa perspectiva batallaron
los heroicos y heroicas trabajadoras de Lear.
Una visión que solo sume y reste despedidos y reincorporados se acerca
mucho al sindicalismo contra el que
Lenin discutía en el ¿Qué hacer?
Hegemonía y “obrerismo”. La lucha de Lear conmovió el escenario
nacional. Lo hizo más que cualquier otro fenómeno de lucha sindical o de otro
sector de las capas oprimidas y explotadas de la sociedad. Fue una confirmación
de la centralidad del antagonismo entre
capital y trabajo en la sociedad capitalista.
Contra las visiones que sostienen una disolución de ese antagonismo central
en una multiplicidad de oposiciones
al sistema, la lucha de Lear volvió a mostrar, blanco sobre negro, el poder de
las grandes multinacionales en la vida nacional. Esta dura pelea echó una luz –casi
cegadora- sobre el papel incondicional del Estado en la represión a los
trabajadores y la defensa de la propiedad privada capitalista. En esta alianza
anti-obrera, el rol de la burocracia sindical peronista del SMATA desnudó su carácter
de casta parasitaria dentro de las organizaciones obreras, afín a los intereses
del gran empresariado extranjero.
Además, la enorme lucha de Lear puso frente a frente a los dos colosos
sociales que tienen peso en nuestra nación y en América Latina: el capital
imperialista y la clase trabajadora. En ese enfrentamiento, a pesar de toda su discursividad
“anti-buitre”, el gobierno nacional sacó a relucir su alineamiento con la
multinacional de EEUU. Eso implicó una importante crisis en la izquierda del
kirchnerismo que se vio obligada en muchas ocasiones a diferenciarse de Berni y
a rechazar la represión en la Panamericana. No sólo eso, sino que incluso, en
muchas ocasiones estuvo obligada a pedir la reincorporación de los despedidos
como una salida “política” a un conflicto donde los trabajadores no aflojaban.
Al poner en el centro de la escena política la lucha entre el capital y la
clase trabajadora, la lucha de Lear reafirmó la corrección estratégica del trabajo de la izquierda en la construcción de fracciones combativas
y antiburocráticas en el seno del movimiento obrero. La crítica hacia el
supuesto “obrerismo” o “basismo” del PTS vuelve a chocar contra el muro de la
realidad de la lucha de clases. Queda en evidencia que sin una fuerza real
anclada en fracciones de clase es imposible influir sobre la vida política
nacional de manera duradera.
Como analizamos críticamente con mi amigo Fernando Aiziczon acá y
acá, la
llamada Izquierda Independiente encarnó fuertemente esta crítica hacia el “obrerismo”
de la izquierda trotskista. Su debilitamiento en términos de lucha social y su
marcada desorientación político-electoral (que, de todos modos tiene una
dirección política hacia la derecha) ponen de manifiesto lo erróneo de su crítica
en este terreno.
Una concepción que ancle sus definiciones estratégicas en una clase social poderosa
-como la clase obrera argentina- puede efectivamente incidir en el desarrollo
de la lucha de clases y, potencialmente, en una transformación revolucionaria
de la sociedad argentina. La “alternativo” parece ser impotencia política disfrazada
de “novedad”.
Lejos de cualquier “obrerismo” la lucha de Lear desarrolló una labor hegemónica que le atrajo las simpatías
de amplios sectores de la clase trabajadora y las clases medidas. La consigna
de “Familias en la calle nunca más” sirvió como plafón para llegar a cientos de
miles de trabajadores que veían (y aún ven) como la clase capitalista se
prepara a descargar su crisis sobre sus espaldas. La denuncia a la brutal
represión permitió ganar un apoyo activo en sectores amplios del arco
progresista nacional como
se vio en el apoyo, por solo citar algunos ejemplos, de Osvaldo Bayer, Mirta
Baravalle y Adolfo Pérez Esquivel, entre
otros.
A años luz de un pensamiento político puramente sindical, parte fundamental
de esta gran pelea se jugó en el terreno de las denuncias políticas contra
Berni y las fuerzas represivas, contra el acuerdo entre las patronales de Ford
y Lear o en la denuncia del encubrimiento político que realizaba el gobierno.
Desnudar -como no se había hecho en décadas- el rol reaccionario y semi-fascista
del SMATA para millones de personas fue parte del conjunto de herramientas de
esta gran pelea política por los puestos de trabajo.
Tradición. Si, como se ha señalado, la clase obrera
no es “ontológicamente” peronista, tampoco es, per se, revolucionaria. La posibilidad de una maduración subjetiva
en ese sentido está dada, entre otros factores, por la influencia de las
corrientes políticas de izquierda que se propongan aportar en sus luchas y organización.
La fusión entre la izquierda
revolucionaria y la clase obrera no puede ser una simple operación política
electoral, sino que supone un aprendizaje en el fragor de las batallas que
plantea la lucha de clases. El concepto
leninista de “escuelas de guerra” está indisolublemente ligado a la conquista de
trincheras y posiciones para la “guerra misma”, es decir la lucha
revolucionaria abierta. La clase obrera avanza desigualmente en ese camino en
la medida que puede luchar, vencer o ser derrotada pero extrayendo conclusiones
en ese camino.
Partiendo de esa lógica es que el PTS se jugó el todo por el todo en Lear.
Su aporte ha sido mucho más que una línea “correcta” para la lucha o una táctica
“salvadora” aplicada en el “momento justo”. Los aportes que pueden ayudar a
ganar una gran lucha como la de Lear se miden en experiencia militante. Esa
experiencia que no son solo años sino luchas, con triunfos y derrotas.
Experiencia que, por citar solo un ejemplo (y pedimos las disculpas del caso), encarna el Negro Montes, insustituible
a la hora de la lucha de clases y de aportar al desarrollo de una conciencia revolucionaria
entre las nuevas generaciones de obreros.
Esa experiencia es tradición y esa tradición empezó hace más de 25 años
cuando el Negro, junto a otros como Quique, Lagos y el Poki, votaban solos en
asambleas de miles de obreros. Esa tradición se siguió en Zanón, esa enorme
escuela de la lucha de clases de Godoy y muchos otros que sabrán disculpar la
omisión de sus nombres. Experiencia es la gran lucha de Terrabusi-Kraft en el 2009. Tradición
son también las batallas perdidas, como la durísima pelea de Iveco, donde
nuestro compañero Hernán Puddu fue echado del gremio y despedido por la patronal
por el “crimen” de sentar una bandera: los contratados se defienden.
Aportar el triunfo de esta gran lucha significa el rol fundamental de los abogados del CeProDH y el PTS, poniendo el
todo por el todo para ganar esta pelea también en el terreno de la legalidad
burguesa. Dicho sea de paso, no conocemos si la calumnia vertida por el Partido
Obrero contra ellos, en sus comunicados iniciales, ha sido retirada.
Aportar al triunfo de esta lucha implica poner el cuerpo día a día (y hora
a hora), como lo hicieron cientos de militantes del PTS en zona Norte pero
también en todo el país. Sobre ellos/as cayeron los golpes de la represión, las
balas de goma, los gases lacrimógenos. Sobre ellos cayó también la enorme
responsabilidad de juntar los cientos de miles de pesos que el PTS puso al
servicio de evitar el camino más directo a la derrota de toda lucha: el hambre.
En este caso ellos somos nosotros.
El gran triunfo de los trabajadores de Lear es una victoria de toda la
clase trabajadora argentina. Una victoria contra las patronales automotrices,
contra Berni y la represión del gobierno nacional, contra la mafia podrida de
Pignanelli y la burocracia del SMATA. Es una gran bandera de lucha para las
nuevas generaciones de trabajadores que empiezan a protagonizar una dura resistencia
contra los ataques capitalistas. Como dijeron muchos camaradas del PTS en las
redes sociales, un enorme orgullo y una felicidad gigantesca nos embarga hoy.